viernes, 18 de mayo de 2007

ESPAÑA CUÁNTICA I


Si Navarra no fuese Navarra, ¿sería España España? ¿Y Sería seria España? Me pregunto si no nos hubiera venido bien, después de todo, un salto cuántico a un universo paralelo en el que el tiempo y el espacio volvieran a ser normales. Y vuelvo yo a Bernie, porque este texto va de “volver”, volver hasta la nausea, volver hasta devolver.

Bernie, Eccleston, inauguró las elecciones valencianas (y con ellas las elecciones mundiales) precipitadamente, un día antes de que de facto entrásemos en campaña. A Esperanza Aguirre le debió venir bien, porque por fin pudo descansar ella misma y dejar de inaugurar hospitales de quita y pon, escuelas y estaciones de metro de una a una; la legislación electoral le hizo, de un modo u otro, de prescripción médica: “por favor, déjese lo de cortar cintas rojas durante un rato, fume todo lo que quiera en su comunidad autónoma y reduzca las conversaciones con Gallardón a lo esencial”.

Llevamos poco más de una semana de campaña electoral. Dentro de otra semana podremos votar. Pero eso no significa que podamos respirar tranquilos, porque las urnas son un órgano de metabolismo lento: el proceso de inspirar papeletas y expirar resultados ha dejado de ser, desde hace años, garante de vida democrática normal. No creo arriesgar demasiado si digo que poco cambiará después de haber votado a nuestros alcaldes y presidentes regionales. El gobierno estatal seguirá negociando con ETA (o no), y la oposición seguirá negociando con ETA (o no) cómo hacer para no negociar con el gobierno. Las elecciones, nacionales o autonómicas, se celebrarán regularmente, pero en los momentos de transición, entre una y otra, no perderemos de vista ni por un segundo a los políticos. En España, es más fácil adivinar el futuro que comprender el pasado.

Parece que fue ayer cuando se ilegalizaban las listas de Batasuna. Y es cierto, fue ayer, pero también hace cuatro años.

No encuentro la explicación, mirando por el retrovisor, a por qué el tiempo se detuvo en España. O a cuándo ocurrió. Pero es fácil que las ganas de estar desganado políticamente se deban a que, al menos desde el primer tripartito catalán, vivimos una campaña electoral continua. Si España fuera una película, ahora mismo, sería difícil implicar a Buñuel en su dirección. Guión en mano diría que no lo entiende. David Lynch tampoco haría una fiesta ante este encargo: “no pasa nada, y cuando pasa algo, no tiene sentido”. Berlanga se jubiló con el rabo entre las piernas, tal vez temiendo que La Ciudad de la Luz (en el Alicante de Terra Mítica) pudiese servir a una epopeya que le superaría por todos lados.

Un guión de España requeriría crear en el espectador la sensación de que el tiempo es cíclico: más allá de haberse estancado, la materia temporal en la España de nuestra película volvería sobre sí misma, sin cambios ni aparentes ni de fondo; los actores repetirían siempre las mismas frases y realizarían las mismas acciones, como ratas en una rueda de jaula; en los momentos excepcionales en que alguien pareciera salirse del guión, la película fingiría ignorarlo, el propio personaje lo negaría, y el montaje final se encargaría de hace que el espectador dude de lo que acaba de ver. Si la película durase seis horas, por noble que fuera este experimento artístico, no habría patio de butacas que lo aguantase. Sin embargo aquí estamos todos, sentados en fila, callados y esperando a que de una vez pase algo. Creo que los países no tienen títulos de crédito, aunque sí títulos nobiliarios y créditos familiares.

Así que no habría productor que comprase el guión, que intentase desenmarañarlo y convertirlo en una obra rentable. Aznar, inevitable bufón secundario de nuestra obra, se viaja al extranjero para advertir a los empresarios confundidos sobre los peligros de invertir en España, que nunca había tenido un gobierno peor en su historia.

Si bien el tiempo español se repite y se enrosca sobre sí mismo y en torno a Irak, el 11-M, el 14-M o la M-30 (y alrededor de Zaplanas, Acébeses y demás folclores), el espacio en España también anda revuelto, y no sólo por Navarra: España se balcaniza, y ya hemos dicho que es más fácil adivinar el futuro que entender el pasado en nuestro país.

La frase “España se balcaniza” es del mismo expresidente que insistía en que España iba bien. Si hubiera estado más despierto, se hubiera dado cuenta de que España se iba, y bien. Podría haber dicho “España está bien”, o “España está mejor”, o “España permanece, bien, gracias”. Pero dijo que España “iba”, y bien. Claro que cuando nadie sabía que España se iba, Aznar tampoco lo sabía. De hecho, Aznar sigue sin saber que se ha ido, él mismo. Pero Aznar no puede saberlo porque Aznar no puede haberse ido, porque es parte de la idiosincrasia espacio-temporal española de la que nadie, nada, desaparece. Ni Franco. ¿Una ley de la memoria histórica? Dos.

Es un misterio que cayucos y pateras sigan llegando a nuestras costas, a pesar de la deriva a la que está propulsada nuestra tierra. Deben tener unos radares mejores que los aviones norteamericanos que cruzaron el cielo español, porque nuestro gobierno niega que se haya usado nuestro espacio aéreo para trasladar detenidos a Guántamo: si el territorio español es difícil de medir, cómo no iba a serlo el cielo. Es otro enigma que la OTAN todavía no haya intervenido militarmente, a pesar de Solana, en nuestra balcanización patria. Es un misterio que cuando hablo, aquí en Berlín, de España, los alemanes sepan mejor que yo a que me refiero: “no, no, que yo hablo de España”, “Na ja, Spanien, mi comprendo”. “No, no, no, porque yo hablo de España”. Al final se quedan pensando que me han entendido.

El caso es que llevamos cuatro años, como mínimo, de elecciones permanentes. El tiempo, en España, me lo imagino como hilillos de plastelina, flotando pringosos en el mar y alargándose indefinidamente, desapareciendo sólo por un momento para aparecer, por arte de la musa de los giros de guión, después. No era tan sorprendente ni tan bueno el giro de guión este, pero en lo que hay. El espacio español, por otro lado, ya no sé cómo imaginarlo. Sin embargo me da la sensación que mientras que el tiempo se densifica, haciéndose sólido y asfixiante, el espacio se nos deshilacha, tornándose peligrosamente estrecho y fluido: si no, cómo se explica que ante unas elecciones municipales y autonómicas nos comportemos todos como ante unas nacionales. Porque se nos escapan los conceptos espaciales: porque lo que ocurre en Marbella importa más en Elche de la Sierra que lo que ocurre en Elche de la Sierra; porque no votamos para tener más o menos calles, mejores o peores, sino para que España sea España y nuestra panadera de todos los días no sea una panadera terrorista.

Nos falta Einstein explicándonos por qué su teoría de la relatividad entre el espacio y el tiempo es más relativa en nuestra España de los absolutismos y los extremos que en otros lugares del universo. Si en mi primer texto os pedía el voto (en general, no para mí), y en el segundo os anunciaba que yo no votaría, en este tercero os pido que tampoco votéis vosotros, pero que no votéis a lo grande, que no votéis e impliquéis a toda España en el no votar. Intuyo que, como el apagón global, no funcionará, y con que vote uno, la habremos jodido, porque habrá votado por nosotros. Mejor así: votad, me retracto. Y mejor así: que no venga Einstein, que sería capaz de decirnos cómo salir de nuestro país paralelo (lo de universo paralelo nos queda grande) sólo si Camps gana las elecciones en Valencia, Aguirre lo hace en Madrid, y Sanz, en Navarra.

La historia, que se repite como plato de fabada.



No hay comentarios: