viernes, 25 de mayo de 2007

Cualquier tiempo pasado fue… ¿futuro?

X me ha escrito para decirme que se nota que tengo mucho tiempo libre. No, X, no tengo tanto tiempo libre, pero queriendo hablaros de mis sueños, abriéndome a vosotros de este modo, termino acostándome a las cinco de la mañana para al día siguiente despertar con dolor de ojos, manos y espalda. Ya está, ya he atrapado vuestra atención con esta confesión personal.

Temía perderos el otro día cada vez que escribía “Aznar”. Me daba cuenta de que lo escribía demasiado porque el editor de textos me indica, con una ondulante línea roja, que la palabra, o está mal escrita, o no existe. Busco en el diccionario on-line de la Real Academia y me dicen que tampoco está registrada en sus archivos: “Las que se muestran a continuación tienen una escritura cercana:

* asnal”. (Es la única que se muestra)

Bueno. Y es que con Aznar ocurre que es como un agujero negro, que lo absorbe todo hacia así, incluida la luz (sobre todo la luz), y una vez se le menciona es imposible dejar de nombrarle, aunque sea con sinónimos de todo tipo. Creía hasta ahora haber evitado el exceso: conscientemente lo había nombrado para explicar lo de la sinécdoque; aquello de la parte por el todo, que ejemplificaba cómo alguien podría relacionar a un candidato a alcalde del PP con el presidente de honor del partido. Nadie debería sentirse ofendido: no digo nada más terrible que si afirmara que los alcaldes del PSOE son del mismo grupo político que Felipe González o los concejales de IU del de Llamazares. Pero hay gente a la que no le gusta que se le relacione con Aznar. Ellos mismos.

Nosotros mismos, porque a todos nos relacionan con Aznar cuando alecciona a los empresarios de Nueva York sobre los riesgos de invertir en nuestro país: antes, por la balcanización, ahora, por el riesgo de Guerra Civil. Aunque uno pensaría que es una suerte que en España, al contrario que en Estados Unidos, los presidentes del gobierno lleguen un día a ser ex-presidentes y no haya que llamarles “presidente” de por vida, los hay que se esfuerzan en que no sea así. En frenar el tiempo agarrándose con afiladas garras a la nostalgia: de un tiempo pasado, antes de marzo de 2004, o de un tiempo pasado, antes de 1978.

Ha vuelto, y me tiene atrapado como una pesadilla de esas que se repiten cada noche. Es como una de esas en las que uno cree correr pero cuanto más se esfuerza en alejarse de lo que le amenaza menos avanza, como si los pies se fundieran con el suelo, o el suelo retrocediese, o el espacio no encontrase su modo de desarrollarse con normalidad y el tiempo se estancase. En mis pesadillas el tiempo y el espacio se funden, todo es lo mismo, como en el tango cambalache, igual un canalla que un profesor, y lo mismo Aznar que yo y yo que Aznar. Claro que da miedo pensarlo.

Por eso me acuesto a las cinco, para soñar lo menos posible. Porque me meto en la cama y me revuelvo, taquicárdico. Porque cuánto más lo pienso, más quiero creer que Aznar ha estado leyendo mis textos. Cuando Aznar habló a las dos Españas en el mitin del PP del pasado 22 de Mayo no sólo respaldó mi tesis de lo volátil que es nuestro territorio, sino que además hizo referencia a lo vago de nuestro espectro político (PP o ETA, sin matices parlamentarios) y mencionó la idea del tiempo que vuelve, al decir que Zapatero nos había puesto en una situación similar a la de hace 70 años, en 1937.

La otra opción es que Aznar no me lea; lo que significaría que el expresidente y yo tenemos un modo de pensar similar, incluso que nos movemos en el mismo plano de realidad y respiramos el mismo aire. Lo que no sé es si a Aznar se le ocurren las mismas cosas que a mí o soy yo el que da en imaginar lo mismo que imagina Aznar. Un amigo sagaz me recrimina de que en uno de mis textos colé una hazaña de Aznar como si fuera mía. Se refería a cuando escribí que si en España no había Este ni Oeste sólo existiría Madrid, y que por tanto Madrid sería España, y que entonces tendría sentido que una gigantesca bandera de España ondeara, por ejemplo, en su Plaza de Colón. Mi amigo me decía que era imposible que se me hubiera ocurrido aquello de la nada y que no fuera consciente de que, también en la realidad, hay una gigantesca bandera de España en la Plaza de Colón, aunque fuera de mi ficción ésta casi nunca ondea debido al peso.

Pero esa acusación está fuera de lugar, y creo que este amigo se ha pasado leyendo entre líneas. Porque eso es como afirmar que yo insinúo que Madrid se ha convertido en una de las regiones que con más pasión se dan al nacionalismo, una de las que va más por libre respecto al gobierno estatal y la que asume, por sí misma, la función de representante y garante del país entero y de sus valores tradicionales. Alguien leerá entre las siguientes líneas que “el gobierno autonómico de Madrid se ha opuesto, como si fuera una región históricamente enfrentada al gobierno español, a las últimas leyes de sanidad o de educación, y que en su territorio uno puede fumar más libremente en los restaurantes o incluso hacer un servicio social sustitutivo que evite cursar la asignatura de educación para la ciudadanía”. E incluso harán ver que yo he escrito que podría ser, por mor de sinécdoque, que en todo esto tenga que ver que Esperanza Aguirre milite donde Aznar… y bueno, ya sabéis a dónde voy.

Negaré rotundamente haber escrito el párrafo anterior, como hacen los políticos. Lo negaré aunque lo escrito quede escrito, por sentido común: entiendo que, siendo el PP un partido nacional, está interesado en la cohesión de todo el territorio y en las buenas relaciones entre las distintas partes de España y sus habitantes. No se me ocurriría pensar, y mucho menos escribir como a continuación, “que el PP es el partido que, ante la supuesta amenaza de que Cataluña se independizara, decidió atajar la insurgencia animando a dejar de consumir cava, aunque haya cierta contradicción en defender la unidad territorial del país atacando la economía de una de sus partes”. Incluso aunque llegase a escribirlo pondría mucho de mi parte para pensar bien y suponer que lo que se pretendía era evitar una ebriedad muy poco recomendable en estas épocas de crisis.

Pero centrémonos, dejemos de lado el espacio y vamos a lo del tiempo, que es sobre lo que me escribió X y lo que me interesaba tratar ahora que precisamente se nos echa encima el tiempo: elecciones en dos días. Paradójicamente necesito, para centrarme, volver a Madrid. Y a Miguel Sebastián, que podría haber vivido un momento Bernie Ecclestone pero fracasó, justamente por no haber sabido medir los tiempos.

No es extraño. En realidad es raro que a Ecclestone le saliera bien lo que hizo de aparecer de la nada para convertirse de un día para otro en una figura clave de nuestra cultura popular. Tal vez sea porque viene del extranjero, un lugar donde no están sujetos a la repetición infinita del tiempo y donde puedan pasar cosas nuevas a veces. Tal vez nos resulta exótico, y hasta tierno, su desconocimiento de nuestra relatividad espacio-temporal. Puede que algunos lo admiren, al contrario, por su osadía, interpretando que Ecclestone no era nada ingenuo: estos pensarán que ofrecer un circuito de carreras a una ciudad, el día antes de inaugurar la campaña electoral y ligando la propuesta a la victoria de determinado candidato, es un ejercicio bastante medido, meditado en el tiempo. El caso es que no cayó al vacío y se ha convertido en tema importante de las autonómicas valencianas.

A Bernie le salió tan bien que desde entonces otros han intentado imitarle, pero con el alboroto político que hay armado a sólo unas horas del cierre de la campaña electoral, sus palabras se descomponen en minutos: también en Valencia se ha condicionado esta semana la creación de una nueva universidad de medicina a la victoria de Camps. El mensaje ha salido del arzobispado, porque la universidad en cuestión es un proyecto suyo para enseñar medicina con moral, lo que sea que esto signifique. Si no gana Camps, no podrán tener universidad. Si gana, la tercera universidad de medicina de la Comunidat estará también en Valencia, y Castellón seguirá sin la suya (la otra está en Alicante). Mientras Camps prometía a García Gasco que tendría su universidad, prohibió al resto de universidades –que sean públicas es sin duda una cuestión azarosa- presentar nuevos planes.

Sebastián se creyó Ecclestone, pero no pudo ser. A él no le vamos a perdonar que no conozca la irrealidad de nuestro espacio-tiempo, la obligación de repetir lo mismo siempre. A un español no se le perdona que intente, de pronto, introducir un tema nuevo en nuestro círculo vicioso y, mucho menos, aparecer él mismo de la nada con tanta osadía. “¡Qué susto!”, dirían algunos, como si hubieran visto una aparición. Sebastián ha actuado como esas personas que nunca hacen ruido al andar, y que cuando descubres que están detrás de ti, te hacen pegar un grito aunque llevaras un rato sintiendo una presencia. Sebastián estaba ahí pero no lo veíamos; de pronto lo vimos. Jo, que miedo. Con Aznar no hubiera pasado: porque aunque desaparezca durante algunas semanas, sabemos que volverá. Y volverá. Y volverá.

Qué apropiado, por ejemplo, que el presidente balear, Jaume Matas, haya adjudicado 44 licencias de radio y televisión a medios afines a su partido precisamente exactamente hace dos días. Nadie podría culparle por hacerlo porque Matas podría perder las elecciones y entonces iba a ser más difícil conceder las mismas licencias. Algo parecido debe haber considerado el alcalde del PP de la murciana Ciezas al aprobar la construcción de 20.000 nuevas viviendas en varios resorts y seis campos de golf en un pleno con carácter extraordinario celebrado hoy mismo, la jornada anterior a la de reflexión. Reflexionemos pues.

Quien también demostró un manejo magistral de los tiempos fue el gerente del PP en Melilla cuando gestionó todo aquello del voto por correo, las 1.000 papeletas que mandó reproducir en una imprenta. Este hombre, Javier Lence, fue capaz de avisar a su amigo impresor para que parara las máquinas y destruyera los papeles dos horas antes de que la guardia civil llegara a su imprenta. Las papeletas nunca existieron, pero sí las grabaciones de las conversaciones en que se hablaba de todo esto. Dentro de unos días deberíamos saber qué ha existido y qué no ha existido en el supuesto canje de votos por comidas que parece haber tenido lugar también en Melilla. Siento reiterarme porque mencionar al PP ahora sí y ahora también lastra la calidad de mis textos: pero ha sido el presidente del PP de esta ciudad autónoma el que ha tenido que salir a negar la acusación: si lo que ha hecho ha sido desmentir o mentir lo sabremos con el tiempo.

El tiempo nos hace raros. Sí, también nos hace viejos. A algunos nos hace gordos. Pero el tiempo, en abstracto, nos pone en situaciones raras, que es a lo que voy. Como a Sebastián, que no se dio cuenta de que España no estaba preparada para un “outing” como el suyo. Uno puede recibir estos gestos de quien, como Acebes, lleve haciéndolo un tiempo, en plan “mira este periódico que tengo (por El Mundo)”, o “mira estas papeletas que me he bajado de Internet”, o “ha sido ETA, ha sido ETA”.

A Javier Arenas, presidente en Andalucía de cierto partido nacional de cuyas siglas no quiero acordarme –por un par de frases-, el tiempo también le ha jugado una mala pasada: cuando el 24 de mayo dijo que a “aquellos que están todo el día hablando de la Guerra Civil yo les digo, pasado para el PSOE, futuro para el PP”, no sólo le falló la comprensión del tiempo sino también de la gramática y de las relaciones entre cosas concretas. Uno querría suponer que su frase venía a cuento de la que Aznar había pronunciado dos días antes, la del retorno al 37. El tono de Arenas es obviamente de reproche, al referirse de malos modos a Aznar como “aquellos que están todo el día hablando de la Guerra Civil”. Podía haber dado su nombre.

Por esta forma de ladrar su odio por las esquinas uno pensaría que Arenas es del PSOE. O de IU, porque Llamazares se cortó poco al calificar a Aznar de “salvapatrias” y “neofranquista”, y porque Arenas arremete después a la vez contra el PSOE y el PP, como repartiendo regalos. Para los primeros, dice, “el pasado de la Guerra Civil”. Falta un verbo, así que no sabemos bien qué dice exactamente. Puede querer decir, o que los rojos fueron los culpables de aquella guerra, o que los socialistas siguen intentando revivirla, bien por la ley de la Memoria Histórica o bien porque, siguiendo la tesis de Aznar, es a lo que llegamos cuando en un ayuntamiento no gobierna el PP. Lo intrigante es el final de la frase, “futuro para el PP”. Encima que nos falta el verbo, lo de hablar de la Guerra Civil en futuro da más miedo que hacerlo en pasado. Dadle un par de vueltas: en este caso sé que llegaréis a sentir pánico por cuenta propia, sin que os dé instrucciones de cómo se puede leer esta frase tan curiosa. Pero lo más extraño de todo es que pese a lo que pueda parecer, el partido que no quería mencionar antes y el que dirige Arenas en Andalucía es, premio, el PP.

Hablar del tiempo, algo tan intangible y a la vez con efectos tan reales, ha traído de cabeza a los filósofos. ¡Los filósofos! ¡Casi todos extranjeros! No es un tema que se nos dé bien. Empezaremos a darnos cuenta dentro de algunos meses de que lo que debería habernos ocupado este tiempo eran las municipales, cuando lleguen las generales y no nos dejen votar a nuestro alcalde. Muchos se sorprenderán: “¿pero cómo, las otras no eran las generales? Y Aznar, ¿no se presentaba? Mire usted que yo voté por él”. Será cuando se nos indique esto que nos daremos cuenta de que ha pasado el tiempo, aunque los que se presentan sean los mismos, y los temas, los mismos. Sólo habremos perdido la posibilidad de elegir quién gestiona nuestros hospitales, ambulatorios y escuelas, decide dónde y cuánto se urbaniza, cuánto monte desaparece o parques se construyen, dónde se sitúan antenas repetidoras o de telefonía móvil, de cuántos policías disponemos, o de cuántas plazas de aparcamiento, de la permanencia o no de los barrios históricos, y se ocupa de que el arte y la cultura, por ejemplo, sean para todos.

Total, X, que otra vez me acuesto tarde. A ver si tengo suerte y en lugar de en 1937 me despierto mañana.

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