miércoles, 13 de agosto de 2008

Congelados en agosto: sueldos

La tertulia de los mismos sueldos mínimos, el error de congelar el gasto

En España, mientras el panorama económico europeo mece sincopadamente su economía nacional, se empieza a oír como un murmullo la palabra estanflación, inflación más recesión. La Crisis que tanto costó pronunciar a nuestro gobierno, en un alarde de optimismo que querrían contagioso, empieza a parecer vieja.

Pero sigue centrando las tertulias radiofónicas, un bloque de cada noticiero televisivo, y páginas de los periódicos que escapan de la sección económica para afianzarse en las de sociedad, a medida que crecen los impagos y los efectos del paro se dejan sentir transversalmente. A medida que hablamos de personas.

Escucho una tertulia en la radio que me ofende. Buscaba la ofensa, es cierto, porque escuchaba la Cope, siguiendo un morboso impulso que de vez en cuando se me activa. El presidente del gobierno es un inútil cuando habla de no recortar gasto social, es un suicida kamikaze cuando persiste en su promesa de elevar los sueldos mínimos a pesar de la coyuntura, porque lo prometió en contienda electoral. Todos hemos de arrimar el hombro, se dice a derecha e izquierda.

Muchos, ahora conocidos míos, no ya simples datos oficiales, arriman el hombro perdiendo su empleo. Otros conocidos míos, sus propios jefes y patrones de otros, arriman el hombro angustiándose porque descienden las ganancias pero no las deudas de sus inversiones. Desde la izquierda sindical se grita ¡que no paguen los de siempre! pero "los de siempre" vienen pagando ya demasiado tiempo. El problema, creo, es que no han pagado bastante.

La tertulia de arrimar el hombro concluye con una solución que, sin ideas prácticas que la activen, queda en una exposición de deseos: hay que congelar los sueldos pero hay que incentivar el consumo. Lindo, me digo. ¿Qué es lo siguiente, hacer el consumo obligatorio? Quita, si ya es obligatorio en la luz, el agua, la vivienda, el mantenimiento de un banco, el tener teléfono para poder acceder a ciertos servicios públicos...

Cuando el monstruo de la crisis comenzó a aletear, como el pez que decidió salir del agua para mutar en reptil y cocodrilo, tenía nombre propio: subprime. E historia: hipotecas de control dudoso concedidas a quienes no podían pagarlas. El sistema capitalista, que sólo se mantiene creciendo, ha encontrado en Estados Unidos y España dos talones de Aquiles: en el primer país al inventar una solución peregrina, permitiendo comprar a los que no podían con créditos más baratos; en España, al no buscar solución, pues los que no podían comprar cada vez compraban menos.

No suban los salarios mínimos. Congelen. En mi entorno más cercano, en la generación de los que entran ahora en la treintena, la crisis no nos viene de nuevas: llevábamos mucho tiempo sin poder arrimar el hombro en el sistema capitalista, comprando lo justo, lo que podíamos, poco más que alimentos y gastos fijos de vivienda y adictivo tabaco. En las sobremesas caseras, con un tabaco caro y medio kilo de un café más barato que un solo café solo en la calle, nos hemos cansado denunciándonos entre amigos nuestra falta de contratos, nuestros contratos de tres meses, nuestros contratos por obra o con calificación inferior al trabajo realizado, nuestras subcontratas y nuestros sueldos mínimos minimísimos.

No soy el mayor defensor del capitalismo, pero si jugamos a este juego, juguémoslo bien; cuando China vende más que nosotros, como cuando nosotros crecemos a costa de América del Sur.

A toro pasado se me ocurre que quizás el sistema no hubiese explotado de no haber estado nosotros, como ejemplo, explotados. Quizás el sistema hubiera crecido con fundamento de haber podido el trabajador acceder a sus gastos sin la mediación de su banco, ávido de ese dinero tan goloso que es el crediticio, el que les dará réditos, pero que está demasiado anclado en el futuro, en ciertas condiciones perfectas, como para ser fiable.

Así que de nuevo la solución es congelar los sueldos, en pleno verano, dejando que el murmullo de la pobreza recorra los chiringuitos de playa o montaña. Se asombrarán, dentro de unos meses, de que el turismo también se vea afectado, de que la gente no consuma, de que haya miedo.

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