jueves, 15 de noviembre de 2007

De cabeza a la catástrofe

Paseo dedicado a E.G.

Uno no vuelve cuando quiere, sino cuando puede. Un psicólogo y escritor de base jungiana, Thomas Moore, aboga en sus textos por recuperar eso tan intangible que llama “el alma”: el alma de las cosas, de los sucesos, el alma nuestra. Respecto al viaje, Moore cree que los nuevos medios de transporte roban el alma al hecho de viajar, y crea para ello una imagen fácil de comprender: los rápidos aviones que cruzan nuestros cielos transportan nuestros cuerpos de forma tan veloz que cuando estos llegan a destino (aviones y cuerpos, aparatos) el alma aún no (se) ha despegado del origen. Nada que ver con los antiguos tránsitos transoceánicos, a bordo de barcos durante semanas, dedicadas a hablar en parte del propio viaje, del origen, del destino.

Por eso podemos tener a veces, especialmente tras un viaje, la sensación de no estar donde estamos. Nos resulta raro, porque raramente atendemos al alma que, con su voz sutil, nos dice que ella no está: que por qué hemos elegido al cuerpo, pregunta, a la hora de establecer que estamos donde estamos. Marcamos con nuestro cuerpo el territorio. Los hay que, de noche, aún orinan como perros por la calle en alivio urgente de sus necesidades básicas, pero no escribo de eso. Donde está nuestro cuerpo, nos decimos, estamos. Y nos falta el alma.

Todo eso para decir que, es cierto, he estado perdido. He dedicado este mes y medio a espejar, en viaje sin rumbo, mi viaje argentino: pasé el mismo tiempo que estuve en Buenos Aires de otra manera, más triste, más dormido, más resfriado incluso. Carente de todo lo que el viaje proporciona no sabía muy bien qué escribir en este blog: a pesar de que a un blog se le llame Indeterminisimo el ser humano que lo gestiona, o incluso yo, se ve tentado tarde o temprano a introducir algo de orden en el caos.

Mi amiga E, profesionalmente alta, me agitó hace poquito al nominar “Indeterminismos” al Premio Blog Solidario. No sé muy bien qué es, y me da miedo averiguarlo, por si me piden dinero, pero de entrada me siento honrado y agradecido: gracias, E. Como además acompañó la nominación con el texto “pero renueva!”, refiriéndose a las entradas del blog, se me ha creado algo así como una obligación, por lo de escribir, y debiera hacerlo incluso cuando, como ahora, no sepa muy bien hacia dónde escribo (escribo de izquierda a derecha, de arriba hacia abajo, tal y como aparecen las letras al teclearlas en el ordenador… no me soluciona gran cosa este pedacito de información básica).

Además, cuando le nominan a uno el blog, igual que si a uno le mentan la madre, uno responde. Y a por respuestas vamos, pues. O a por preguntas. Lo que primero aparezca. Veré cómo damos forma a esto. Espero no hacer muy tarde para comentar mi opinión sobre que el Rey de España preguntara a Marichalar que por qué no se callaba, y que éste se vaya, y que no entiendo bien qué pinta Chávez en el divorcio de los príncipes de Lugo.

Pero eso, lugo, digo, luego, en otra entrada. He vuelto. Mi alma está por volver. Es una delicia estar así, despedazado, dejando trozos de uno mismo por ahí, al cuidado de gente buena. Ahora, de cabeza a la catástrofe: por algún motivo esta frase parece cerrar bien mis conversaciones últimamente, cuando explico mis crisis otoñales, mis proyectos abstractos, mis problemas con los pies.

A ver si en este ejercicio recupero a mi alma viajera: mi amigo N, de Buenos Aires, astrólogo y muy guapo él, siempre me insistía, al leerme la carta (no la cartilla) que la profusión de viajes que veía en mi vida no tenían por qué referirse únicamente a movimientos físicos. Aunque yo insista en esto de andar por donde anda mi cuerpo, me insistió en que uno viaja cuando sueña, piensa, medita, come algo rico. Curiosamente, reminiscencias, mi primera carta astral me fue interpretada gracias a E: aún tengo deudas pendientes de aquello.

Gracias por nominarme.