jueves, 31 de mayo de 2007

ULTIMOS TRAGOS DE BERLIN

Otra vez, adiós.
Otra vez, paseando las calles de un pueblo grande distinto;
siento que tal vez confié demasiado tarde
el secreto de que estuve enamorado.
¿Somos, al menos, amigos…

… volveré, volverás
a invitarme?

Berlín pinta su verano con movimientos de duda
me enamora,
te lo he dicho antes?,
tu indefinición.

Otra vez, el tiempo: tramposo, se muestra más preciso justo cuando menos de él queda.

El tiempo sólo cuando no queda vida es tiempo,
Igual que la botella de vino
sólo es botella cuando no queda vino.

Otra vez, las vidas relativas.
Otra vez, las vidas superpuestas.
Hoy se tambalea, en una cuerda fina,
sujetada en sus extremos por Ayer y Mañana.

Mañana no estaré,
porque no seré el Yo que hoy transita Berlín,
Sino otro,

Estaré otro.

Creo que te he querido
Sé que te he querido
¿Somos, al menos, amigos?



miércoles, 30 de mayo de 2007

Espacio libre: inserte aquí su publicidad

La madame incita
Cuando desborda el balcón con sus pechos
La algarabía general de tres calles poco tranquilas.

Ama de su casa,
Alma de un retal del barrio.
No es guapa,
Pues es más bien horrenda.

Su voz fileteada la arroja sin escrúpulos,
Sangrienta,
Al que levante la vista.

Las zapatillas de fregar suelo
Que viste
Las absorbe hacia arriba la fuerza del coño.

El alma de un barrio,
Posee el más tupido bosque de este laberinto asfáltico:
Abierto a la vista (sujeta al espruto).
Desde arriba, de lo alto
Es mejor esquivar al paso
como nido de procesionarias
en un pinar.

La belleza la construye a la fuerza.
Reta, con su fuerza abismal
(surge cada tanto,
como cuco de reloj plastificado
de su oscura guarida:
colchón en el suelo al nivel de un televisor,
cortinas con varios rostros sagrados imprimados en ellas,
retales de las sábanas que ya no son)
puntual.

Grita. Insulta.
Secuestra el juicio estético
De los pasajeros de calle que somete
Con el poder al que han librado de los escrúpulos.

lunes, 28 de mayo de 2007

¡Votemos otra vez!


A 28 de mayo, el 27-M ya es historia. Se nos acumulan las siglas que marcan días trágicos, así que unas elecciones municipales y autonómicas que poco o nada cambiarán no ocuparán espacio en nuestras agendillas mentales. Puesto que os dejé libres la jornada de reflexión quiero compartir con vosotros ahora las últimas reflexiones que hice, para cerrar esta tanda de textos que me han robado el tiempo para ducharme, comer o estirar los músculos. Tenéis suerte de no tener que verme… u olerme.

Reflexión, poca. Parece que, tras reflexionar, España en bloque ha decidido que mejor nos quedamos como estábamos. Más o menos. Hemos seguido hablando durante estas dos semanas, yo incluido, de temas nacionales, políticas difusas y cuestiones que expandían los límites de nuestros pueblos hasta hacerlos lindar con Moncloa. El sábado, más que una jornada de reflexión, fue una inflexión: el único día en años en que nuestros políticos se han callado; no es baladí añadir que han cerrado sus bocas obligados por la ley.

Tristemente no ha habido la misma inflexión en la temática de la campaña. Hoy, volvemos a lo de antes, a lo que ha marcado las últimas dos semanas y el último lustro político. Ésta es la mala noticia. La buena noticia es que aunque nos queden meses de una nueva campaña, la que dirimirá quien gobierna la España de las autonomías desde el gobierno central, los términos en que se desenvuelvan serán menos surrealistas: dejaremos de vivir unas elecciones generales virtuales disfrazadas de municipales. Los términos estarán más claros. Crucemos los dedos.

Con cifras que contar la marabunta metafísica en la que os he metido los últimos días se concreta. Contando las cifras se descifra que nadie ha perdido. Aunque el Partido Popular ha obtenido más votos que el Partido Socialista Obrero Español a nivel nacional, estos últimos sabrán mostrarnos una contabilización que les resulte favorable. Extrañamente lo primeros afirman, admitiendo un error anterior visto en retrospectiva, que éstas son las primeras elecciones que ganan en siete años. Podríamos deducir de esto que, puesto que todos ganan, lo importante ha sido participar. Debería ser el centro del meollo, contando como contamos con una historia nacional que nos ha impedido durante muchos años participar. Contar.

Hoy todo son buenas noticias. Para empezar hemos conseguido llegar hasta aquí. Es un éxito haberlo hecho sin muertos, o sin tantos actos de violencia como se habían contabilizado en nuestras últimas elecciones: ni Santiago Carrillo ni Josep Piqué, ni Mariano Rajoy ni Carod Rovira o José Bono han sufrido la ira peligrosa de la gente de la calle. De los nuestros. Si han tenido que hacer frente a insinuaciones y a insultos en estado puro, éstas y estos les han llovido de su propio terreno: como la mafia, dejaremos que se maten entre ellos, aunque deberíamos exigir con más vehemencia que no nos pongan en peligro cuando lo hacen. Alguna piedra de las que se han lanzado podría haberle dado a quien no lo merece.

Buenas noticias que me han llegado también desde los que, además de leerme, me habéis escrito para compartiros conmigo. Para haceros concretos y reales en esta página quiero celebrar que habéis escapado del relativismo espacio-temporal y que vuestras propuestas estaban llenas de realismo. N me escribió “desde las trincheras” para informarme de que su voto era para la ITP, Iniciativa por la Torre de Portaceli: aunque la TP me pilla en Berlín más lejos que la torre de Alexanderplatz, su iniciativa me suena real, cercana a N, concreta. Sentido común y humanidad es lo que ha compartido O conmigo cuando me contaba que votaría al Bloc (Valencia) porque el representante de este partido en su pueblo es el vecino en el que puede confiar para que lleve a su hija a la escuela. La anécdota tiene una cercanía que parecía perdida en estas elecciones virtuales, y la virtud de amortiguar relativamente el valor de la parte por el todo. En esta historia, tanto hubiera dado que este aspirante a concejal hubiera sido de cualquier otro partido. Me ha encantado leer que P iba a votar a la alcaldía de Valencia movida por su sentido estético: dice adscribirse “a la cosa de las marcas”, y se mostró decidida a votar a la representante socialista Carmen Alborch para alcaldesa “no por su onda y sus compromisos políticos, sino porque es simpática de diseño, y pseudoprogre...”. Al contrario, Rita (Barberá) le “parece una dinousauria vendedora de Mercat con pluma camionera”. Los temas que se podrían derivar de la confesión de P no dejan de ser interesantes: ¿son todos nuestros actos actos políticos? Si la estética está presente en cómo nos presentamos ante el mundo, como decoramos nuestra casa y nos vestimos, ¿por qué no es un tema electoral?

Igualmente me ha placido el sentido de responsabilidad democrática con el que cargáis incluso teniendo que apretar los dientes para ello: sujetando con ellos el DNI en el colegio electoral. Mi madre me dice que le gustan mis textos aunque no los entienda: gracias mamá, ése es el tipo de amor incondicional que se necesita para triunfar en la vida. También me dice que aunque siente desidia electoral, entiende que su voto es imprescindible. El significado de la palabra, imprescindible, es enorme. D me dice que votará, aunque no crea del todo en aquellos a los que entregará su voto ni tenga mucha fe en que éste servirá de algo: haciendo de tripas corazón, le da vueltas a la idea de que el no-voto no funciona como signo de protesta. Os recomiendo el muy divertido “Ensayo de la lucidez” que el Nóbel Saramago escribió al respecto.

Os felicito, pero sin condescendencia. Me parece bien, no me malinterpretéis, que alguien no haya votado. Pero si todos nuestros políticos han ganado, obviamente han ganado también sus votantes. Al menos en el nivel más básico: uno vota, su voto se cuenta, luego su voto existe. Peor sería, estaréis de acuerdo conmigo, que millones de votos hubieran dejado de existir. Puede sonar a ciencia-ficción, pero hay rincones en el planeta donde ocurre. Así que felicidades. Aunque en vuestro desengaño note un exceso de cierto realismo, sois reales. Y felicidades a otra P, que ayer pasó parte de su cumpleaños en una mesa electoral, como suplente de primera vocal.

¿Dónde estamos después de todo este ruido y furia? Más o menos en donde nos quedamos hace dos semanas. Pero somos todos un año más mayores, electoralmente. Un año más maduros, si debemos hacer caso al optimismo de la noción de que cada año que pasa nos hace más sabios. Seguimos el sistema de prueba y error, y asumiendo que si nos gobiernan los políticos que menos nos gustan será porque nuestra panadera o nuestro vecino está a gusto con ellos. Mirad a esos otros seres humanos, que también son reales, y usadlos como consuelo: si ellos tienen lo que quieren, ¿por qué no nos va a ocurrir lo mismo a nosotros en otro momento? Son una prueba viviente de la realidad de la democracia.

Durante estos días, atrapado como he estado en los temas del espacio y el tiempo, se me han ocurrido algunas ideas peregrinas. Sí, más de las que he compartido con vosotros. Ahora mismo estáis agotados y mi propuesta seguramente os pondrá la piel de gallina, pero he llegado a la conclusión de que lo que necesitamos no son menos elecciones sino más. Menos campaña electoral, sí, menos ruido, también, pero más elecciones. Más democracia. ¿Por qué no? Al fin y al cabo llevamos enredados en campaña como mínimo desde el 2004.

Así que mi propuesta es que votemos más. Mi petición inicial de que votaseis se concreta también ahora: lo que digo es que deberíamos votar, además de en mayor cantidad, hacerlo más a menudo.

Votando una vez al año nuestros políticos sentirían más directamente la responsabilidad de sus acciones. En España no dimite nadie, porque todos confían en que la barbaridad que acaban de cometer se olvidará pasados unos meses. Cuentan y se dan cuenta de que en poco tiempo habrá con suerte un nuevo tema sobre el que desviar la atención.

Les haríamos un favor a nuestros políticos si les dejásemos ver más inmediatamente el efecto que sus acciones tienen sobre sus habitantes, tanto por acción como por omisión. Porque también podríamos fijarnos más en si han cumplido lo prometido. Después de dos años uno tiende a olvidar por qué voto a quien voto: ¿qué es lo que nos ofrecía éste, servicio de peluquería gratuita o atención médico-dental en la seguridad social? Ambas propuestas son reales. La última es del PP.

Se me puede decir que entonces nuestros máximos subordinados se darían aún más al grito desmesurado y a la magnificación del último error de su adversario. Creo que somos bastante maduros como para hacer balance y perdonar que algo de lo prometido no se ha cumplido teniendo en cuenta lo que ha estado funcionando bien. Lo bueno es que aunque algunos políticos cediesen al barullismo, tendrían una oportunidad inmediata de darse cuenta de si su estrategia funciona o no, y no nos mantendrían tres años, cuatro, cinco, denunciando a ETA como responsable del atentado de marzo de 2004 en Madrid. La estrategia de crear realidad con el lenguaje perdería fundamento y fuerza. La realidad debería imponerse a las palabras. El ruido cedería ante lo tangible.

Espero que no os haya dado un mareo al pensar que tendríais que votar cada año. Como todo lo nuevo, votar resulta difícil, pero estoy seguro de que aprenderíamos a hacerlo. Creo que el ruido político disminuiría a favor de una conversación real entre nosotros, el vulgo, y nuestros subordinados gobernantes. Podríamos mantener el control sobre ellos de modo más inmediato, y les impediríamos hacer de los pueblos a los que sirven sus reinos particulares.

Nos daría además menos miedo cambiar el color político de nuestro gobierno. Sabiendo que si el experimento sale mal podremos cambiarlo en un año, sin duda nos atreveríamos a arriesgar más a menudo. El gobernante actual no podría descargarse de responsabilidad con tanta facilidad si, al mirar hacia atrás, hubiese de asumir que él mismo estuvo en el gobierno sólo un año atrás, o dos. Igualmente tendrían que acostumbrarse a vivir sabiendo que podrían pasar a la oposición en pocos meses, no en varias décadas, y que de enredarse en asuntos turbios sus trapos sucios saldrían antes a la luz. Ningún partido podría tampoco apropiarse entonces de las grandes obras públicas que hubieran iniciado sus oponentes una década antes, y todos trabajarían de verdad para la cosa pública, sabiendo que el balance de cuentas sobre el estado de los hospitales y las escuelas serían parte también de su haber o su deber.

No me toméis en serio. Sufro un exceso de irrealismo después de estas dos semanas, y no quería cerrar esta tanda de e-mails sin joderos una última vez. Si follara más, esto no pasaría, me escribirá alguno. Pues bueno, es verdad, pero he disfrutado este onanismo intelectual al que muchos os habéis ido sumando para mi alegría. E-mail de A mientras termino el texto: ¿por qué no haces un blog? Y yo digo, ¿por qué sí? ¿Por qué no? Un blog dedicado al indeterminismo, iniciado desde la política, arrastrado al cine, al diario, a la literatura, al desmenuzamiento en fin de la realidad, un blog que podría llamarse así, ideterminismos, un blog que podría estar localizado en la esfera abstracta de la Internet en la concreta dirección http://indeterminismos.blogspot.com/ . Ahí os quiero ver. Aquí. Bienvenidos.

Y hasta que vuelva a Valencia, porque sé que volveré y que, a pesar de toda la relatividad que he chorreado estos días, cuando aterrice en Manises Manises seguirá siendo Manises, y no Sarajevo. Excepto que vuele con Iberia. Vaya.

Iberia.

viernes, 25 de mayo de 2007

Cualquier tiempo pasado fue… ¿futuro?

X me ha escrito para decirme que se nota que tengo mucho tiempo libre. No, X, no tengo tanto tiempo libre, pero queriendo hablaros de mis sueños, abriéndome a vosotros de este modo, termino acostándome a las cinco de la mañana para al día siguiente despertar con dolor de ojos, manos y espalda. Ya está, ya he atrapado vuestra atención con esta confesión personal.

Temía perderos el otro día cada vez que escribía “Aznar”. Me daba cuenta de que lo escribía demasiado porque el editor de textos me indica, con una ondulante línea roja, que la palabra, o está mal escrita, o no existe. Busco en el diccionario on-line de la Real Academia y me dicen que tampoco está registrada en sus archivos: “Las que se muestran a continuación tienen una escritura cercana:

* asnal”. (Es la única que se muestra)

Bueno. Y es que con Aznar ocurre que es como un agujero negro, que lo absorbe todo hacia así, incluida la luz (sobre todo la luz), y una vez se le menciona es imposible dejar de nombrarle, aunque sea con sinónimos de todo tipo. Creía hasta ahora haber evitado el exceso: conscientemente lo había nombrado para explicar lo de la sinécdoque; aquello de la parte por el todo, que ejemplificaba cómo alguien podría relacionar a un candidato a alcalde del PP con el presidente de honor del partido. Nadie debería sentirse ofendido: no digo nada más terrible que si afirmara que los alcaldes del PSOE son del mismo grupo político que Felipe González o los concejales de IU del de Llamazares. Pero hay gente a la que no le gusta que se le relacione con Aznar. Ellos mismos.

Nosotros mismos, porque a todos nos relacionan con Aznar cuando alecciona a los empresarios de Nueva York sobre los riesgos de invertir en nuestro país: antes, por la balcanización, ahora, por el riesgo de Guerra Civil. Aunque uno pensaría que es una suerte que en España, al contrario que en Estados Unidos, los presidentes del gobierno lleguen un día a ser ex-presidentes y no haya que llamarles “presidente” de por vida, los hay que se esfuerzan en que no sea así. En frenar el tiempo agarrándose con afiladas garras a la nostalgia: de un tiempo pasado, antes de marzo de 2004, o de un tiempo pasado, antes de 1978.

Ha vuelto, y me tiene atrapado como una pesadilla de esas que se repiten cada noche. Es como una de esas en las que uno cree correr pero cuanto más se esfuerza en alejarse de lo que le amenaza menos avanza, como si los pies se fundieran con el suelo, o el suelo retrocediese, o el espacio no encontrase su modo de desarrollarse con normalidad y el tiempo se estancase. En mis pesadillas el tiempo y el espacio se funden, todo es lo mismo, como en el tango cambalache, igual un canalla que un profesor, y lo mismo Aznar que yo y yo que Aznar. Claro que da miedo pensarlo.

Por eso me acuesto a las cinco, para soñar lo menos posible. Porque me meto en la cama y me revuelvo, taquicárdico. Porque cuánto más lo pienso, más quiero creer que Aznar ha estado leyendo mis textos. Cuando Aznar habló a las dos Españas en el mitin del PP del pasado 22 de Mayo no sólo respaldó mi tesis de lo volátil que es nuestro territorio, sino que además hizo referencia a lo vago de nuestro espectro político (PP o ETA, sin matices parlamentarios) y mencionó la idea del tiempo que vuelve, al decir que Zapatero nos había puesto en una situación similar a la de hace 70 años, en 1937.

La otra opción es que Aznar no me lea; lo que significaría que el expresidente y yo tenemos un modo de pensar similar, incluso que nos movemos en el mismo plano de realidad y respiramos el mismo aire. Lo que no sé es si a Aznar se le ocurren las mismas cosas que a mí o soy yo el que da en imaginar lo mismo que imagina Aznar. Un amigo sagaz me recrimina de que en uno de mis textos colé una hazaña de Aznar como si fuera mía. Se refería a cuando escribí que si en España no había Este ni Oeste sólo existiría Madrid, y que por tanto Madrid sería España, y que entonces tendría sentido que una gigantesca bandera de España ondeara, por ejemplo, en su Plaza de Colón. Mi amigo me decía que era imposible que se me hubiera ocurrido aquello de la nada y que no fuera consciente de que, también en la realidad, hay una gigantesca bandera de España en la Plaza de Colón, aunque fuera de mi ficción ésta casi nunca ondea debido al peso.

Pero esa acusación está fuera de lugar, y creo que este amigo se ha pasado leyendo entre líneas. Porque eso es como afirmar que yo insinúo que Madrid se ha convertido en una de las regiones que con más pasión se dan al nacionalismo, una de las que va más por libre respecto al gobierno estatal y la que asume, por sí misma, la función de representante y garante del país entero y de sus valores tradicionales. Alguien leerá entre las siguientes líneas que “el gobierno autonómico de Madrid se ha opuesto, como si fuera una región históricamente enfrentada al gobierno español, a las últimas leyes de sanidad o de educación, y que en su territorio uno puede fumar más libremente en los restaurantes o incluso hacer un servicio social sustitutivo que evite cursar la asignatura de educación para la ciudadanía”. E incluso harán ver que yo he escrito que podría ser, por mor de sinécdoque, que en todo esto tenga que ver que Esperanza Aguirre milite donde Aznar… y bueno, ya sabéis a dónde voy.

Negaré rotundamente haber escrito el párrafo anterior, como hacen los políticos. Lo negaré aunque lo escrito quede escrito, por sentido común: entiendo que, siendo el PP un partido nacional, está interesado en la cohesión de todo el territorio y en las buenas relaciones entre las distintas partes de España y sus habitantes. No se me ocurriría pensar, y mucho menos escribir como a continuación, “que el PP es el partido que, ante la supuesta amenaza de que Cataluña se independizara, decidió atajar la insurgencia animando a dejar de consumir cava, aunque haya cierta contradicción en defender la unidad territorial del país atacando la economía de una de sus partes”. Incluso aunque llegase a escribirlo pondría mucho de mi parte para pensar bien y suponer que lo que se pretendía era evitar una ebriedad muy poco recomendable en estas épocas de crisis.

Pero centrémonos, dejemos de lado el espacio y vamos a lo del tiempo, que es sobre lo que me escribió X y lo que me interesaba tratar ahora que precisamente se nos echa encima el tiempo: elecciones en dos días. Paradójicamente necesito, para centrarme, volver a Madrid. Y a Miguel Sebastián, que podría haber vivido un momento Bernie Ecclestone pero fracasó, justamente por no haber sabido medir los tiempos.

No es extraño. En realidad es raro que a Ecclestone le saliera bien lo que hizo de aparecer de la nada para convertirse de un día para otro en una figura clave de nuestra cultura popular. Tal vez sea porque viene del extranjero, un lugar donde no están sujetos a la repetición infinita del tiempo y donde puedan pasar cosas nuevas a veces. Tal vez nos resulta exótico, y hasta tierno, su desconocimiento de nuestra relatividad espacio-temporal. Puede que algunos lo admiren, al contrario, por su osadía, interpretando que Ecclestone no era nada ingenuo: estos pensarán que ofrecer un circuito de carreras a una ciudad, el día antes de inaugurar la campaña electoral y ligando la propuesta a la victoria de determinado candidato, es un ejercicio bastante medido, meditado en el tiempo. El caso es que no cayó al vacío y se ha convertido en tema importante de las autonómicas valencianas.

A Bernie le salió tan bien que desde entonces otros han intentado imitarle, pero con el alboroto político que hay armado a sólo unas horas del cierre de la campaña electoral, sus palabras se descomponen en minutos: también en Valencia se ha condicionado esta semana la creación de una nueva universidad de medicina a la victoria de Camps. El mensaje ha salido del arzobispado, porque la universidad en cuestión es un proyecto suyo para enseñar medicina con moral, lo que sea que esto signifique. Si no gana Camps, no podrán tener universidad. Si gana, la tercera universidad de medicina de la Comunidat estará también en Valencia, y Castellón seguirá sin la suya (la otra está en Alicante). Mientras Camps prometía a García Gasco que tendría su universidad, prohibió al resto de universidades –que sean públicas es sin duda una cuestión azarosa- presentar nuevos planes.

Sebastián se creyó Ecclestone, pero no pudo ser. A él no le vamos a perdonar que no conozca la irrealidad de nuestro espacio-tiempo, la obligación de repetir lo mismo siempre. A un español no se le perdona que intente, de pronto, introducir un tema nuevo en nuestro círculo vicioso y, mucho menos, aparecer él mismo de la nada con tanta osadía. “¡Qué susto!”, dirían algunos, como si hubieran visto una aparición. Sebastián ha actuado como esas personas que nunca hacen ruido al andar, y que cuando descubres que están detrás de ti, te hacen pegar un grito aunque llevaras un rato sintiendo una presencia. Sebastián estaba ahí pero no lo veíamos; de pronto lo vimos. Jo, que miedo. Con Aznar no hubiera pasado: porque aunque desaparezca durante algunas semanas, sabemos que volverá. Y volverá. Y volverá.

Qué apropiado, por ejemplo, que el presidente balear, Jaume Matas, haya adjudicado 44 licencias de radio y televisión a medios afines a su partido precisamente exactamente hace dos días. Nadie podría culparle por hacerlo porque Matas podría perder las elecciones y entonces iba a ser más difícil conceder las mismas licencias. Algo parecido debe haber considerado el alcalde del PP de la murciana Ciezas al aprobar la construcción de 20.000 nuevas viviendas en varios resorts y seis campos de golf en un pleno con carácter extraordinario celebrado hoy mismo, la jornada anterior a la de reflexión. Reflexionemos pues.

Quien también demostró un manejo magistral de los tiempos fue el gerente del PP en Melilla cuando gestionó todo aquello del voto por correo, las 1.000 papeletas que mandó reproducir en una imprenta. Este hombre, Javier Lence, fue capaz de avisar a su amigo impresor para que parara las máquinas y destruyera los papeles dos horas antes de que la guardia civil llegara a su imprenta. Las papeletas nunca existieron, pero sí las grabaciones de las conversaciones en que se hablaba de todo esto. Dentro de unos días deberíamos saber qué ha existido y qué no ha existido en el supuesto canje de votos por comidas que parece haber tenido lugar también en Melilla. Siento reiterarme porque mencionar al PP ahora sí y ahora también lastra la calidad de mis textos: pero ha sido el presidente del PP de esta ciudad autónoma el que ha tenido que salir a negar la acusación: si lo que ha hecho ha sido desmentir o mentir lo sabremos con el tiempo.

El tiempo nos hace raros. Sí, también nos hace viejos. A algunos nos hace gordos. Pero el tiempo, en abstracto, nos pone en situaciones raras, que es a lo que voy. Como a Sebastián, que no se dio cuenta de que España no estaba preparada para un “outing” como el suyo. Uno puede recibir estos gestos de quien, como Acebes, lleve haciéndolo un tiempo, en plan “mira este periódico que tengo (por El Mundo)”, o “mira estas papeletas que me he bajado de Internet”, o “ha sido ETA, ha sido ETA”.

A Javier Arenas, presidente en Andalucía de cierto partido nacional de cuyas siglas no quiero acordarme –por un par de frases-, el tiempo también le ha jugado una mala pasada: cuando el 24 de mayo dijo que a “aquellos que están todo el día hablando de la Guerra Civil yo les digo, pasado para el PSOE, futuro para el PP”, no sólo le falló la comprensión del tiempo sino también de la gramática y de las relaciones entre cosas concretas. Uno querría suponer que su frase venía a cuento de la que Aznar había pronunciado dos días antes, la del retorno al 37. El tono de Arenas es obviamente de reproche, al referirse de malos modos a Aznar como “aquellos que están todo el día hablando de la Guerra Civil”. Podía haber dado su nombre.

Por esta forma de ladrar su odio por las esquinas uno pensaría que Arenas es del PSOE. O de IU, porque Llamazares se cortó poco al calificar a Aznar de “salvapatrias” y “neofranquista”, y porque Arenas arremete después a la vez contra el PSOE y el PP, como repartiendo regalos. Para los primeros, dice, “el pasado de la Guerra Civil”. Falta un verbo, así que no sabemos bien qué dice exactamente. Puede querer decir, o que los rojos fueron los culpables de aquella guerra, o que los socialistas siguen intentando revivirla, bien por la ley de la Memoria Histórica o bien porque, siguiendo la tesis de Aznar, es a lo que llegamos cuando en un ayuntamiento no gobierna el PP. Lo intrigante es el final de la frase, “futuro para el PP”. Encima que nos falta el verbo, lo de hablar de la Guerra Civil en futuro da más miedo que hacerlo en pasado. Dadle un par de vueltas: en este caso sé que llegaréis a sentir pánico por cuenta propia, sin que os dé instrucciones de cómo se puede leer esta frase tan curiosa. Pero lo más extraño de todo es que pese a lo que pueda parecer, el partido que no quería mencionar antes y el que dirige Arenas en Andalucía es, premio, el PP.

Hablar del tiempo, algo tan intangible y a la vez con efectos tan reales, ha traído de cabeza a los filósofos. ¡Los filósofos! ¡Casi todos extranjeros! No es un tema que se nos dé bien. Empezaremos a darnos cuenta dentro de algunos meses de que lo que debería habernos ocupado este tiempo eran las municipales, cuando lleguen las generales y no nos dejen votar a nuestro alcalde. Muchos se sorprenderán: “¿pero cómo, las otras no eran las generales? Y Aznar, ¿no se presentaba? Mire usted que yo voté por él”. Será cuando se nos indique esto que nos daremos cuenta de que ha pasado el tiempo, aunque los que se presentan sean los mismos, y los temas, los mismos. Sólo habremos perdido la posibilidad de elegir quién gestiona nuestros hospitales, ambulatorios y escuelas, decide dónde y cuánto se urbaniza, cuánto monte desaparece o parques se construyen, dónde se sitúan antenas repetidoras o de telefonía móvil, de cuántos policías disponemos, o de cuántas plazas de aparcamiento, de la permanencia o no de los barrios históricos, y se ocupa de que el arte y la cultura, por ejemplo, sean para todos.

Total, X, que otra vez me acuesto tarde. A ver si tengo suerte y en lugar de en 1937 me despierto mañana.

jueves, 24 de mayo de 2007

Con Aznar hemos topado


Ya sé que me ha costado un poco más esta vez, pero es que me he quedado mudo, tan mudo, que las palabras no salían ni escritas. Me ha pasado cuando me he dado cuenta de que José María Aznar lee mis textos. Y que repite lo que escribo. Ajá. Se acabó el relativismo.

La primera vez que os escribí hacía hincapié sobre todo en la importancia de vuestro voto, en que incluso los que omitimos van a algún sitio, y así, pensando en dónde iban a parar esos votos que nos censuramos me lié con lo de las realidades múltiples. José María Aznar ha intentado dar la respuesta, en su estilo contundente, a mi pregunta: los votos que emitimos van, o al PP, o a ETA. Los omitidos, a ETA. Ahí me equivocaba yo.

Mis tesis se dan contra el muro de la realidad que el expresidente alza como quien separa los EEUU de México o Israel de Cisjordania, el que separaba Berlín de Berín y el que desgarra al Sáhara por dentro. Ni relativismo espacial, ni galimatías temporal. Veo que, al contrario que yo, hay gente que lo tiene muy claro. No sólo España es España, sino que a falta de una hay dos. Toma: Dos Españas. La de ETA y la del PP. No son las municipales, estúpido, ni son las generales, es la lucha más peligrosa que se ha vivido en el mundo entre el bien y el mal.

Y eso que, antes de tener que pararme a reflexionar sobre cómo y qué decir para que los expresidentes del país no me malinterpreten, tenía preparado un artículo bastante bonito para cerrar todo lo del relativismo.

Empezaba así:

“Vótenme a mí, por favor, para alcalde de su ciudad”. Y luego seguía diciendo que si la frase la pusiéramos en boca de Zapatero, o en la de Rajoy, no quedaría del todo rara, aunque sepamos que uno es el presidente del gobierno y el otro el que aspira a serlo. Podríamos pensar en todo caso que el gobierno de nuestro pueblo les queda grande, pero no nos parecería extraño que aspiren a ser alcaldes. De hecho, y gracias a la fenomenal flexibilidad de nuestro territorio nacional y la ilimitada ambigüedad de nuestro lenguaje, igualmente podrían presentarse en Cancún, Bosnia o Malasia. O aspirar a ser Papa de Roma.

A partir de ahí hablaba de la Iglesia, y escribía la frase que debía dar título al artículo, la ingeniosa “Con la Iglesia NO hemos topado”. Eso sí, enlazaba el tema de forma muy poco sutil con lo del Papa de Roma, en el párrafo anterior. Quería meterme con uno de nuestros temas favoritos, uno de los más reiterativos y una de las instituciones que más hace por frenar el paso del tiempo, negando incluso el concepto de “evolución” de Darwin. Si Darwin hubiera llamado a su teoría la de la “involución”, la Iglesia no se la negaría, pero así la teoría sería mucho más difícil de entender científicamente.

Escribía que no habíamos topado con la Iglesia porque la Iglesia no estaba (en las iglesias). Y que al haber dejado ésta de hacer su función básica, gestionar lo espiritual, la sociedad civil se había visto obligada a organizar ella misma lo místico y lo intangible. Era otra de las explicaciones que vendrían a explicar el por qué de nuestro relativismo. Al tomar la Iglesia las calles para protestar contra el gobierno de España, los ciudadanos se iban quedando sin parcelas de realidad, especialmente los madrileños, cuya Gran Vía desaparecía bajo un número indeterminado de religiosos por metro cuadrado, una cantidad extremadamente variable según los contase el ayuntamiento de Madrid, la comunidad, la policía o el gobierno central.

Otra vez la España indeterminada, la España mágica, la España de los prodigios. Un terreno tan etéreo como el cielo y el infierno, o más todavía; porque este último vuelve a existir, gracias a Benedicto XVI, después de que Juan Pablo I lo cancelase: por lo visto, estaba sólo en obras. Y tal vez por esto los obispos estuvieran tan cómodos en la ciudad de Gallardón. Mis amigos madrileños me dicen que el infierno existe: “está aquí, pero tiene muy malos accesos”.

Durante este mes los religiosos nos han dejado casi tranquilos, porque ahora se concentran en otra plaza, venga a darle vueltas a una pequeña casillita que está en la parte inferior de nuestras declaraciones de renta. “Hay que marcarla, hay que marcarla”. Con un sudoku nos los quitábamos de encima para siempre.

El problema es que mientras ellos se ocupan de lo económico y lo político, del sexo civil y de la educación pública, a los ciudadanos de a pie se nos sale la mística por las orejas. La famosa reserva de espiritualidad española no va a desaparecer sólo porque los obispos dejen de hacer uso de ella. A lo mejor se pone agria, pero no desaparece. Y desborda. Nuestro fondo de espiritualidad escapa a nuestros control como una polución nocturna después de una abstinencia larga. Si quisiéramos, podríamos inseminar al resto del mundo.

Con este artículo pretendía admitiros que me daba cuenta de que en mis textos había intentado explicar por medio de la física y la ciencia lingüística lo que sólo puede entenderse con un acto de fe. Que nuestro espacio no es cuántico, sino místico. Que por ello no existen fronteras, y que a causa de esto las cosas que ocurren pueden a la vez no estar ocurriendo. Es esa parte de la realidad que se me escapaba con la sinécdoque, que aunque literaria, está sujeta a definición de diccionarios. Pero entonces se me ocurría que a lo mejor ambas cosas podían estar conectadas, teniendo en cuenta que el mismo Einstein era judío devoto y que muchos científicos creen estar acercándose al Espíritu cuando a través de la cuántica descubren que dos partículas de energía pueden estar en dos sitios a la vez.

En dos sitios a la vez. Es como decir que Isabel Pantoja, además de folclórica, puede ser corrupta. O que el agua del Ebro puede estar en el Ebro y a la vez en el Turia. Todos los ríos el mismo; como dentro, fuera y como arriba, abajo. Los de Salamanca, a votar en Cataluña. Los de Murcia y los de Valencia, también. Los de Madrid, en España. Igualmente nadie sería culpable: Fabra, el de Castellón, podría estar imputado por delito fiscal y tráfico de influencias y a la vez ser una persona decente, como Julián Muñoz y tantos y tantos otros. Nuestra costa podría, así, ser en realidad una ciudad continua, y nuestras zonas verdes ser espacios quemados, urbanizables. Las áridas poblaciones de Valencia, Murcia y Andalucía podrían, libres de las pesadas obligaciones de la realidad, ser el lugar idóneo donde plantar campos de golf. Y las elecciones municipales podrían ser, a la vez, nacionales, así como los presidentes generales de cada partido podrían ser alcaldes de nuestros pueblos. Madrid sería toda España y a la vez sólo uno más de los estados balcánicos, o Malasia, o Cancún.

¿Por qué insistir con Madrid? Por centrarme. Por el kilómetro cero de la puerta del Sol, el kilómetro desde el que empiezan todos los kilómetros del mundo, desde el que se empieza a contabilizar nuestra tierra (más o menos kilómetros según quien la cuente y desde donde), y porque en este tipo de pensamiento mágico en que me encuentro se me antoja como una especie de Aleph de Borges en plan castizo. Y porque las elecciones municipales de Madrid nos habían permitido, hasta “José María Aznar: el regreso”, uno de los mayores motivos para hacer de nuestras municipales unas generales.

Vamos a revisar un momento complicado de la campaña, más enrevesado que mis textos. Hasta hace una semana nadie conocía al candidato socialista a la alcaldía de Madrid, y desde entonces los socialistas de Madrid preferirían que no se le conociera. Miguel Sebastián hizo un ejercicio dialéctico complicado, apoyado en un material gráfico difícil, y le salió mal. Fue durante un debate emitido en TVE que Sebastián se lanzó a hablar como todo político español debe hacer: esquivando las frases que puedan resultar sospechosas de realidad, claras y directas. Resulta difícil entender lo que intentaba implicar Sebastián cuando enseñaba la foto de una revista a Gallardón (una mujer) y le preguntaba si había tenido relaciones con algún malayo. Aunque también es difícil entender que Gallardón dijera entonces que no iba a hablar de su vida personal, en lugar de referirse a las relaciones más abstractas de Sebastián, y que insistiera él mismo con su vida personal al señalarse las partes bajas en las que afectó el golpe de Sebastián. Este debate, central en la campaña por la alcaldía de Madrid, continuó con Sebastián diciendo que él no hablaba de vidas personales y con Gallardón insistiendo en que él no hablaba de su vida personal. Podían estar diciéndose lo mismo o lo contrario, pero sólo ellos lo sabrán. Puede que tampoco.

El caso es que el ejercicio de Sebastián sirvió para que Rajoy reclamara para su partido, en cada municipio que visitó los días siguientes, el voto de los socialistas enfadados con Sebastián: “ya sé que ustedes votan en Tarragona, pero, ¿no están tan ofendidos con este hombre, que podría llegar a ser alcalde de Madrid, como para votar en cambio a este otro señor del PP aquí?” (al decir “este señor” Rajoy extiende su mano a un señor que en Tarragona es tan poco conocido como Sebastián lo era en Madrid).

Las elecciones de Madrid en toda España: volvemos a lo mismo. A partir de este momento fue lícito pedir a los ibicencos molestos con el urbanismo salvaje de su isla votar contra el alcalde de Almería. Y reclamar el voto de los murcianos sin agua para los que no toleren que en Galicia nadie haya respondido por los incendios del último año. Rajoy está pidiendo, de un modo tan obvio que no necesito retorcer el lenguaje para demostrarlo, el voto para sí como alcalde de España. Le ha seguido Aznar. Y ahora Zapatero pide el voto para los socialistas a aquellos que estén ofendidos por que Aznar los haya metido en la misma España de ETA. También se confunde: Aznar habló a todos los Españoles y les dijo que la mitad eran de ETA, incluyendo en ello a muchos más que a los socialistas. Pero bueno.

El terrorismo, que había remitido relativamente (uso la palabra “relativamente” en su sentido más simple), se ha convertido en el centro de una campaña política en la que lo que menos importa son nuestras infraestructuras y en qué se gasta nuestro dinero, aún sabiendo que en España los gastos importantes están derivados a las autonomías y que muchas decisiones fundamentales se toman en los pueblos. ETA vuelve a ser la gran amenaza, el motivo por el que se debe votar viva uno en Melilla, Santiago de Compostela o en Jerez de la Frontera. Habrá que atender a los últimos movimientos de ETA para saber si cambiar de alcalde en caso de que el servicio de basuras de un pueblo X no rija. Ahora ETA, sabiendo que la mitad de España está con ella (es ello), debe estar contenta, muy crecida. Tanto como para poner una bomba debajo del coche de un concejal del PSE.

Aquí es donde doy el salto mortal sin red e intento abrochar los dos artículos de hoy: el de verdad, el que comenzaba con las últimas joyas de Aznar, y el que se volvió ficticio al ser fagocitado por el otro, que empezaba poniendo en boca de Rajoy la petición del voto municipal para sí mismo. Pero no me creo capaz. No, no es que no consiga relacionar a Aznar y a Rajoy en el mismo artículo, o en el mismo partido, o en la misma facción de las dos Españas. Es que aunque ya admito que ¡no son las municipales, estúpido!, no sé qué puedan ser si no.

Son las elecciones reales. Por supuesto no hablo de votar al rey: en esto se agradece algo menos de democracia y el poder decir “yo no he sido, yo no le voté… ya estaba ahí cuando llegué”. Lo que digo es que son las elecciones en las que se dirime la realidad, además del triunfo del bien sobre el mal, porque esta gente que debería callarse antes de poder escucharse a sí misma es la que va a ir tejiendo, en cuanto tengan el poder, la trama de nuestra realidad. Esta gente es la que va a decidir, si se le deja, si hay una España o dos, una para ETA y otra para el PP.

Así que “vótenme a mí, por favor, para alcalde de su ciudad”.

lunes, 21 de mayo de 2007

España Trópica (Relativismo lingüístico-espacial I)

El estadounidense y privado barco Odyssey ha encontrado un galeón español hundido con el mayor tesoro, en doblones y monedas de oro y plata, que jamás se haya hallado en el mar. Los norteamericanos dicen que el barco estaba en aguas internacionales, pero España ha enviado a la guarda civil a patrullar la zona, para evitar la odisea de tener que recuperar luego un tesoro que podría ser nuestro, pero que los americanos parecen de todos modos haberse llevado ya.

Los pecios en sí son nuestros, igual que los huesos de un tiranosaurus rex son de ese dinosaurio en concreto: aún así, el paso del tiempo hace que ni el dinosaurio ni nadie pueda reclamar sus restos con facilidad. El pasado acaba siendo de todos y de nadie, como luego veremos. El problema aquí es que mientras que la ley internacional otorga un margen de 24 millas náuticas al espacio marítimo que cada país puede considerar propio (12 con soberanía absoluta, otras 12 de las que es delito retirar nada sin autorización) la ley española de patrimonio nos otorga, por propia cuenta y riesgo, la propiedad de las aguas en 200 millas. La dificultad de fijar nuestro espacio imaginario al elemento tierra, representante alquímico de lo permanente, ¿cómo quieren estos americanos que fijemos el agua, tan fluida ella, tan ligada a lo sentimental?

No hay quien, después de haber vivido fuera durante un tiempo, regrese a España sin una anécdota concreta, la del extranjero que pregunta si en nuestro país tenemos lavadoras o televisión. La broma es más recurrente si uno ha vivido en Estados Unidos y es tan popular que si nadie le ha hecho al viajero la pregunta durante su estancia, éste volverá a España con la sensación de que se ha perdido una parte importante de la experiencia. La variación que viví yo, afortunadamente parte de un broma, es la de “Ah, sí, España… me encanta México”.

No es tan descabellado pensar que España podría estar en México. Del modo en que hablamos de él, nuestro país podría ser Cancún: somos el destino envidiable del mundo, el único lugar en que “sabemos comer” y “vivir”, en el sentido más pletórico de la palabra. Quien vea llenarnos la boca al decir “aquí sabemos vivir”, pensará que en España el nivel de estudios tiene su justo reflejo en el ámbito laboral, los empleos son estables y los sueldos decentes, la sanidad pública sana y la educación educa. Por el modo en que nos referimos a España, sobre todo cuando la comparamos con la homogénea vastedad “del extranjero”, parece que la visionemos durante un sueño que nos ha costado mucho coger a bordo de una patera. España mítica. España trópica.

Desde que España salió del rincón oscuro de la historia la anécdota de la lavadora es menos frecuente. Ahora son los no-españoles los que tienen más facilidad para saber qué es España, pero sólo porque no tienen la suerte de participar de nuestra complejidad mental y emocional. Reduccionistas como son, se conforman con localizar a España entre Francia y Portugal, entre el cantábrico, el atlántico y el mediterráneo. Aunque por el modo en que hablamos podría inferirse que en realidad aún no hemos decidido qué somos y que andamos sin Norte, hay que esforzarse en descubrir que nuestro lenguaje supera a la realidad y la conforma como en ningún otro sitio, porque bebe aún del del Siglo de Oro. Puede que lo que nos quede de todo ese oro sea una mínima pátina dorada, pero al rebrillo del sol, ahora que abandonamos los rincones oscuros, es suficiente para cegarnos. El ministerio de cultura haría muy bien en dejar que los americanos se lleven nuestros pecios: las joyas que se nos caen de la boca son suficiente tesoro.

Hemos superado, como nación, el uso más básico del lenguaje y hace mucho tiempo que esta herramienta nos sirve ya sólo mínimamente para nombrar cosas concretas. Preferimos referirnos a lo que no nos referimos que caer en la simpleza de decir lo que decimos. Por ello las elecciones municipales se viven a nivel nacional y por ello hemos dejado de tener izquierda y derecha, dos referentes espaciales que nos resultaban demasiado sencillos. Es bonito pensar que, precisamente porque leemos menos que en cualquier otro país europeo, las figuras literarias y los tropos, como la metonimia y la sinécdoque, hayan de reclamar su lugar fuera de los libros. Así que más que hacer mapas topográficos del país tiene sentido guiarnos en nuestro viaje con una carta tropográfica. O tropical.

Me inquietan sobre todo la metonimia y la sinécdoque, dos tropos que nos permiten entre otras cosas nombrar la causa por el efecto, el signo por la cosa significada o la parte por el todo. Aunque no nos demos cuenta, funcionan también en nuestro día a día, no porque seamos españoles, sino porque somos personas con lenguaje. Aún así, el hecho de ser españoles permiten, habiéndonos deshecho de una parte importante de la realidad, rellenar el hueco que aquella dejó con tropos inusualmente corpóreos, casi físicos, muy reales. Por ejemplo: cuando Franco decía “queda inaugurado este pantano” podría estar queriendo decir, en realidad, “queda inaugurado este país”, dándose el gusto de recrearlo cada pocos meses a golpe de tijera corta cintas, o incluso podía estar afirmando para sí que “queda inaugurada esta parcela de universo paralelo”. Pero incluso a Franco le suponemos un cociente de relación mínimo con la realidad y podemos imaginárnoslo diciendo cosas mundanas como “juro lealtad a la bandera”. Lo importante es la última parte: con “bandera”, quería decir “país”.

Por fin descubro mis cartas (por mis “intenciones”) y os dejo ver que con “trópico” no me refiero a que seamos una república bananera (perdónenme el cliché mis amigos tropicales): nada más lejos de mi intención insinuar que en España nuestros políticos miren más por su propio interés que por el beneficio del país, o que, teniendo poco sentido de estado, usaran temas serios como arma electoral o hicieran del congreso su patio particular donde berrear, gritar y patalear como niños malcriados. Así es que no somos una república bananera, aunque sea porque, en todo caso, de ser bananera España sería una monarquía parlamentaria bananera. Tampoco evoco nuestro pasado de gran imperio “mercantil”, nuestra habilidad recaudatoria en los mares tropicales. Tropos. Sólo.

¿Cómo nos afectan los tropos? Por decirlo sencillamente: la parte contratante de la primera parte, de la parte del contrato que afirma que se puede nombrar una parte de algo por su todo, es la parte del efecto trópico que puede hacernos confundir a nuestros políticos municipales con sus representantes nacionales. Puede que aunque queramos que el PP gane las elecciones en nuestro pueblo, porque traería la regeneración democrática de la que tanto alardean en el pueblo de al lado y que tanta envidia nos da, nos deje de apetecer si nos imaginamos que el jefe de nuestro alcalde sería Rajoy. En realidad, como todos sabemos, el jefe del alcalde son los ciudadanos de su pueblo, pero es humano considerar que el presidente de su partido podría importarle más a nuestro alcalde en un momento dado. Entonces, uno deja de votar al PP de Burriana porque se le dispara la imaginación y piensa en la relación que su alcalde pueda tener con Fabra, o con Camps, aún con Zaplana e incluso con Aznar. Llegados a este punto es difícil parar de relacionar y se puede tener la tentación de meter a Aznar y Fraga en el mismo saco y a Fraga y Franco en la misma dictadura.

Atención, me dice la voz critica que repasa mis textos mientras los escribo, estás a punto de deslizarte de nuevo de la relatividad espacial a la temporal, y ése no es el tema de hoy. Cuidado, me repite, estás a punto de nombrar la ley de la memoria histórica. Y, vaya, ya la he nombrado.

En defensa de la coherencia de lo que escribo diré que la ley de la memoria histórica tiene, en verdad, mucho de espacial, aunque tampoco podamos pedir a este espacio una concreción obvia. En parte la ley debería servir para encontrar esas fosas comunes que tienen tanto de humedad y oscuridad como nuestra memoria nacional, pero que al fin y al cabo son lugares existentes. Difíciles de localizar, sí, pero existentes. La ley además ha revitalizado un debate que se inició cuando el gobierno español cedió algunos papeles de Salamanca al gobierno catalán; la repercusión es que en estas elecciones algunos salmantinos votarán, además de a su alcalde o contra su alcalde, en relación a Cataluña, lo que es extraordinario en unas municipales. Luego veremos que todos tienen razón. Por último, durante el torbellino político que ha creado la ley, se ha hablado de sacar a pasear a los muertos; por escabrosa que resulte la imagen, apoya mi tesis, pues si los muertos han de pasear habrán de pasear por algún sitio. Muertos, fantasmas, espectros.

El espectro político en España es efectivamente hoy una aparición ectoplasmática, difusa, inasible: carentes de la capacidad de explicar qué es España, hemos ido perdiendo puntos cardinales, y no sólo el Norte. En nuestro espectro político ya no existe la relación entre izquierda y derecha, lo que es casi como haber perdido el Este y el Oeste. Ambas, izquierda y derecha, parecen cosa del pasado, y tal vez por eso la idea de legislar sobre la memoria histórica haya levantado ampollas a ambos lados: a unos les parece demasiado real y a otros demasiado irreal, pero en los dos extremos juega un papel fundamental la sinécdoque, la parte por el todo.

De lo que “supuestamente” (presunción de inocencia) era la derecha surgió entonces lo de “sacar a pasear a los muertos”. A algunos políticos del PP les parece que, por culpa de esta ley, la parte que les toca podría verse demasiado ligada a un todo particular: el hecho de que estén metidos en el mismo partido que Fraga podría significar con demasiada claridad que, de hecho, están metidos en el mismo partido que Fraga. Que cada uno junte los puntos como mejor sepa, quiera o pueda, y saque sus conclusiones.

A los de IU por otro lado (aunque sin izquierda o derecha este otro lado nos parecerá el mismo) les dio también la sensación, aunque por motivos opuestos, de que la ley era demasiado trópica: sentían que se daba una sobredosis de sinécdoque, lo que propiciaba un exceso de abstracción al impedir dar nombres concretos y decir que éste y aquél, con apellidos, represaliaron a aquella y al otro, con apellidos. Debemos conformamos con un poquito de realidad que haga de símbolo del resto. No entienden la lógica del pecio. Pero es que un partido que lleva en sus siglas una palabra que designa algo extinto no puede dejar de ser sospechoso de anacronía. Incapaces de regenerarse y soltar lastre están a punto de extinguirse ellos mismos por no entender esta sencilla verdad de la espacialidad española: no hay izquierda ni derecha.

Que conste que no es una cosa que se me haya ocurrido a mí. Me da por pensarlo cuando escucho tan a menudo que todos los políticos son iguales. A mí personalmente me ocurre una cosa rara: al pensar en la gente que conozco me da la sensación, inexplicable, de que tal persona está algo más a la izquierda que yo y tal otra bastante más a la derecha. O al revés. El caso es que noto un hormigueo que me indica que no estamos en el mismo sitio, aunque en realidad estemos tomando una cerveza en el mismo bar, o departiendo amistosamente en lo que parece ser una sala de estar.

Sólo hay centro en España, da igual lo que me diga mi intuición. Excepto los de IU, que seguro andan tan psicomedicados como yo, son los propios políticos quienes más publicitan esta idea. Todo el mundo vive hoy en un misterioso centro político que debe estar bastante saturado y quien no defienda que todos los políticos son iguales, corre riesgo de extinción. Se me ocurre que si hubiéramos de trasladar los referentes espaciales de nuestro espectro político al territorio físico español, sólo existiría Madrid. Sin derecha y sin izquierda, sin Este ni Oeste, lo único que habría entre Portugal y el Mediterráneo sería una ciudad que se alzaría, por arte de metonimia, en representante absoluto de España. Sería lógico entonces que en su Plaza de Colón ondeara una bandera española casi más grande que la villa, pues Madrid vendría así a representar la España entera, la España toda. No creo que pudiera pasar, pero volveré a ello mañana.

Aunque a una semana de las elecciones las aguas estén calmas, y todos nuestros políticos vayan a ganar donde ya han ganado antes, quiero pediros que recordéis la sinécdoque con afecto. No puedo deciros que lo sois todo, por separado, por mucho que os quiera. Vuestra papeleta, incluso por omisión, será sólo una parte del todo. Pero será una parte. Juntad los puntos. Y no queráis reclamar lo vuestro cuando lo vuestro sean sólo un montón de pecios.

domingo, 20 de mayo de 2007

ESPAÑA CUÁNTICA II: ¡son las municipales, estúpido!

“It’s the economy, stupid!”, o “¡Es la economía, estúpido!”, se cita como la frase que permitió a Bill Clinton alzarse con la victoria en las presidenciales USA de 1992. Era una frase tan simple, tan directamente dirigida al corazón de los electores, que desarmó la retórica del candidato republicano y convirtió casi automáticamente a Clinton en presidente de su país. En España se acuñó, un poquito más tarde, el “Váyase señor González”. La diferencia está en que mientras que Cliton pronunció su frase una vez, alto y claro, José María Aznar repitió la suya ad infinitum, sin saber que con ello invocaba el espíritu de una época que habíamos dejado atrás, o creíamos haber dejado, con la transición.


En España, durante los años centrales del siglo XX, vivimos alejados de la realidad allende nuestras fronteras, sobreviviendo como un estado autógeno que se defendía como mejor podía de la injerencia extranjera. Esta última fórmula lingüística, la de la injerencia extranjera, fue parte junto a muchas otras de la alacena en que se almacenaba el verbolario franquista: un conjunto de frases grandilocuentes que rediseñaba España al margen de la realidad por la que discurrían otros países. No nos protegíamos, aunque lo dijésemos, cuando celebrábamos nuestra “Paz Española”, del “comunismo” de la Gran Bretaña: la verdadera amenaza era, para esta “Reserva Espiritual de Europa”, la realidad.

La realidad, simplemente.

Los fascismos se caracterizaron, entre otras cosas, por el uso grandilocuente del lenguaje, por el retorcimiento de las palabras y de las construcciones gramaticales hasta que el significante podía prescindir de significado. El lenguaje podía ignorar la realidad, funcionando al margen de ésta, o someterla convirtiéndola así en su rehén. Un fascismo, normalmente, reparte su verborrea entre ambas opciones, consciente siempre de que al nombrar el mundo lo re-creamos. Cuando un fascismo cae, es porque la realidad ha conseguido filtrarse por las grietas del verbo, a veces gracias a un ejército enemigo, pero otras veces porque el propio país se rebela contra la irrealidad. No es el caso de España, país que depende del surrealismo como el yonqui de su heroína.

En las manos de un buen fascismo está el saber distribuir la cantidad de realidad que permite a sus miembros; si la dieta de realidad se hace demasiado estricta el encanto podría romperse. A veces no. Franco probó con su “régimen” el límite de los españoles, permitiéndonos mordisquear pedazos de realidad pero sin darnos nunca el plato entero, y debió quedar satisfecho. Sabíamos que fuera de España, en casi todos los países vecinos en Europa, la realidad se manifestaba en forma de elecciones democráticas y pornografía. Nuestra realidad pasaba por el destape y algún referéndum light.

Sé que algunos se quejaran y dirán que durante Franco había bastante realidad, que ellos mismos la vivieron; la veían, la sentían y la sufrían diariamente. Y sí, había realidad, pero sus fibras habían ya quedado ligadas a aquellas de la irrealidad y el surrealismo: ¿es de algodón una camiseta que tiene un 60% de algodón y un 40% de licra? Sí, es de algodón, pero a la vez no es de algodón.

Franco nos inició en el relativismo lingüístico, un relativismo que se forjó a la vez que el relativismo espacio-temporal al que me referí en mi último texto, y que los españoles no supimos sino asumir en mayor o menor grado. España pasó a ser espacialmente una única, grande y libre, por lo menos, de palabra. La imagen imaginaria de nuestro país se creaba a golpe de noticiero: el anodino NODO nos llevaba por todos los pueblos de España, narrando la épica de cómo un país formado de pueblos tan distintos podía tener un espíritu único. A la vez que NODO trazaba un retrato firme y en blanco y negro de la multicolor geografía española, servía al propósito de recrear un espacio temporal único: igual que las diferencias entre las vascongadas y Andalucía se reducían al nivel de pequeños matices folclóricos, los términos ayer, hoy y mañana formaban parte de un bloque temporal indisoluble.

Durante cuatro décadas los noticiarios insistieron en las mismas noticias, con un tempo sosegado que aseguraba a los habitantes de España que en su país no pasaba nada y, que si pasaba algo, formaba parte de un ciclo mayor: el aniversario de José Antonio, la proclamación de la libertad española, las pascuas y las múltiples semanas santas, el caudillo pescando, las navidades y sus belenes, sus pueblitos de estampa en los que el tiempo parece reposar bajo la nieve, la llegada de los turistas, Franco pescando otra vez, el siguiente aniversario de José Antonio, más pascuas y más semanas santas multiplicadas, aún más turistas y los reyes católicos que seguían, como mandaba Dios, muertos, pero revisitados con regularidad.

No es de extrañar que la frase “Queda inaugurado este pantano” haya llegado hasta nuestros días entera en su significante y llena de significado. Los niños de la democracia crecimos sin saber bien quién era Francisco Franco, aunque a veces pensábamos que debía ser parte de nuestra familia porque oíamos hablar del tío Paco. El propio Franco sufrió, de hecho, en el inmediato segundo que siguió a su muerte un baño de irrealidad, gracias al cual se nos hizo muy difícil saber, ya y por siempre, quién o qué fue. Palabras como “dictadura” y “régimen de Franco” se alternaban sin dificultad en nuestras conversaciones, y nadie podía explicar, aunque tuviera una emoción al respecto, qué cosa exactamente significaba “franquismo”; los “represaliados” del sistema se convirtieron en fantasmas, porque la palabra parecía no indicar nada; el vocablo carecía de significado, de algo a lo que nombrar, de una realidad a la que asirse; y la guerra civil dejó de existir simplemente porque aquel tiempo sí había pasado. La historia, que en otros países sirve para recuperar el tiempo, en España servía para negarlo. Pero es que la Historia misma en España dejó de tener significado.

Sólo la frase que inauguraba los pantanos, aún más que los mismos pantanos, siguió teniendo significado y lo ha tenido hasta nuestros días, precisamente porque su valor comunicativo es innegable. Se hacía un pantano, se cortaba una cinta, y nadie podía refutar que lo que había habido era una inauguración y que lo que se había inaugurado era un pantano. Quien negase al caudillo que lo que había inaugurado no era un pantano (sino una bicicleta, o un rastrillo) no hubiera sido ajusticiado por disidente sino por tonto. Puede que la frase haya pervivido porque es la única verdad que se les dijo a los españoles durante mucho tiempo, así que no pudimos hacer más que asumirla y reverenciarla como se reverencian las cosas que uno no entiende bien. La frase adquirió carácter mágico.

Aunque parezca extraño, es la sencillez y veracidad del “queda inaugurado este pantano” lo que nos impedía entender la frase. La recibimos como maná, como un mantra, porque a nivel inconsciente e instintivo no podíamos dejar de sentirla como un balón de oxígeno fundamental, la única concesión que Franco hizo a la realidad. Pero ya estábamos perdidos, porque habíamos dejado de entender el valor de la verdad.

Aunque durante los primeros años de democracia pareció que nos deshabituamos de nuestra adicción al surrealismo, sólo vivimos un espejismo. Después de años de ficción espacial y temporal teníamos mucho tiempo que recuperar; hicimos a las prisas una reestructuración geográfica de España que, ahora que por fin corren los relojes, sucumbe al paso del tiempo y se agrieta como los pantanos (que, al contrario que su frase, tienen fisuras). Durante unos mínimos años hicimos valer la recién recuperada realidad con tanto orgullo que nunca perdonamos al gobierno de González el intento de hacernos creer que no habíamos votado “NO” en un referéndum sobre la OTAN.

Pero fue todo un rebote adolescente. Desde hace unos años oímos hablar mucho de nuestra “consolidación democrática”, de España como “país maduro” y de la “normalidad”. Pareciera, juzgando por la desidia que nos provocan las elecciones y lo poco que exigimos a nuestros políticos, que estamos de acuerdo con ellos y que de hecho estamos ya donde nos toca estar, que podamos descansar por fin, pausando poco a poco el ritmo con el que avanza el segundero de nuestro reloj. Los años 80 fueron una novedad y se quedaron sólo en eso, en una extravagancia. Una de las paradojas de España es que aunque tendamos a imaginar que la madurez suele hacernos tocar tierra, en nuestro caso nos alejamos de ella.

Volvemos ahora a la irrealidad, al voraz relativismo del espacio-tiempo-lenguaje. Nos roban la realidad, como nos robaron la manifestación de CCOO del 2003 contra el decretazo (no existió) o nuestros gritos contra la guerra de Irak. Nos escudamos en el consuelo de los tontos, en que aunque fuimos barridos de la realidad, no estábamos solos. Hay gente a la que formar parte de la irrealidad, a la fuerza, le toca más de cerca, como a Carmen Alborch, candidata socialista al ayuntamiento de Valencia que no existe en Canal 9, o a Ángel Pérez, candidato a la alcaldía de Madrid por IU que se desintegró en directo en nuestros televisores cuando los otros dos candidatos (Sebastián del PSOE y Gallardón del PP) se enzarzaron en su disputa particular.

Ni los pantanos están libres hoy de filtraciones, ni el agua es ya sólo agua en España, ni las inauguraciones son ya inauguraciones. Si no, tirad de hemeroteca e intentad entender cómo la ministra de fomento, Esperanza Aguirre y Gallardón han inaugurado por separado lo mismo aún sin estar acabado. Inaugurar lo que aún no existe es un síntoma claro de pérdida de contacto con la realidad, sea lo inaugurado una no-escuela, un no-hospital, o una no-instalación deportiva.

“¡Son las municipales, estúpido!”. James Carville, autor de la frase de Clinton, podría desgañitarse y sólo nos daría grima; pena, en el mejor de los casos. Grita todo lo que te apetezca, James Carville, que aquí las cosas sencillas, las frases que significan lo que parece que significan, nos resultan sospechosas. Lo de los pantanos nos lo tragamos, está bien, pero obviamente no vamos a adorar cualquier cosa que sea verdad. Aquello ocurrió una vez y fue la excepción que confirma la regla: estamos ya muy bien educados en esto de movemos mejor en el surrealismo y nuestra respuesta a la realidad es sentir miedo, aunque este miedo tenga algo de reverencial.

Queda inaugurado este agujero negro.

viernes, 18 de mayo de 2007

ESPAÑA CUÁNTICA I


Si Navarra no fuese Navarra, ¿sería España España? ¿Y Sería seria España? Me pregunto si no nos hubiera venido bien, después de todo, un salto cuántico a un universo paralelo en el que el tiempo y el espacio volvieran a ser normales. Y vuelvo yo a Bernie, porque este texto va de “volver”, volver hasta la nausea, volver hasta devolver.

Bernie, Eccleston, inauguró las elecciones valencianas (y con ellas las elecciones mundiales) precipitadamente, un día antes de que de facto entrásemos en campaña. A Esperanza Aguirre le debió venir bien, porque por fin pudo descansar ella misma y dejar de inaugurar hospitales de quita y pon, escuelas y estaciones de metro de una a una; la legislación electoral le hizo, de un modo u otro, de prescripción médica: “por favor, déjese lo de cortar cintas rojas durante un rato, fume todo lo que quiera en su comunidad autónoma y reduzca las conversaciones con Gallardón a lo esencial”.

Llevamos poco más de una semana de campaña electoral. Dentro de otra semana podremos votar. Pero eso no significa que podamos respirar tranquilos, porque las urnas son un órgano de metabolismo lento: el proceso de inspirar papeletas y expirar resultados ha dejado de ser, desde hace años, garante de vida democrática normal. No creo arriesgar demasiado si digo que poco cambiará después de haber votado a nuestros alcaldes y presidentes regionales. El gobierno estatal seguirá negociando con ETA (o no), y la oposición seguirá negociando con ETA (o no) cómo hacer para no negociar con el gobierno. Las elecciones, nacionales o autonómicas, se celebrarán regularmente, pero en los momentos de transición, entre una y otra, no perderemos de vista ni por un segundo a los políticos. En España, es más fácil adivinar el futuro que comprender el pasado.

Parece que fue ayer cuando se ilegalizaban las listas de Batasuna. Y es cierto, fue ayer, pero también hace cuatro años.

No encuentro la explicación, mirando por el retrovisor, a por qué el tiempo se detuvo en España. O a cuándo ocurrió. Pero es fácil que las ganas de estar desganado políticamente se deban a que, al menos desde el primer tripartito catalán, vivimos una campaña electoral continua. Si España fuera una película, ahora mismo, sería difícil implicar a Buñuel en su dirección. Guión en mano diría que no lo entiende. David Lynch tampoco haría una fiesta ante este encargo: “no pasa nada, y cuando pasa algo, no tiene sentido”. Berlanga se jubiló con el rabo entre las piernas, tal vez temiendo que La Ciudad de la Luz (en el Alicante de Terra Mítica) pudiese servir a una epopeya que le superaría por todos lados.

Un guión de España requeriría crear en el espectador la sensación de que el tiempo es cíclico: más allá de haberse estancado, la materia temporal en la España de nuestra película volvería sobre sí misma, sin cambios ni aparentes ni de fondo; los actores repetirían siempre las mismas frases y realizarían las mismas acciones, como ratas en una rueda de jaula; en los momentos excepcionales en que alguien pareciera salirse del guión, la película fingiría ignorarlo, el propio personaje lo negaría, y el montaje final se encargaría de hace que el espectador dude de lo que acaba de ver. Si la película durase seis horas, por noble que fuera este experimento artístico, no habría patio de butacas que lo aguantase. Sin embargo aquí estamos todos, sentados en fila, callados y esperando a que de una vez pase algo. Creo que los países no tienen títulos de crédito, aunque sí títulos nobiliarios y créditos familiares.

Así que no habría productor que comprase el guión, que intentase desenmarañarlo y convertirlo en una obra rentable. Aznar, inevitable bufón secundario de nuestra obra, se viaja al extranjero para advertir a los empresarios confundidos sobre los peligros de invertir en España, que nunca había tenido un gobierno peor en su historia.

Si bien el tiempo español se repite y se enrosca sobre sí mismo y en torno a Irak, el 11-M, el 14-M o la M-30 (y alrededor de Zaplanas, Acébeses y demás folclores), el espacio en España también anda revuelto, y no sólo por Navarra: España se balcaniza, y ya hemos dicho que es más fácil adivinar el futuro que entender el pasado en nuestro país.

La frase “España se balcaniza” es del mismo expresidente que insistía en que España iba bien. Si hubiera estado más despierto, se hubiera dado cuenta de que España se iba, y bien. Podría haber dicho “España está bien”, o “España está mejor”, o “España permanece, bien, gracias”. Pero dijo que España “iba”, y bien. Claro que cuando nadie sabía que España se iba, Aznar tampoco lo sabía. De hecho, Aznar sigue sin saber que se ha ido, él mismo. Pero Aznar no puede saberlo porque Aznar no puede haberse ido, porque es parte de la idiosincrasia espacio-temporal española de la que nadie, nada, desaparece. Ni Franco. ¿Una ley de la memoria histórica? Dos.

Es un misterio que cayucos y pateras sigan llegando a nuestras costas, a pesar de la deriva a la que está propulsada nuestra tierra. Deben tener unos radares mejores que los aviones norteamericanos que cruzaron el cielo español, porque nuestro gobierno niega que se haya usado nuestro espacio aéreo para trasladar detenidos a Guántamo: si el territorio español es difícil de medir, cómo no iba a serlo el cielo. Es otro enigma que la OTAN todavía no haya intervenido militarmente, a pesar de Solana, en nuestra balcanización patria. Es un misterio que cuando hablo, aquí en Berlín, de España, los alemanes sepan mejor que yo a que me refiero: “no, no, que yo hablo de España”, “Na ja, Spanien, mi comprendo”. “No, no, no, porque yo hablo de España”. Al final se quedan pensando que me han entendido.

El caso es que llevamos cuatro años, como mínimo, de elecciones permanentes. El tiempo, en España, me lo imagino como hilillos de plastelina, flotando pringosos en el mar y alargándose indefinidamente, desapareciendo sólo por un momento para aparecer, por arte de la musa de los giros de guión, después. No era tan sorprendente ni tan bueno el giro de guión este, pero en lo que hay. El espacio español, por otro lado, ya no sé cómo imaginarlo. Sin embargo me da la sensación que mientras que el tiempo se densifica, haciéndose sólido y asfixiante, el espacio se nos deshilacha, tornándose peligrosamente estrecho y fluido: si no, cómo se explica que ante unas elecciones municipales y autonómicas nos comportemos todos como ante unas nacionales. Porque se nos escapan los conceptos espaciales: porque lo que ocurre en Marbella importa más en Elche de la Sierra que lo que ocurre en Elche de la Sierra; porque no votamos para tener más o menos calles, mejores o peores, sino para que España sea España y nuestra panadera de todos los días no sea una panadera terrorista.

Nos falta Einstein explicándonos por qué su teoría de la relatividad entre el espacio y el tiempo es más relativa en nuestra España de los absolutismos y los extremos que en otros lugares del universo. Si en mi primer texto os pedía el voto (en general, no para mí), y en el segundo os anunciaba que yo no votaría, en este tercero os pido que tampoco votéis vosotros, pero que no votéis a lo grande, que no votéis e impliquéis a toda España en el no votar. Intuyo que, como el apagón global, no funcionará, y con que vote uno, la habremos jodido, porque habrá votado por nosotros. Mejor así: votad, me retracto. Y mejor así: que no venga Einstein, que sería capaz de decirnos cómo salir de nuestro país paralelo (lo de universo paralelo nos queda grande) sólo si Camps gana las elecciones en Valencia, Aguirre lo hace en Madrid, y Sanz, en Navarra.

La historia, que se repite como plato de fabada.



jueves, 17 de mayo de 2007

MI LADO OSCURO


Mi amiga A me ha escrito diciéndome que no vio el lado oscuro de mis reflexiones cuando, ayer, vomité sobre vosotros algunas de mis iluminaciones. R y T sin embargo me han felicitado por hacer uso de cierta, digamos malicia, a la hora de reflexionar encima vuestro sin pediros permiso antes. En búsqueda desesperada de atención, anhelando cariño como un bebé desamparado, doy rienda suelta a mi afán exhibicionista y, alehop, no soy mejor que un político.

Así que antes de seguir cruzando este berenjenal por el que me he metido haré dos confesiones. En este pequeño paseo me tranquiliza pensar que el campo de berenjenas en que me adentré con mi texto number one no debería ser demasiado extenso, que afortunadamente encontraré pronto, unos metros más adelante, una ruta asfaltada, un complejo hotelero que dos días atrás no hubiera estado ahí y las tranquilizadoras grúas que, elevándose orgullosas en cualquier huerta española, señalizan que la civilización gana el pulso a la barbarie victimista que nos quiere viviendo entre arrozales, lodos y otros fangos.

Confesión uno: en la que tras darme el gusto de haberme sentido superior a todos vosotros, pequeños nombres sin importancia en mi lista de correo electrónico, y haberme permitido alertaros sobre vuestra desgana electoral (de la que, obviamente, no sois conscientes), os digo con todo el morro que, YO, no voy a votar. Me siento en la obligación de admitíroslo porque no quiero que me pase como hace algunos meses, cuando tras enviaros aquel incisivo mensaje sobre el “apagón global” y la importancia de que todos colaboremos en reducir el consumo energético, mi amigo J pudo sacarme los colores cada vez que, oh, me dejaba la luz del cuarto encendida. Ocurrió a menudo; cuando después apagaba la luz no era tanto por concienciación como para que no se viera lo rojo que me había puesto.

La flamante ciudad de Paterna se va a quedar sin mi voto por segunda vez en 8 años. Lo que significa que Paterna, otra Paterna que también es posible, se va a quedar con mi voto por omisión. Precisamente porque electoralmente al callar otorgo, os someto ahora a la tortura de mis textos. Para disculparme diré que llegué un día fuera de plazo a la embajada, para darme de alta en el censo de españoles en el extranjero. La razón estaba clara, mucho más que cuando hace 4 años, estando en Weimar, se me comunicó desde la secretaría del embajador español en Alemania que para unas elecciones municipales “no estaba contemplado que los residentes en el extranjero votaran”. Era mentira. Yo era pequeño.

2003. Por algún motivo el gobierno de España de entonces sintió que si alguien mostraba interés en votar tal vez fuera para botarles. Fueron aquellos años magníficos en que supimos que el gobierno publicitaba nuestro derecho a votar y enviaba para ello, desde las embajadas y consulados en Buenos Aires y Nueva York, panfletos con el programa del partido gobernante. Se les habrían traspapeleteado las papeletas de las otras listas electorals. Por supuesto atrás han quedado aquellas prácticas erróneas debidas, sin duda, a la inconsciencia y al deseo de hacer bien: alejado como estoy ahora mismo de nuestro país no sé exactamente de qué modo se pidió perdón por aquello, pero me consta que los principales partidos políticos españoles son, como nuestro país, serios, maduros, sin traumas infantiles que les impidan retractarse.

Confesión dos: En la que vuelve a aparecer Bernie Eccleston, estrella invitada de nuestras elecciones autonómicas y municipales, alguien a quien me siento cercano y comprendo, pues sus palabras sólo demuestran una humanidad extrema, una necesidad exacerbada de cariño y de mimosa atención.

Retrocedamos en el tiempo hasta aquel día en que Navarra casi dejó de ser Navarra. España se manifestó justo a tiempo para evitar que, en el lugar de esta comunidad foral, se abriera un agujero negro que eventualmente hubiera, seamos realistas, fagocitado el resto de nuestro territorio. La perspectiva de que España hubiera sido lanzada entonces por un túnel de gusano a otra dimensión espacio-temporal (volveré sobre el tema otro día) me confundió. Ahora: cuando uno no comprende algo, puede llegar a sentir tal pánico que le haga extremar sus reacciones, en lugar de darse el tiempo de estudiar el tema con tranquilidad. Entre los extremistas estuvieron los que decidieron evitar a toda costa esta fisura en la textura de la piel de toro, saliendo a la calle con bravura, y yo, que estuve a punto de exteriorizar mi confusión con injusta ira hacia ellos.

En aquel momento, y éste es el núcleo de mi confesión, estuve a punto de hacer algo muy feo: iba a escribiros con una amenaza concreta, con el chantaje de que en caso de que Rajoy llegara a ser presidente del gobierno español, ya no volvería yo a casa. Ah, la vanidad. Pensé que todos cederíais, doloridos ante la idea de que pudiera ocurrir algo así… Emilio, un exiliado político. Si el Estado de Derecho podía ceder, ¿por qué no vosotros?

Sé que os habría sometido a un debate personal difícil, ¿por qué dejar de votar a quien defiende España con tanta fiereza del surrealismo que se cierne impenitente sobre nuestro país? ¿Por qué no tener de presidente a quien para defender el país se atreve a gritar un “viva España” como los de antes acompañándolo con el himno?

Pero entré en razón. Por un lado, pensé, las próximas elecciones serán municipales, así que todavía tengo un año para hacer las paces yo mismo con Rajoy y darle mi voto, si considero que a suturado convenientemente las heridas infligidas al cuero bovino español con sus bonitas manifestaciones. Además, me asustó perder el envite y tener que afrontar que, entre él y yo… bueno, lo elegíais a él. Pero además me enzarcé durante días en un debate personal por mi ética política, fenómeno tan complejo y paradójico como los agujeros de gusano al que necesariamente dedicaremos un artículo otro día.

Bernie entra en escena. Este inglés bonachón, preocupado porque el futuro circuito urbano de Valencia se haga bien, me demostró que en ciertas ocasiones es lícito usar el palo y la zanahoria en política. Ghandhi decía que los medios son los fines y no los justifican, pero el tipo se las vio con la cuestión de la independencia India y el colonialismo británico y nunca tuvo que lidiar con la política española, brava y pasional y un asunto verdaderamente serio. Tampoco se las vio, desde luego, con la trinidad valenciana, de Rita a Camps con Zaplana como espíritu santo: Ghandhi hubiera cedido pronto a la tentación que Eccleston le presentaba y en lugar de su ejemplarizante grano de arroz lo hubiéramos visto pronto ante un plato entero de arroces con bogavante, o una paella. Ché.

Así que Ecclestone me sacó de dudas, invitándome, de algún modo, a dejar de lado la ética y escribiros estas cartas por las que prefiero disculparme a pedir permiso. Y es que, así es como hay que andar por la vida: a Bernie, envestido con su británica elegancia, no le ha importado que algunos malpensados puedan ver visos de partidismo en sus declaraciones por su amistad con Alejandro Agag, yerno del prohombre Aznar, casadísimo con Ana Aznar, en San Lorenzo del Escorial. Quien esté libre de relaciones con los Aznar, que tire la primera piedra.

M me comunica que fue ella la que dio al mundo la primicia de que tendremos Fórmula 1 porque tendremos Camps. Fue la intérprete en el evento. En el mismo mail me amonesta por mi interés en que todo el mundo vote. Ya lo he dicho: soy como uno de esos padres que vive a través de sus hijos lo que no pudo tener; pero no os preocupéis, porque precisamente a mi padre es al único al que no quiero sacar de su apatía política, porque así, tirando la ética por la borda, puedo hacerle votar por quien yo más quiera.

Y si no, me descargaré de Internet no los bonitos panfletos de correos, sino una mesa electoral entera. A, si no ves mi lado oscuro, es porque no quieres. ¡No seas Ghandhi!

Nos vemos.


lunes, 14 de mayo de 2007

Si voto me gobiernan, ergo, mejor no voto


Este silogismo siniestro podría estar en la cabeza de los muchos que dentro de un par de semanas no acudirán a votar. La política, al contrario que la mayoría de cosas, o la haces o te la hacen; o participas, o te participan. Es un fenómeno único de la naturaleza; sé lo que me digo porque llevo cuatro días dándole vueltas a la frase y no encuentro el modo de encontrar algo que funcione como metáfora del gobierno democrático: “el sexo, si no lo haces, te lo hacen” (afortunadamente –o desafortunadamente para algunos- no es así); “la manicura, si no la haces, te la hacen” (tampoco). Sólo se me ocurre un modo de expresar con más tino la misma idea, pero para ello tengo que retorcer una frase que no es mía sino de John Lennon: la política es eso que te pasa entre una votación y la siguiente; especialmente, si no votas.

Entiendo la desgana que se extiende, porque no en vano hay frases y estructuras mentales que gozan de mayor simpatía entre la mayoría: todos los políticos son iguales es, sin duda, la campanita del perro de Pavlov, pero en inversa; basta que se celebren elecciones para que salivemos en espera de un plato de comida que, damos por sentado, no llegará, y cedamos toda la rabia que hemos acumulado durante cuatro años –sí, expuesta sobre todo en las sobremesas de las comidas familiares, esas amargas críticas a este o aquel gobernante- para convertirnos en seres pasivos. Tiene sentido: puesto que la política me la van a hacer sí o sí, mejor no tomar parte en el juego y poder decir ‘yo no he sido’ cuando nuestros representantes tomen sus decisiones.

En “los cazafantasmas” (1984) ocurría algo similar: un antiguo y cruel monarca, Gozer, volvía a nuestra época desde otra dimensión, básicamente gracias al ectoplasma, y hacía elegir a los humanos el modo en que querían ser aniquilados. Aunque la mejor decisión parece ‘no pensar en nada’, no elegir, a Dan Aikroid se le escapa un candidato y, voilà, un gigantesco monstruo de dulce arrasa la ciudad de NY. Toma uno.

“Yo no he sido” y “Voilà”. Una de las frases que más hemos podido oír últimamente referida a unas elecciones es la de “sana envidia democrática”. Los franceses en edad de urna participaron en un 85% en la segunda vuelta de sus presidenciales. “Envidia democrática” es lo que podemos sentir también ante el entusiasmo demostrado por el señor Eccleston, dueño dueñísimo de la Fórmula 1, cuando condicionó el hecho de que Valencia tuviera un circuito de carreras a la victoria de Camps (y, supongo, Barberá). Volveré otro día al señor Eccleston, cuyo amor a la democracia –como fenómeno participativo- española no ha celebrado, incomprensiblemente, todo el mundo.

Eccleston se ha desdicho. Simplemente no firmará el contrato hasta después de las elecciones. Un contrato que, dijo, ya estaba perfectamente redactado antes, aunque ahora quiere ser prudente porque no sabe con quién habrá de negociarlo. Esta forma de decir ahora “Diego” se las trae, porque a mí me sigue pareciendo que donde dijo “Digo” dice “Digo”. ¿Es como si no hubiera dicho nada? Seamos prudentes también nosotros y comprensivos: ni siquiera habían dado comienzos los preámbulos de la fiesta de la democracia, a falta de un día. ¿Fiesta?

“Yo no voy, me da vergüenza, no conozco a nadie”. “Fiesta de la democracia” es uno de las peores agrupaciones gramaticales que han tenido la fortuna de calar en nuestro verbolario mental; semánticamente cojea. De una “fiesta de la democracia” uno espera, naturalmente, más de lo que te dan después: ni siquiera hay canapés en las mesas electorales, pero es que nadie parece haber pensado en promover la participación ciudadana cambiando los colegios electorales por bares electorales.

Así que entiendo la desgana, nacida del descrédito de los políticos y del desgobierno de nuestras ciudades. Entiendo la desilusión y entiendo el distanciamiento que se quiera tomar respecto a las decisiones de nuestros máximos empleados: los políticos. Pero a la vez me disgusta terriblemente que alguien que no vota se queje, no ya del funcionamiento en sí de la democracia (imperfecta, indirecta), sino de labor política que se ejerce sobre-a través-y-por nosotros y de la que formamos parte. Quien quiera quejarse, que pague su entrada. El mejor modo de poder decir “yo no he sido” es “desvotando”, directamente, a quien no quieres que te gobierne; pero votando a otro.

Porque se me ocurre que no todos los políticos son iguales, o Eccleston podría firmar ya su contrato. Aunque compartan algunos de sus malos hábitos y tengan limitaciones similares, no son todos iguales. Rajoy tiene barba, Zapatero no. Rita Barberá (no, no voy a escribir que tiene bigote) no escribe libros, Carmen Alborch sí. Esperanza Aguirre hace boicot a algunos medios de comunicación, pero Gallardón no. Y así. George Bush no anda metido en faldas, Clinton sí. Me refiero a Hillary.

Si no me entra la desgana, pues, iré escribiéndoos estas semanas. Los más sagaces habréis descubierto ya la parte oscura de mis motivos, pero aún así os daré más oportunidades. Yo, en la distancia berlinesa, me siento más cerca y más parte de esa España que me corre por las venas. Volveré a esta frase y a Eccleston. Y si alguien está en contra, ey, yo no he sido. O sí.

Nos vemos. Abrazos.