Fútbol, sexo, apatía, sexo, docilidad, sexo, consumo, sexo
El síndrome de Peter Pan y otras teorías nos han hecho asumir que vivimos en una sociedad infantilizada, donde todos queremos ser niños permanentemente y huir de las responsabilidades. La idea, como casi todo lo basado en el análisis freudiano (no tanto en el jungiano o en el reichiano), está teñida de moralina, y parece destinada no a despertar la individuación en nosotros sino a la reprimenda gratuita.
Puestos a reprimir y reñir se me ocurre un insulto mejor que el de "infantilizada": nuestra sociedad está adolescentizada, puberizada, centrada en los vicios de los que ya no quieren ser niños, pero que no han encontrado un adulto mejor en el que convertirse.
Cada día me sorprenden mis alumnos con sus mismas fatigas, pues todo les es fatigoso, hasta lo que les apetece. Ni en mi experiencia docente con niños más pequeños, ni con los niños de los que me he hecho cargo, a los que me gusta llamar amigos, me he encontrado con algo diferente a un entusiasmo que nada tiene que ver con esta apatía: al contrario los niños, perdidos, demuestran alegría ante cualquier idea novedosa, y los momentos de mayor inactividad son aquellos en los que no se deciden entre una cosa u otra y la siguiente y esto y lo otro. Sin embargo no es tan diferente este cansancio vital adolescente de la adultísima queja continua, la desazón y el descontento ante todo, el aburrimiento permanente, el adocenamiento.
Igualmente, aunque hay niños demasiado obedientes, la mayoría no reacciona bien a instrucciones contradictorias, y mucho menos a castigos que consideran inmerecidos o broncas que no entienden. Pueden llorar, o protestarán de alguna otra manera por lo que creen injusto para, finalmente, encontrar el modo de hacer lo que estaban haciendo.
Caso frecuente:
1. castigo a un alumno
2. obedece
3. le pregunto si sabe por qué está castigado
4. me dice que no.
5. ¿Y sin embargo obedeces?
Por supuesto les pregunto retóricamente, suponiendo que saben que han hecho algo por lo que el día anterior ya habían sido castigados, o que han entendido mi explicación al castigo. No es muy diferente, si de verdad no entienden el castigo, porque asumen éste con silencio, sin protestas, tal vez contentos en el fondo porque van a poder estar un rato sin que nadie les hable, pero demostrando unas tragaderas grandes. Una pasividad enorme. Una docilidad adulta. Tiemblo.
Mis adolescentes quieren (tienen) el último aparato electrónico que se vende desde hace cinco minutos. Me han sorprendido gratamente más de una vez con conocimientos inesperados, pero de la actualidad les interesa sobre todo el fútbol. Pero sobre todo tienen en la cabeza una cosa, el sexo, tirando a irresuelto, poco asequible del modo en que lo quieren y tirando a frustrante.
No conozco niños con estas cualidades. Adultos, un buen montón.
El síndrome de Peter Pan y otras teorías nos han hecho asumir que vivimos en una sociedad infantilizada, donde todos queremos ser niños permanentemente y huir de las responsabilidades. La idea, como casi todo lo basado en el análisis freudiano (no tanto en el jungiano o en el reichiano), está teñida de moralina, y parece destinada no a despertar la individuación en nosotros sino a la reprimenda gratuita.
Puestos a reprimir y reñir se me ocurre un insulto mejor que el de "infantilizada": nuestra sociedad está adolescentizada, puberizada, centrada en los vicios de los que ya no quieren ser niños, pero que no han encontrado un adulto mejor en el que convertirse.
Cada día me sorprenden mis alumnos con sus mismas fatigas, pues todo les es fatigoso, hasta lo que les apetece. Ni en mi experiencia docente con niños más pequeños, ni con los niños de los que me he hecho cargo, a los que me gusta llamar amigos, me he encontrado con algo diferente a un entusiasmo que nada tiene que ver con esta apatía: al contrario los niños, perdidos, demuestran alegría ante cualquier idea novedosa, y los momentos de mayor inactividad son aquellos en los que no se deciden entre una cosa u otra y la siguiente y esto y lo otro. Sin embargo no es tan diferente este cansancio vital adolescente de la adultísima queja continua, la desazón y el descontento ante todo, el aburrimiento permanente, el adocenamiento.
Igualmente, aunque hay niños demasiado obedientes, la mayoría no reacciona bien a instrucciones contradictorias, y mucho menos a castigos que consideran inmerecidos o broncas que no entienden. Pueden llorar, o protestarán de alguna otra manera por lo que creen injusto para, finalmente, encontrar el modo de hacer lo que estaban haciendo.
Caso frecuente:
1. castigo a un alumno
2. obedece
3. le pregunto si sabe por qué está castigado
4. me dice que no.
5. ¿Y sin embargo obedeces?
Por supuesto les pregunto retóricamente, suponiendo que saben que han hecho algo por lo que el día anterior ya habían sido castigados, o que han entendido mi explicación al castigo. No es muy diferente, si de verdad no entienden el castigo, porque asumen éste con silencio, sin protestas, tal vez contentos en el fondo porque van a poder estar un rato sin que nadie les hable, pero demostrando unas tragaderas grandes. Una pasividad enorme. Una docilidad adulta. Tiemblo.
Mis adolescentes quieren (tienen) el último aparato electrónico que se vende desde hace cinco minutos. Me han sorprendido gratamente más de una vez con conocimientos inesperados, pero de la actualidad les interesa sobre todo el fútbol. Pero sobre todo tienen en la cabeza una cosa, el sexo, tirando a irresuelto, poco asequible del modo en que lo quieren y tirando a frustrante.
No conozco niños con estas cualidades. Adultos, un buen montón.
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