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jueves, 7 de agosto de 2008

LOS PLATOS ROTOS DEL SISTEMA: ecologismo y clichés

Ecologías, reciclaje, sistema, clichés de Alemania: Genau y Olé

Mi marido americano ha recibido un regalo ahora que se muda de casa: sus tíos han comprado en un yard-sale (mercadito de jardín) una vajilla de platos usados horteras y feos a más no poder. Pero a caballo regalado no le mires los dientes o paga los platos rotos, como canta el dicho.

Nunca ha visitado Alemania mi marido, pero me empeño en que asuma, aunque sea como posibilidad, la opción de vivir en este país que amo. Le explico que los alemanes son tan serios como dice el cliché, que saben convertir en obligación hasta su hobby más preciado –bailar samba, o salsa, o tango, o flamenco- o que son tan duros con las faltas ajenas como con las propias, lo que no es por sí mismo ni bueno ni malo.

(Hago una digresión para mis amigos alemanes enfadados; tampoco me gusta que se generalice con “lo que son los españoles”, pero asumo que hay conversaciones imposibles si no usamos la brocha gorda, y que si no todos los españoles son impuntuales o jaraneros o ruidosos, yo mismo me pongo nervioso a menudo con la lentitud de nuestras oficinas de correos, los 20 minutos mínimos tarde de rigor con que se dan las citas pactadas o el alto tono de voz con que la gente se habla en la calle un sábado de madrugada, o un viernes, jueves, miércoles…. O que soy igualmente capaz de ser impuntual o ruidoso. Por supuesto, no hay yan sin yin, así que si la impuntualidad española puede ser relajamiento ante la vida y el ruido es expresión de la alegría y la potencia de vivir, asumamos sin demasiada seriedad la seriedad alemana y con afán contemplativo su tendencia a la introspección silenciosa.)

Le hago primero una observación estético-emocional: amará esos platos si se lo permite, si se permite conocer la historia tras ellos y si ve la virtud más allá de las flores estampadas en la cerámica. Luego, le explico el por qué, y hablo de Alemania, y de los Spendmülle que se dan en multitud de barrios alemanes y que consisten, como su nombre “donación de basura” indica, en donar aquellos objetos que llevan almacenados si uso demasiado tiempo: lo que llamamos basura puede ser a ojos del que los encuentra en la calle, durante las horas puntualmente coordinadas que el ayuntamiento ha acordado para esta donación múltiple, un tesoro o más prosaicamente un objeto todavía útil.

Los alemanes, le explico a mi marido americano, se toman muy en serio el reciclaje. No sólo separando la basura por materiales, sino no tirando nada que aún tenga vida: antes se recurren a venderlos en los rastros o a hacer trueque, cuando no a regalarlo anónimamente dejando una caja en la basura con la indicación “Para llevar”.

¿Quién pagará los platos rotos del desastre ecológico que estamos produciendo? No veamos tan sólo las emisiones de CO2 de nuestros coches; veamos también la contaminación y el gasto energético que produce cada objeto nuevo, cada objeto que sustituimos innecesariamente por otro, ni que decir del horror medioambiental de la basura electrónica o la sobresaturación de plásticos indestructibles.

No deberían pagar los platos rotos los obreros, con el cierre de fábricas tras la bajada del consumo. Reciclémosnos, y hagamos que si menos gente trabaja en la producción, más lo haga en el reciclaje, en la limpieza, en la colección y rehabilitación de aquello que aún conserva su alma.

Conociendo la seriedad alemana, su alto sentido de la responsabilidad, sé que pagarán muchos platos rotos que no han roto. Gracias.

domingo, 24 de febrero de 2008

Berlín Fotogénica

Berlín, Chicago, Londres, Barcelona
Negativos rallados, viejos, estropeados y escaneados. Aún así, sale guapa. Berlín es una de las ciudades más fotogénicas que conozco; su estructura, lisiada por la Historia y renacida de ella, encaja con el Zeitgeist universal: Berlíne ecléctica, Berlín reconstruida. Quizás es bella en fotos porque no hay que capturar la belleza criogénica y perfecta de otros paísajes urbanos. Berlín ofrece otra cosa que belleza a su espectador.

Recuerdo que al principio de vivir en Berlín hace más de un año, o en mis viajes cortos anteriores, la ciudad me pareció fea. Fea sin paliativos. Concedía que podía tener encanto, pero estaba muy lejos de enamorarme de ella hasta el punto de considerar que es una ciudad guapa en un sentido diferente. No es la pulida París, desde luego, no es la sinuosamente gastada Venecia.

En mis viajes he dado con comparar Berlín a Chicago. Ambas ciudades fueron destruidas y reconstruidas con un fervoroso espíritu renovador. Ambas metrópolis son una colección de edificios de arrojado diseño, renovadores tanto a principios del siglo XX como en el enlace con el XXI, abiertas y agradecidas a la arquitectura internacional. El resultado: mosaicos urbanos que reflejan la mezcolanza y fluidez de los inicios del nuevo milenio.

También recuerdo de mis primeros meses en Berlín una sensación acusada de pérdida, de falta de orientación, debido en gran parte a esta mezcla arquitectónica que impide tomar referencias fijas. Lo que me parecía único de un barrio, arquitectónicamente, volvía a verlo en otro después de andar durante horas, aunque fuera en una calle abandonada; de pronto me parecía haber dado vueltas sobre mí mismo. Apenas hay calles de todos modos que reflejen un único estilo en sus fachadas: el empedrado de la zona de Bergmanstrasse, en Kreuzberg, es de lo más singular, pero se limita a unas pocas manzanas. En general, la sensación cuando se camina Berlín es que no hay ningún patrón que seguir: a un edificio de hace tres siglos sigue una pared de acero y cristal levantada la semana pasada, y a ésta un residuo de la arquitectura soviética, y a ésta una empobrecida fachada posterior a la II Guerra, y a esta un experimento fantasmal.

Ocurre en Berlín que dos calles pueden tener el mismo nombre, aunque estén muy apartadas en el mapa, pues durante la partición de la ciudad fueron renombradas y no les importó a los dirigente municipales que esto ocurriera: a todos los efectos existían dos Berlines, y los caminos que llevaban a Leipzig se orientaban de manera diferente debido a las fronteras establecidas por cada bloque. Sin embargo, por lo que comentaba antes, no he encontrado símbolos claros de un pasado comunista u occidental en ninguna de las antiguas demarcaciones berlinesas, excepto unos pocos puntos turísticos: la urbe fluye como los habitantes de Schengen, gracias a las aerolíneas low-cost.

La mezcla resulta embellecedora en lo arquitectónico, aunque en lo demográfico los grupos de Berlín tienden a mezclarse poco, y se ubican por la ciudad según sus posibilidades financieras pero también atentos a las modas. Lo Hip desde hace años es vivir en el barrio de Prenzlauerberg, aunque las últimas tendencias indican que a algunos ya no les parece hip vivir en donde todo es demasiado hip, y proponen mudarse al norte de Kreutzberg porque es menos hip, y lo menos hip es más hip, y además será pronto más hip, gracias a la migración de los hip del hip Prenzberg.

Esto no lo supe fotografiar, pero en berlín casi cualquier disparo sin flash recibe una imagen fotogénicamente cordial. No le ocurre a todas las ciudades. Nueva York ama las cámaras y Londres ofrece con gusto su grandeza y los habitantes de sus parques a los reporteros. Barcelona, si uno pierde la guía del laberinto Gaudí, es imposible de fotografiar: los barceloneses se refugian de los turistas, y manadas de visitantes es lo poco del género humano que uno puede capturar con la cámara; los edificios, sin las exageraciones de Gaudí, tienen poco que ofrecer en las cortas distancias con que la ciudad permite tomarle instantáneas. Paseig de Gràcia, Diagonal, la playa y las Plazas de Catalunya y Espanya son de los pocos espacios donde el fotógrafo puede alejarse lo suficiente del objetivo para tomar algo que no sea un detalle.

En la foto de arriba, vista de la Torre de Televisión desde las cercanías de Leipzigerstrasse, en el Mitte financiero de Berlín.
Abajo, la Friedrichstrasse a 500 metros, con la estación de S-Bahn y el Berliner Ensemble donde Bertolt Brecht dirigió sus obras. Consejo a viajeros: adentraos por el descampado donde acampan las caravanas de las compañías de teatro y buscar una escalera sucia que baja por la fachada lateral del Ensemble; la cantina del teatro está abierta a los no-artistas, pero es frecuentada casi únicamente por actores, tramoyistas y gente del escenario.


sábado, 23 de febrero de 2008

Próxima reconstrucción Instituto Cervantes Berlín


El Instituto Cervantes de Berlín, también en obras, para que no haya bandera de España sin su correspondiente grúa. Me acercaré tan pronto como pueda al Tiergarten, para asegurarme de que la Embajada está, también, rodeada de socavones y en estado de ajetreada reurbanización. Estoy seguro de que, a falta de costa, en mi próxima visita la Torre de Alexanderplatz tendrá a sus pies un millar de pequeños bungalows; tal vez signifique ventajas para todos, puesto que así los alemanes no tendrán que desplazarse a Mallorca para disfrutar nuestro excitante sobreexplotación del suelo, y sentirán en sus propios pies lo que disfrutamos arrasando con cualquier cosa que parezca un acantilado.

viernes, 22 de febrero de 2008

Mis ciudades eróticas

No tengo ningún lugar concreto que visitar según una guía antigua de Berlín que encuentro en una maleta que abandoné hace meses. Antes de cada viaje sólo tengo un miedo: ¿me aburriré? La pregunta es rara porque ni en casa me aburro, pero me horroriza tanto pensar que me aburriré en un viaje como imaginar, ya que el pensamiento es gratis, que un día podría no amar a mis amados.

Más teniendo en cuenta que cuando viajo cualquier cosa me entretiene. Decido caminar durante horas siguiendo la orilla del río, o cruzar la ciudad de Este a Oeste en una línea recta lo más exacta posible, o visitar en la misma jornada una decena de calles cuyo nombre empiece por H o por T. Estrategias para encontrar lo no buscado.

Caminar por calles, sobre el asfalto, entre ciudadanos. Es un placer tan grande que me siento culpable de no disfrutar lo mismo en un paseo por el campo. Pero las calles y las ciudades… En Nueva York me siento abocado a un abismo, como si irremediablemente yo fuera a terminar como la misma ciudad, que se tira al mar allá por Wall Street, donde los edificios cada vez están más juntos porque se les acaba la isla; un abismo placentero, una predestinación, como el orgasmo, porque paseando por NY siento que le hago el amor a la calle, como si andar fuera masajear con los pies su espalda a modo de urbano preámbulo amoroso. A París, cuando la siento cerca, la siento como a una amiga con derecho a roce, un bello consuelo muy excitante pero de quién nunca me fiaré del todo, demasiado guapa y snob; Buenos Aires es brutalmente sexual, caminando sus avenidas me peleo con ella, y ella conmigo, cordial pero animalmente, sabiendo que no gana ninguno si uno pierde demasiado.

Y Berlín es amiga. Berlín es conversación tranquila, con una madurez que ha conservado bastante infancia; no creo que sea una ciudad joven, como se dice, sino que florece de nuevo como quien lo hace en la cincuentena. Cuando paseo por Berlín, por poco dados que sean sus habitantes a la conversación casual (comparados con los 5minutes-chatting de cualquier cruce de peatones en NY o los desbocados psicoanálisis porteños), nunca me siento solo, siempre voy tomado de la mano.

jueves, 21 de febrero de 2008

Berlin

Estampado del metro y tren de la línea metropolitana Berlinesa: el Ayuntamiento Rojo, el Congreso,
la Sinagoga en Oranienburgstrasse, Puerta de Brandenburgo y Torre de televisión en Alexanderplatz.

Vuelvo a Berlín, la ciudad amiga. Admito que no tenía ganas, igual que a veces no quiero encontrarme con un amigo algo pesado, o tendente a la tristeza, aunque le quiera. Vuelvo a Berlín algo asustado: hace mucho que no nos vemos, ¿cómo te habrás portado este tiempo? ¿Qué tienes que contarme? Lo que más temo es que no tengas nada nuevo que decir.
Tranquilo sin embargo una vez llego a Schönefeld, el pequeño aeropuerto tomado por las grandes del low-cost. Está nublado, afortunadamente. Criaturas de niebla resbalan por la hierba suburbial, las gotitas de agua se aferran donde pueden por no llegar al suelo.
El ritual de explicar a los nuevos, en la parada del Bahn, cómo llegar al centro de la ciudad, espera, ¿a qué parte vais? “No sé, tenemos dos días, ¿qué deberíamos ver primero?”. Siempre me da pena escuchar hablar así de Berlín, la ciudad escucha.

jueves, 31 de mayo de 2007

ULTIMOS TRAGOS DE BERLIN

Otra vez, adiós.
Otra vez, paseando las calles de un pueblo grande distinto;
siento que tal vez confié demasiado tarde
el secreto de que estuve enamorado.
¿Somos, al menos, amigos…

… volveré, volverás
a invitarme?

Berlín pinta su verano con movimientos de duda
me enamora,
te lo he dicho antes?,
tu indefinición.

Otra vez, el tiempo: tramposo, se muestra más preciso justo cuando menos de él queda.

El tiempo sólo cuando no queda vida es tiempo,
Igual que la botella de vino
sólo es botella cuando no queda vino.

Otra vez, las vidas relativas.
Otra vez, las vidas superpuestas.
Hoy se tambalea, en una cuerda fina,
sujetada en sus extremos por Ayer y Mañana.

Mañana no estaré,
porque no seré el Yo que hoy transita Berlín,
Sino otro,

Estaré otro.

Creo que te he querido
Sé que te he querido
¿Somos, al menos, amigos?