jueves, 24 de mayo de 2007

Con Aznar hemos topado


Ya sé que me ha costado un poco más esta vez, pero es que me he quedado mudo, tan mudo, que las palabras no salían ni escritas. Me ha pasado cuando me he dado cuenta de que José María Aznar lee mis textos. Y que repite lo que escribo. Ajá. Se acabó el relativismo.

La primera vez que os escribí hacía hincapié sobre todo en la importancia de vuestro voto, en que incluso los que omitimos van a algún sitio, y así, pensando en dónde iban a parar esos votos que nos censuramos me lié con lo de las realidades múltiples. José María Aznar ha intentado dar la respuesta, en su estilo contundente, a mi pregunta: los votos que emitimos van, o al PP, o a ETA. Los omitidos, a ETA. Ahí me equivocaba yo.

Mis tesis se dan contra el muro de la realidad que el expresidente alza como quien separa los EEUU de México o Israel de Cisjordania, el que separaba Berlín de Berín y el que desgarra al Sáhara por dentro. Ni relativismo espacial, ni galimatías temporal. Veo que, al contrario que yo, hay gente que lo tiene muy claro. No sólo España es España, sino que a falta de una hay dos. Toma: Dos Españas. La de ETA y la del PP. No son las municipales, estúpido, ni son las generales, es la lucha más peligrosa que se ha vivido en el mundo entre el bien y el mal.

Y eso que, antes de tener que pararme a reflexionar sobre cómo y qué decir para que los expresidentes del país no me malinterpreten, tenía preparado un artículo bastante bonito para cerrar todo lo del relativismo.

Empezaba así:

“Vótenme a mí, por favor, para alcalde de su ciudad”. Y luego seguía diciendo que si la frase la pusiéramos en boca de Zapatero, o en la de Rajoy, no quedaría del todo rara, aunque sepamos que uno es el presidente del gobierno y el otro el que aspira a serlo. Podríamos pensar en todo caso que el gobierno de nuestro pueblo les queda grande, pero no nos parecería extraño que aspiren a ser alcaldes. De hecho, y gracias a la fenomenal flexibilidad de nuestro territorio nacional y la ilimitada ambigüedad de nuestro lenguaje, igualmente podrían presentarse en Cancún, Bosnia o Malasia. O aspirar a ser Papa de Roma.

A partir de ahí hablaba de la Iglesia, y escribía la frase que debía dar título al artículo, la ingeniosa “Con la Iglesia NO hemos topado”. Eso sí, enlazaba el tema de forma muy poco sutil con lo del Papa de Roma, en el párrafo anterior. Quería meterme con uno de nuestros temas favoritos, uno de los más reiterativos y una de las instituciones que más hace por frenar el paso del tiempo, negando incluso el concepto de “evolución” de Darwin. Si Darwin hubiera llamado a su teoría la de la “involución”, la Iglesia no se la negaría, pero así la teoría sería mucho más difícil de entender científicamente.

Escribía que no habíamos topado con la Iglesia porque la Iglesia no estaba (en las iglesias). Y que al haber dejado ésta de hacer su función básica, gestionar lo espiritual, la sociedad civil se había visto obligada a organizar ella misma lo místico y lo intangible. Era otra de las explicaciones que vendrían a explicar el por qué de nuestro relativismo. Al tomar la Iglesia las calles para protestar contra el gobierno de España, los ciudadanos se iban quedando sin parcelas de realidad, especialmente los madrileños, cuya Gran Vía desaparecía bajo un número indeterminado de religiosos por metro cuadrado, una cantidad extremadamente variable según los contase el ayuntamiento de Madrid, la comunidad, la policía o el gobierno central.

Otra vez la España indeterminada, la España mágica, la España de los prodigios. Un terreno tan etéreo como el cielo y el infierno, o más todavía; porque este último vuelve a existir, gracias a Benedicto XVI, después de que Juan Pablo I lo cancelase: por lo visto, estaba sólo en obras. Y tal vez por esto los obispos estuvieran tan cómodos en la ciudad de Gallardón. Mis amigos madrileños me dicen que el infierno existe: “está aquí, pero tiene muy malos accesos”.

Durante este mes los religiosos nos han dejado casi tranquilos, porque ahora se concentran en otra plaza, venga a darle vueltas a una pequeña casillita que está en la parte inferior de nuestras declaraciones de renta. “Hay que marcarla, hay que marcarla”. Con un sudoku nos los quitábamos de encima para siempre.

El problema es que mientras ellos se ocupan de lo económico y lo político, del sexo civil y de la educación pública, a los ciudadanos de a pie se nos sale la mística por las orejas. La famosa reserva de espiritualidad española no va a desaparecer sólo porque los obispos dejen de hacer uso de ella. A lo mejor se pone agria, pero no desaparece. Y desborda. Nuestro fondo de espiritualidad escapa a nuestros control como una polución nocturna después de una abstinencia larga. Si quisiéramos, podríamos inseminar al resto del mundo.

Con este artículo pretendía admitiros que me daba cuenta de que en mis textos había intentado explicar por medio de la física y la ciencia lingüística lo que sólo puede entenderse con un acto de fe. Que nuestro espacio no es cuántico, sino místico. Que por ello no existen fronteras, y que a causa de esto las cosas que ocurren pueden a la vez no estar ocurriendo. Es esa parte de la realidad que se me escapaba con la sinécdoque, que aunque literaria, está sujeta a definición de diccionarios. Pero entonces se me ocurría que a lo mejor ambas cosas podían estar conectadas, teniendo en cuenta que el mismo Einstein era judío devoto y que muchos científicos creen estar acercándose al Espíritu cuando a través de la cuántica descubren que dos partículas de energía pueden estar en dos sitios a la vez.

En dos sitios a la vez. Es como decir que Isabel Pantoja, además de folclórica, puede ser corrupta. O que el agua del Ebro puede estar en el Ebro y a la vez en el Turia. Todos los ríos el mismo; como dentro, fuera y como arriba, abajo. Los de Salamanca, a votar en Cataluña. Los de Murcia y los de Valencia, también. Los de Madrid, en España. Igualmente nadie sería culpable: Fabra, el de Castellón, podría estar imputado por delito fiscal y tráfico de influencias y a la vez ser una persona decente, como Julián Muñoz y tantos y tantos otros. Nuestra costa podría, así, ser en realidad una ciudad continua, y nuestras zonas verdes ser espacios quemados, urbanizables. Las áridas poblaciones de Valencia, Murcia y Andalucía podrían, libres de las pesadas obligaciones de la realidad, ser el lugar idóneo donde plantar campos de golf. Y las elecciones municipales podrían ser, a la vez, nacionales, así como los presidentes generales de cada partido podrían ser alcaldes de nuestros pueblos. Madrid sería toda España y a la vez sólo uno más de los estados balcánicos, o Malasia, o Cancún.

¿Por qué insistir con Madrid? Por centrarme. Por el kilómetro cero de la puerta del Sol, el kilómetro desde el que empiezan todos los kilómetros del mundo, desde el que se empieza a contabilizar nuestra tierra (más o menos kilómetros según quien la cuente y desde donde), y porque en este tipo de pensamiento mágico en que me encuentro se me antoja como una especie de Aleph de Borges en plan castizo. Y porque las elecciones municipales de Madrid nos habían permitido, hasta “José María Aznar: el regreso”, uno de los mayores motivos para hacer de nuestras municipales unas generales.

Vamos a revisar un momento complicado de la campaña, más enrevesado que mis textos. Hasta hace una semana nadie conocía al candidato socialista a la alcaldía de Madrid, y desde entonces los socialistas de Madrid preferirían que no se le conociera. Miguel Sebastián hizo un ejercicio dialéctico complicado, apoyado en un material gráfico difícil, y le salió mal. Fue durante un debate emitido en TVE que Sebastián se lanzó a hablar como todo político español debe hacer: esquivando las frases que puedan resultar sospechosas de realidad, claras y directas. Resulta difícil entender lo que intentaba implicar Sebastián cuando enseñaba la foto de una revista a Gallardón (una mujer) y le preguntaba si había tenido relaciones con algún malayo. Aunque también es difícil entender que Gallardón dijera entonces que no iba a hablar de su vida personal, en lugar de referirse a las relaciones más abstractas de Sebastián, y que insistiera él mismo con su vida personal al señalarse las partes bajas en las que afectó el golpe de Sebastián. Este debate, central en la campaña por la alcaldía de Madrid, continuó con Sebastián diciendo que él no hablaba de vidas personales y con Gallardón insistiendo en que él no hablaba de su vida personal. Podían estar diciéndose lo mismo o lo contrario, pero sólo ellos lo sabrán. Puede que tampoco.

El caso es que el ejercicio de Sebastián sirvió para que Rajoy reclamara para su partido, en cada municipio que visitó los días siguientes, el voto de los socialistas enfadados con Sebastián: “ya sé que ustedes votan en Tarragona, pero, ¿no están tan ofendidos con este hombre, que podría llegar a ser alcalde de Madrid, como para votar en cambio a este otro señor del PP aquí?” (al decir “este señor” Rajoy extiende su mano a un señor que en Tarragona es tan poco conocido como Sebastián lo era en Madrid).

Las elecciones de Madrid en toda España: volvemos a lo mismo. A partir de este momento fue lícito pedir a los ibicencos molestos con el urbanismo salvaje de su isla votar contra el alcalde de Almería. Y reclamar el voto de los murcianos sin agua para los que no toleren que en Galicia nadie haya respondido por los incendios del último año. Rajoy está pidiendo, de un modo tan obvio que no necesito retorcer el lenguaje para demostrarlo, el voto para sí como alcalde de España. Le ha seguido Aznar. Y ahora Zapatero pide el voto para los socialistas a aquellos que estén ofendidos por que Aznar los haya metido en la misma España de ETA. También se confunde: Aznar habló a todos los Españoles y les dijo que la mitad eran de ETA, incluyendo en ello a muchos más que a los socialistas. Pero bueno.

El terrorismo, que había remitido relativamente (uso la palabra “relativamente” en su sentido más simple), se ha convertido en el centro de una campaña política en la que lo que menos importa son nuestras infraestructuras y en qué se gasta nuestro dinero, aún sabiendo que en España los gastos importantes están derivados a las autonomías y que muchas decisiones fundamentales se toman en los pueblos. ETA vuelve a ser la gran amenaza, el motivo por el que se debe votar viva uno en Melilla, Santiago de Compostela o en Jerez de la Frontera. Habrá que atender a los últimos movimientos de ETA para saber si cambiar de alcalde en caso de que el servicio de basuras de un pueblo X no rija. Ahora ETA, sabiendo que la mitad de España está con ella (es ello), debe estar contenta, muy crecida. Tanto como para poner una bomba debajo del coche de un concejal del PSE.

Aquí es donde doy el salto mortal sin red e intento abrochar los dos artículos de hoy: el de verdad, el que comenzaba con las últimas joyas de Aznar, y el que se volvió ficticio al ser fagocitado por el otro, que empezaba poniendo en boca de Rajoy la petición del voto municipal para sí mismo. Pero no me creo capaz. No, no es que no consiga relacionar a Aznar y a Rajoy en el mismo artículo, o en el mismo partido, o en la misma facción de las dos Españas. Es que aunque ya admito que ¡no son las municipales, estúpido!, no sé qué puedan ser si no.

Son las elecciones reales. Por supuesto no hablo de votar al rey: en esto se agradece algo menos de democracia y el poder decir “yo no he sido, yo no le voté… ya estaba ahí cuando llegué”. Lo que digo es que son las elecciones en las que se dirime la realidad, además del triunfo del bien sobre el mal, porque esta gente que debería callarse antes de poder escucharse a sí misma es la que va a ir tejiendo, en cuanto tengan el poder, la trama de nuestra realidad. Esta gente es la que va a decidir, si se le deja, si hay una España o dos, una para ETA y otra para el PP.

Así que “vótenme a mí, por favor, para alcalde de su ciudad”.

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