No estoy preparado para mis adolescentes, estoy fascinado
El Curso de Adaptación Pedagógica que hice para poder ser profesor apesta. Ya me di cuenta entonces, teniendo una madre docente, de que lo que estaba haciendo no tenía nada que ver con sus tres años de preparación de magisterio, su estudio de la obra de Piaget o Chomsky respecto a las edades cognitivas del niño y todas aquellas densidades tan didácticas.
El CAP requiere apenas diez horas para leer algunos textos y resumirlos convenientemente, y otras pocas horas no controladas de prácticas en escuela. No extraña que acabe siendo con frecuencia un mero trámite hacia el trabajo de funcionario como educador para licenciados cansados de perseguir otra vocación, o sin vocación laboral alguna.
Ahora descubro a los adolescentes y echo de menos haber tenido algo de preparación sobre las inquietudes y deseos de estas almas jóvenes. No está del todo mal porque a muchas de las tesis que descubro llego por mi propio pie, aunque frustra no saber contrastarlas después, y además reciclo mi memoria sin psicoanálisis.
La cuestión sexual, por supuesto. Viendo a mis niños y niñas voltear alrededor del sexo con las tesis más disparatadas sobre su deseo más disparado, entiendo cómo la sociedad necesita durante años psicoanálisis y derivados para paliar todo el año que nos hacemos en la adolescencia. La pereza adolescente y su necesidad de individializarse, su búsqueda de uno mismo y las múltiples dudas que aparecen, el malhumor y los silencios, el infantilismo nervioso que aún coletea, se contagian a padres y profesores hastiados, impacientes, maleducados, solipcistas, sin querencia alguna después de tanta guerra de mover un dedo. Mis chicos y chicas están a la deriva y aunque soy consciente de que no hay nada que salvar y que encontrarán su camino, me sabe mal ver en ellos mi propia pérdida y la de mis amigos, las dudas con las que empiezan a tejer ahora, a base de respuestas inapropiadas a preguntas que no saben formular, una red de confusión que les llevará luego años desenmarañar.
Me gustaría haber llegado más preparado a esto. Ahora me sugieren los profesores permanentes que les proponga juegos donde el físico sea importante, donde puedan tocarse y quemarse, y que no me preocupe demasiado por salidas de tonos o desobediencias, que están en la edad de marcar carácter y afianzar su voluntad. Si hubiera llegado más preparado, no habría resultado tan emocionante. Es como llegar a un libro del que no has leído ni la sinopsis pero que intuyes universal.
El Curso de Adaptación Pedagógica que hice para poder ser profesor apesta. Ya me di cuenta entonces, teniendo una madre docente, de que lo que estaba haciendo no tenía nada que ver con sus tres años de preparación de magisterio, su estudio de la obra de Piaget o Chomsky respecto a las edades cognitivas del niño y todas aquellas densidades tan didácticas.
El CAP requiere apenas diez horas para leer algunos textos y resumirlos convenientemente, y otras pocas horas no controladas de prácticas en escuela. No extraña que acabe siendo con frecuencia un mero trámite hacia el trabajo de funcionario como educador para licenciados cansados de perseguir otra vocación, o sin vocación laboral alguna.
Ahora descubro a los adolescentes y echo de menos haber tenido algo de preparación sobre las inquietudes y deseos de estas almas jóvenes. No está del todo mal porque a muchas de las tesis que descubro llego por mi propio pie, aunque frustra no saber contrastarlas después, y además reciclo mi memoria sin psicoanálisis.
La cuestión sexual, por supuesto. Viendo a mis niños y niñas voltear alrededor del sexo con las tesis más disparatadas sobre su deseo más disparado, entiendo cómo la sociedad necesita durante años psicoanálisis y derivados para paliar todo el año que nos hacemos en la adolescencia. La pereza adolescente y su necesidad de individializarse, su búsqueda de uno mismo y las múltiples dudas que aparecen, el malhumor y los silencios, el infantilismo nervioso que aún coletea, se contagian a padres y profesores hastiados, impacientes, maleducados, solipcistas, sin querencia alguna después de tanta guerra de mover un dedo. Mis chicos y chicas están a la deriva y aunque soy consciente de que no hay nada que salvar y que encontrarán su camino, me sabe mal ver en ellos mi propia pérdida y la de mis amigos, las dudas con las que empiezan a tejer ahora, a base de respuestas inapropiadas a preguntas que no saben formular, una red de confusión que les llevará luego años desenmarañar.
Me gustaría haber llegado más preparado a esto. Ahora me sugieren los profesores permanentes que les proponga juegos donde el físico sea importante, donde puedan tocarse y quemarse, y que no me preocupe demasiado por salidas de tonos o desobediencias, que están en la edad de marcar carácter y afianzar su voluntad. Si hubiera llegado más preparado, no habría resultado tan emocionante. Es como llegar a un libro del que no has leído ni la sinopsis pero que intuyes universal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario