jueves, 17 de mayo de 2007

MI LADO OSCURO


Mi amiga A me ha escrito diciéndome que no vio el lado oscuro de mis reflexiones cuando, ayer, vomité sobre vosotros algunas de mis iluminaciones. R y T sin embargo me han felicitado por hacer uso de cierta, digamos malicia, a la hora de reflexionar encima vuestro sin pediros permiso antes. En búsqueda desesperada de atención, anhelando cariño como un bebé desamparado, doy rienda suelta a mi afán exhibicionista y, alehop, no soy mejor que un político.

Así que antes de seguir cruzando este berenjenal por el que me he metido haré dos confesiones. En este pequeño paseo me tranquiliza pensar que el campo de berenjenas en que me adentré con mi texto number one no debería ser demasiado extenso, que afortunadamente encontraré pronto, unos metros más adelante, una ruta asfaltada, un complejo hotelero que dos días atrás no hubiera estado ahí y las tranquilizadoras grúas que, elevándose orgullosas en cualquier huerta española, señalizan que la civilización gana el pulso a la barbarie victimista que nos quiere viviendo entre arrozales, lodos y otros fangos.

Confesión uno: en la que tras darme el gusto de haberme sentido superior a todos vosotros, pequeños nombres sin importancia en mi lista de correo electrónico, y haberme permitido alertaros sobre vuestra desgana electoral (de la que, obviamente, no sois conscientes), os digo con todo el morro que, YO, no voy a votar. Me siento en la obligación de admitíroslo porque no quiero que me pase como hace algunos meses, cuando tras enviaros aquel incisivo mensaje sobre el “apagón global” y la importancia de que todos colaboremos en reducir el consumo energético, mi amigo J pudo sacarme los colores cada vez que, oh, me dejaba la luz del cuarto encendida. Ocurrió a menudo; cuando después apagaba la luz no era tanto por concienciación como para que no se viera lo rojo que me había puesto.

La flamante ciudad de Paterna se va a quedar sin mi voto por segunda vez en 8 años. Lo que significa que Paterna, otra Paterna que también es posible, se va a quedar con mi voto por omisión. Precisamente porque electoralmente al callar otorgo, os someto ahora a la tortura de mis textos. Para disculparme diré que llegué un día fuera de plazo a la embajada, para darme de alta en el censo de españoles en el extranjero. La razón estaba clara, mucho más que cuando hace 4 años, estando en Weimar, se me comunicó desde la secretaría del embajador español en Alemania que para unas elecciones municipales “no estaba contemplado que los residentes en el extranjero votaran”. Era mentira. Yo era pequeño.

2003. Por algún motivo el gobierno de España de entonces sintió que si alguien mostraba interés en votar tal vez fuera para botarles. Fueron aquellos años magníficos en que supimos que el gobierno publicitaba nuestro derecho a votar y enviaba para ello, desde las embajadas y consulados en Buenos Aires y Nueva York, panfletos con el programa del partido gobernante. Se les habrían traspapeleteado las papeletas de las otras listas electorals. Por supuesto atrás han quedado aquellas prácticas erróneas debidas, sin duda, a la inconsciencia y al deseo de hacer bien: alejado como estoy ahora mismo de nuestro país no sé exactamente de qué modo se pidió perdón por aquello, pero me consta que los principales partidos políticos españoles son, como nuestro país, serios, maduros, sin traumas infantiles que les impidan retractarse.

Confesión dos: En la que vuelve a aparecer Bernie Eccleston, estrella invitada de nuestras elecciones autonómicas y municipales, alguien a quien me siento cercano y comprendo, pues sus palabras sólo demuestran una humanidad extrema, una necesidad exacerbada de cariño y de mimosa atención.

Retrocedamos en el tiempo hasta aquel día en que Navarra casi dejó de ser Navarra. España se manifestó justo a tiempo para evitar que, en el lugar de esta comunidad foral, se abriera un agujero negro que eventualmente hubiera, seamos realistas, fagocitado el resto de nuestro territorio. La perspectiva de que España hubiera sido lanzada entonces por un túnel de gusano a otra dimensión espacio-temporal (volveré sobre el tema otro día) me confundió. Ahora: cuando uno no comprende algo, puede llegar a sentir tal pánico que le haga extremar sus reacciones, en lugar de darse el tiempo de estudiar el tema con tranquilidad. Entre los extremistas estuvieron los que decidieron evitar a toda costa esta fisura en la textura de la piel de toro, saliendo a la calle con bravura, y yo, que estuve a punto de exteriorizar mi confusión con injusta ira hacia ellos.

En aquel momento, y éste es el núcleo de mi confesión, estuve a punto de hacer algo muy feo: iba a escribiros con una amenaza concreta, con el chantaje de que en caso de que Rajoy llegara a ser presidente del gobierno español, ya no volvería yo a casa. Ah, la vanidad. Pensé que todos cederíais, doloridos ante la idea de que pudiera ocurrir algo así… Emilio, un exiliado político. Si el Estado de Derecho podía ceder, ¿por qué no vosotros?

Sé que os habría sometido a un debate personal difícil, ¿por qué dejar de votar a quien defiende España con tanta fiereza del surrealismo que se cierne impenitente sobre nuestro país? ¿Por qué no tener de presidente a quien para defender el país se atreve a gritar un “viva España” como los de antes acompañándolo con el himno?

Pero entré en razón. Por un lado, pensé, las próximas elecciones serán municipales, así que todavía tengo un año para hacer las paces yo mismo con Rajoy y darle mi voto, si considero que a suturado convenientemente las heridas infligidas al cuero bovino español con sus bonitas manifestaciones. Además, me asustó perder el envite y tener que afrontar que, entre él y yo… bueno, lo elegíais a él. Pero además me enzarcé durante días en un debate personal por mi ética política, fenómeno tan complejo y paradójico como los agujeros de gusano al que necesariamente dedicaremos un artículo otro día.

Bernie entra en escena. Este inglés bonachón, preocupado porque el futuro circuito urbano de Valencia se haga bien, me demostró que en ciertas ocasiones es lícito usar el palo y la zanahoria en política. Ghandhi decía que los medios son los fines y no los justifican, pero el tipo se las vio con la cuestión de la independencia India y el colonialismo británico y nunca tuvo que lidiar con la política española, brava y pasional y un asunto verdaderamente serio. Tampoco se las vio, desde luego, con la trinidad valenciana, de Rita a Camps con Zaplana como espíritu santo: Ghandhi hubiera cedido pronto a la tentación que Eccleston le presentaba y en lugar de su ejemplarizante grano de arroz lo hubiéramos visto pronto ante un plato entero de arroces con bogavante, o una paella. Ché.

Así que Ecclestone me sacó de dudas, invitándome, de algún modo, a dejar de lado la ética y escribiros estas cartas por las que prefiero disculparme a pedir permiso. Y es que, así es como hay que andar por la vida: a Bernie, envestido con su británica elegancia, no le ha importado que algunos malpensados puedan ver visos de partidismo en sus declaraciones por su amistad con Alejandro Agag, yerno del prohombre Aznar, casadísimo con Ana Aznar, en San Lorenzo del Escorial. Quien esté libre de relaciones con los Aznar, que tire la primera piedra.

M me comunica que fue ella la que dio al mundo la primicia de que tendremos Fórmula 1 porque tendremos Camps. Fue la intérprete en el evento. En el mismo mail me amonesta por mi interés en que todo el mundo vote. Ya lo he dicho: soy como uno de esos padres que vive a través de sus hijos lo que no pudo tener; pero no os preocupéis, porque precisamente a mi padre es al único al que no quiero sacar de su apatía política, porque así, tirando la ética por la borda, puedo hacerle votar por quien yo más quiera.

Y si no, me descargaré de Internet no los bonitos panfletos de correos, sino una mesa electoral entera. A, si no ves mi lado oscuro, es porque no quieres. ¡No seas Ghandhi!

Nos vemos.


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