martes, 4 de septiembre de 2007

Asadísimos

No hace tanto frío como auguraban las nieves de agosto, primeras en 98 años. La tormenta de Santa Rosa, que se espera cada año a finales de ese mes, llega con retraso: el cielo encapotado concentra el calor y toda la contaminación de Baires entre el cielo y la tierra ("smog" llaman aquí al humo de los autos, contaminándose así de inglés la contaminación). Nos asamos, entre humedad y polvos, que acá llaman "tierra". Cielos marrones, colores tierra en la ropa, y predominancia de estos tonos pamperos en la decoración y la arquitectura. Buenos Aires no entra por los ojos, sino por la mente y, alternativamente, por el estómago.

Asados. Un honor que no se debe rechazar. Todavía no distingo unas partes de vaca de otras, asumo que no lo voy a hacer nunca, excepto que de una vaca entera (y viva) me pidan que señale el rabo, los cuernos y las ubres.

La cuenta sale a un asado cada dos días. Los argentinos celebran mucho, siempre hay un motivo, y se celebra con asado. Me pregunto si no sería mejor celebrar y evitar el sopor post-vacuno, y que así la victoria no se nos escape de las manos aletargadas.

Pero la opción son la harinas, densas; las verduras están imposibles, sometidas con pasividad vegetal a la inflación económica: el pimiento morrón se ofrece entre los 8 y los 14 pesos el kilo. Saturado, quiero llorar cada vez que veo carne y me temo que lloraré sangre, siendo mi cuerpo incapaz de metabolizar tanta hospitalidad. Imposible decir que no.

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