¿Qué podía hacer Geogre W.Bush para empantanar aún más los últimos meses de su segunda legislatura? Joder no sólo su presidencia sino la presidencia de quién le siga, llámese Barack Obama o John McCain.
Hace unos días advertí de que el órdago que Bush II había lanzado a las economías del planeta, ese "o conmigo o contra mí" similar al que disparó las guerras de Afganistán e Irak, no podía resultar bien. Mi miedo era que las cámaras norteamericanas validasen el plan de este ingeniero de la pacificación de Oriente Medio y arquitecto del Resort vacacional de Guantánamo. ¿Podíamos salir peor parados? Sí, si como ha ocurrido, el congreso americano rechazaba el plan que el presidente calificó como única opción para evitar una catástrofe económica mayor.
El día amaneció con el desplome de las bolsas asiáticas y cuando el sol llegó a Moscú, la capital de Rusia decidió no abrir las puertas de su parqué al pánico financiero.
George Bush, el hombre que sugirió que para evitar los incendios forestales había que talar los árboles, ha dejado a su país en la cuneta. No sólo ha perdido él el respeto internacional en asuntos económicos (Francia, Alemania y hoy Brasil le han corregido públicamente), geopolíticos (Rusia le ganó el pulso el pasado agosto en Osetia, China se ha dado un paseo espacial) o morales (la negación del cambio climático, la existencia de Guantánamo o su intento de enmendar la constitución para evitar bodas homosexuales) sino que ha conseguido que Obama y McCain se comprometan con él, antes de las elecciones, en una caída libre.
Barack Obama ha presumido de estatura de hombre de estado y junto con la mayoría de los demócratas ha apoyado el plan económico de Bush. McCain, aunque a regañadientes, se ha quedado casi sólo entre las filas del partido republicano, que pese a ser también el del presidente ha conseguido que no prospere el plan de compra de bancos en quiebra en perjuicio del ciudadano. Quizás sean ahora, para el resto del mundo, menos de fiar y sea más difícil creer en que alguno de los dos podrá propiciar un cambio verdadero de los movimientos de Bush, por injusto que sea el planteamiento.
Porque el planeta no puede sino responder visceralmente al visceral reto del actual presidente. "Por mis huevos", vino a decir, cuando chuleó con que tenía la respuesta a los problemas de la economía. El planeta, que ahora se agita en busca de nuevos polos políticos, ha perdido sobre todo los modos y la diplomacia en los últimos 8 años. No es de extrañar teniendo en cuenta quién lo dirige.
Algunos conspiranoicos sugieren que los atentados del 11 de septiembre de 2001 estuvieron patrocinados por la Casa Blanca. Aunque tienen difícil demostrar su caso, ya pocos dudarán de que, aunque sea metafóricamente, George W. Bush es como un kamikaze dispuesto a estrellar el avión que pilota no se sabe bien con qué fin. Obama y McCain se han convertido accidentalmente en las azafatas de un vuelo en el que vamos todos.
Hace unos días advertí de que el órdago que Bush II había lanzado a las economías del planeta, ese "o conmigo o contra mí" similar al que disparó las guerras de Afganistán e Irak, no podía resultar bien. Mi miedo era que las cámaras norteamericanas validasen el plan de este ingeniero de la pacificación de Oriente Medio y arquitecto del Resort vacacional de Guantánamo. ¿Podíamos salir peor parados? Sí, si como ha ocurrido, el congreso americano rechazaba el plan que el presidente calificó como única opción para evitar una catástrofe económica mayor.
El día amaneció con el desplome de las bolsas asiáticas y cuando el sol llegó a Moscú, la capital de Rusia decidió no abrir las puertas de su parqué al pánico financiero.
George Bush, el hombre que sugirió que para evitar los incendios forestales había que talar los árboles, ha dejado a su país en la cuneta. No sólo ha perdido él el respeto internacional en asuntos económicos (Francia, Alemania y hoy Brasil le han corregido públicamente), geopolíticos (Rusia le ganó el pulso el pasado agosto en Osetia, China se ha dado un paseo espacial) o morales (la negación del cambio climático, la existencia de Guantánamo o su intento de enmendar la constitución para evitar bodas homosexuales) sino que ha conseguido que Obama y McCain se comprometan con él, antes de las elecciones, en una caída libre.
Barack Obama ha presumido de estatura de hombre de estado y junto con la mayoría de los demócratas ha apoyado el plan económico de Bush. McCain, aunque a regañadientes, se ha quedado casi sólo entre las filas del partido republicano, que pese a ser también el del presidente ha conseguido que no prospere el plan de compra de bancos en quiebra en perjuicio del ciudadano. Quizás sean ahora, para el resto del mundo, menos de fiar y sea más difícil creer en que alguno de los dos podrá propiciar un cambio verdadero de los movimientos de Bush, por injusto que sea el planteamiento.
Porque el planeta no puede sino responder visceralmente al visceral reto del actual presidente. "Por mis huevos", vino a decir, cuando chuleó con que tenía la respuesta a los problemas de la economía. El planeta, que ahora se agita en busca de nuevos polos políticos, ha perdido sobre todo los modos y la diplomacia en los últimos 8 años. No es de extrañar teniendo en cuenta quién lo dirige.
Algunos conspiranoicos sugieren que los atentados del 11 de septiembre de 2001 estuvieron patrocinados por la Casa Blanca. Aunque tienen difícil demostrar su caso, ya pocos dudarán de que, aunque sea metafóricamente, George W. Bush es como un kamikaze dispuesto a estrellar el avión que pilota no se sabe bien con qué fin. Obama y McCain se han convertido accidentalmente en las azafatas de un vuelo en el que vamos todos.
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