viernes, 3 de octubre de 2008

Una del Oeste

Palin-Biden. DiCaprio. DeLillo. Premio Nobel. John Ford. La conquista del Oeste. Y del Este. Y del Norte. Y del Sur.

Ha ocurrido en Estados Unidos pero es también portada en el resto del mundo. En Lemonde.fr el debate electoral entre Palin y Biden, segundos de McCain y Obama, se analiza y enmarca bajo el epígrafe de "Americana"."Americana" es un género más novelístico que cinematográfico centrado en las emociones e idearios de los Estados Unidos que no tiene equivalente en las artes narrativas del resto del mundo; podemos decir de una novela que es europea, pero nunca será "una europea" ni "una europeana", por mucho que glose, denigre, analice o retrate historias e ideas europeas si es que se puede crear un conjunto tan firme de las múltiples literaturas europeas.

Del mismo modo existe, en paralelo al nombre de este género con peso casi equiparable al Realismo o a la Novela Romántica, la peyorativa etiqueta de "americanada", impuesta desde fuera de los Estados Unidos a la narrativa americana, aunque en este caso se suele aplicar al cine antes que a la literatura; tampoco existe el término "europeada", ni "alemanada" o "inglesada", aunque en casa los españoles sí definimos nuestro propio cine -y algunas actitudes- como "españoladas".

Los géneros y los estilos suelen tener en el arte fronteras tan difusas como las que separan la realidad y la magia en el realismo mágico; no en vano hasta García Márquez se cansa explicando que no entiende qué es eso de llamar "mágico" aquello que en su Colombia es tan real. Son tan difusas estas fronteras como concretas suelen ser los límites de los países. Estados Unidos tiene artes y fronteras de Gran Imperio, por novedosos que sean algunos rasgos de su estilo imperial en la Historia; esto se ve en parte en la inversión de la calidad de la dureza de sus fronteras: se han concretado los límites de la cultura a la vez que se difuminaban los territoriales; mientras que la fuerza de su cultura ha dado en crear géneros propios y bien delimitados como la "Americana", el Western o incluso el Pop Art (su nombre no se traduce del Inglés), las fronteras americanas dejan de existir cuando su crisis económica es la del planeta, un debate entre dos posibles vicepresidentes del gobierno es televisado en directo en casi todo el mundo y noticia central en la prensa al día siguiente, o por el hecho de que cuando sus protagonistas debaten sobre política exterior parece que discuten asuntos domésticos.

Mi marido americano me ha pedido una reflexión sobre un debate que esta mañana todavía no he visto. Me dijo, mi marido americano, que se puso malo escuchando debatir a Palin y Biden sobre Irak e Irán. ¿Cómo se atreven, me dijo, a jugarse el destino de tanta gente fuera de su propio país? Y tiene razón en parte: Palin y Biden, el republicano McCain y el demócrata Obama, cambian el mapa del mundo con cada una de sus palabras, y seguramente influyan en cómo vivirán irakies e iraníes los próximos años según sus acciones presidenciales. Mi duda al respecto es: ¿de veras hablan sobre lo que ocurre "fuera" de Estados Unidos?

Y más preguntas: ¿Hasta qué punto no es Irak ya parte de los Estados Unidos de América? ¿Por qué los estadounidenses se llaman a sí mismos, en debates presidenciales como en conversaciones cafeteras, "americanos"? ¿Cuándo absorvieron el nombre de dos continentes para quedárselo en exclusiva? ¿Cuánto de América del Sur no fue efectivamente estadounidense durante los años 70 y 80? ¿Y los organismos internacionales, qué porcentaje de los EEUU tienen? Mientras escribía estas líneas he debido cambiar varias veces el término "norteamericano" por el de "estadounidense", y "Norteamerica" por "Estados Unidos".

El comentario de mi marido americano (estadounidense) llega después de que yo haya visto por primera vez de motu propio un western: Drums among the Mohawk, Corazones indomables, de John Ford. Estamos en 1776, y los colonos alejados de la costa y del corazón de la revolución de independencia, han de luchar ellos solos contra los ingleses y sus aliados nativos-americanos. Se llaman a sí mismo "los de la frontera", así que su trabajo es mantener y expandir los límites de los Estados Unidos, como los de tantos marines y ciudadanos del planeta. Como nuestros contemporáneos, los colonos no saben del todo por qué están luchando; cuando al final de la película por fin son ayudados por las tropas de George Washington, ven por primera vez la bandera con las 13 rayas y las 13 estrellas, una por cada estado. "Así que esto es por lo que hemos estado luchando", dice uno de ellos; "es una bandera bien bonita", dice otro, mientras el himno de los Estados Unidos suena con muchos violines en la versión del compositor Alfred Newman. ¡Lo hemos oído tantas veces en tantas películas tantas tardes de domingo! Claro que hay cansancio. Si el himno americano suena, el final es feliz.

Una americana para algunos, una americanada para otros. Las fronteras a la vez que separan, nos unen a aquellos con los que lindan; quizás los estadounidenses sean todavía aquellos colonos que se lanzaron a la conquista del Oeste, y la llegada al Pacífico fue sólo una tregua en una expansión que continuó hacia la luna, marte, puerto rico, irak, irán. Cada vez más fronteras que vigilar, cada vez más indios e ingleses que combatir; cada vez más, el mundo es América, y la cultura de la Americana es la cultura de todos. Kennedy se declaró Berlinés hace cuatro décadas; el mundo es otro cuando Obama hace su discurso de campaña electoral en Berlín, y aun queriéndolo evitar no se declaró berlinés sino que nos declaró a todos norteamericanos.

Seguimos todos la campaña electoral americana como si fuera propia; no en vano no es precisamente un desconocido (para nadie en el mundo) el Leonardo DiCaprio que, junto a otros actores y actrices estadounidenses (globales) nos invita a no votar en estas elecciones con irónico humor.

Y, aunque le pese a los miembros del jurado del Premio Nobel, desde donde se ha declarado esta semana que la literatura americana es demasiado insular como para que un escritor estadounidense gane pronto el premio, también la literatura de los Estados Unidos expande cada día las fronteras de ese país gigante: se ha ofendido sin razón a escritores de la talla de Philip Roth, Paul Auster, Don DeLillo. Aunque Norteamérica fuera una isla, no podría estar aislada: sus fronteras son tan amplias ahora que el género concreto de la Americana abarca al mundo entero: desde hace décadas "Americana" es una novela que transcurre en parte en Vietnam, una película Americana podría pasar hoy en Irak, las americanadas ocurren en todo el universo.

No todo es poder militar. El siglo XX fue, también gracias al cine, también gracias a la literatura, el siglo americano. El siglo XXI parece dedicado en sus inicios a desestabilizar esta idea. Pero si es cierto que el momento antes de la mañana es el más oscuro de la noche, aún seremos más norteamericanos en el siglo XXI antes de dejar de serlo; de hecho Estados Unidos, como los enfermos terminales que parecen recuperarse justo antes de morir, ha sacado más pecho que nunca y ha sido más América en el mandato de Bush.

Si América cambia, cambiará el mundo entero. Si el mundo cambia, cambiará América.

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