lunes, 14 de mayo de 2007

Si voto me gobiernan, ergo, mejor no voto


Este silogismo siniestro podría estar en la cabeza de los muchos que dentro de un par de semanas no acudirán a votar. La política, al contrario que la mayoría de cosas, o la haces o te la hacen; o participas, o te participan. Es un fenómeno único de la naturaleza; sé lo que me digo porque llevo cuatro días dándole vueltas a la frase y no encuentro el modo de encontrar algo que funcione como metáfora del gobierno democrático: “el sexo, si no lo haces, te lo hacen” (afortunadamente –o desafortunadamente para algunos- no es así); “la manicura, si no la haces, te la hacen” (tampoco). Sólo se me ocurre un modo de expresar con más tino la misma idea, pero para ello tengo que retorcer una frase que no es mía sino de John Lennon: la política es eso que te pasa entre una votación y la siguiente; especialmente, si no votas.

Entiendo la desgana que se extiende, porque no en vano hay frases y estructuras mentales que gozan de mayor simpatía entre la mayoría: todos los políticos son iguales es, sin duda, la campanita del perro de Pavlov, pero en inversa; basta que se celebren elecciones para que salivemos en espera de un plato de comida que, damos por sentado, no llegará, y cedamos toda la rabia que hemos acumulado durante cuatro años –sí, expuesta sobre todo en las sobremesas de las comidas familiares, esas amargas críticas a este o aquel gobernante- para convertirnos en seres pasivos. Tiene sentido: puesto que la política me la van a hacer sí o sí, mejor no tomar parte en el juego y poder decir ‘yo no he sido’ cuando nuestros representantes tomen sus decisiones.

En “los cazafantasmas” (1984) ocurría algo similar: un antiguo y cruel monarca, Gozer, volvía a nuestra época desde otra dimensión, básicamente gracias al ectoplasma, y hacía elegir a los humanos el modo en que querían ser aniquilados. Aunque la mejor decisión parece ‘no pensar en nada’, no elegir, a Dan Aikroid se le escapa un candidato y, voilà, un gigantesco monstruo de dulce arrasa la ciudad de NY. Toma uno.

“Yo no he sido” y “Voilà”. Una de las frases que más hemos podido oír últimamente referida a unas elecciones es la de “sana envidia democrática”. Los franceses en edad de urna participaron en un 85% en la segunda vuelta de sus presidenciales. “Envidia democrática” es lo que podemos sentir también ante el entusiasmo demostrado por el señor Eccleston, dueño dueñísimo de la Fórmula 1, cuando condicionó el hecho de que Valencia tuviera un circuito de carreras a la victoria de Camps (y, supongo, Barberá). Volveré otro día al señor Eccleston, cuyo amor a la democracia –como fenómeno participativo- española no ha celebrado, incomprensiblemente, todo el mundo.

Eccleston se ha desdicho. Simplemente no firmará el contrato hasta después de las elecciones. Un contrato que, dijo, ya estaba perfectamente redactado antes, aunque ahora quiere ser prudente porque no sabe con quién habrá de negociarlo. Esta forma de decir ahora “Diego” se las trae, porque a mí me sigue pareciendo que donde dijo “Digo” dice “Digo”. ¿Es como si no hubiera dicho nada? Seamos prudentes también nosotros y comprensivos: ni siquiera habían dado comienzos los preámbulos de la fiesta de la democracia, a falta de un día. ¿Fiesta?

“Yo no voy, me da vergüenza, no conozco a nadie”. “Fiesta de la democracia” es uno de las peores agrupaciones gramaticales que han tenido la fortuna de calar en nuestro verbolario mental; semánticamente cojea. De una “fiesta de la democracia” uno espera, naturalmente, más de lo que te dan después: ni siquiera hay canapés en las mesas electorales, pero es que nadie parece haber pensado en promover la participación ciudadana cambiando los colegios electorales por bares electorales.

Así que entiendo la desgana, nacida del descrédito de los políticos y del desgobierno de nuestras ciudades. Entiendo la desilusión y entiendo el distanciamiento que se quiera tomar respecto a las decisiones de nuestros máximos empleados: los políticos. Pero a la vez me disgusta terriblemente que alguien que no vota se queje, no ya del funcionamiento en sí de la democracia (imperfecta, indirecta), sino de labor política que se ejerce sobre-a través-y-por nosotros y de la que formamos parte. Quien quiera quejarse, que pague su entrada. El mejor modo de poder decir “yo no he sido” es “desvotando”, directamente, a quien no quieres que te gobierne; pero votando a otro.

Porque se me ocurre que no todos los políticos son iguales, o Eccleston podría firmar ya su contrato. Aunque compartan algunos de sus malos hábitos y tengan limitaciones similares, no son todos iguales. Rajoy tiene barba, Zapatero no. Rita Barberá (no, no voy a escribir que tiene bigote) no escribe libros, Carmen Alborch sí. Esperanza Aguirre hace boicot a algunos medios de comunicación, pero Gallardón no. Y así. George Bush no anda metido en faldas, Clinton sí. Me refiero a Hillary.

Si no me entra la desgana, pues, iré escribiéndoos estas semanas. Los más sagaces habréis descubierto ya la parte oscura de mis motivos, pero aún así os daré más oportunidades. Yo, en la distancia berlinesa, me siento más cerca y más parte de esa España que me corre por las venas. Volveré a esta frase y a Eccleston. Y si alguien está en contra, ey, yo no he sido. O sí.

Nos vemos. Abrazos.

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