Monstruos que escuchan, vocaciones rotas, sólo ante el peligro
Los llamo monstruos, con cariño. Hasta hace poquito me sentía culpable al hablar con otros profesores y decirles que no quería a mis niños. Claro, es más fácil querer a criaturas de 3 años que de pronto no pueden contenerse de darte un abrazo o a los que con 9 años aún te admiran por no ser un adulto al uso. Mis monstruos.
No sé en qué momento mi emoción hacia ellos ha cambiado. Los estimo. Los comprendo mejor y asumo sus defectos como una idiosincracia natural: es mejor que aprendan a ser individuos honestos que tramposos borregos, y es deseable además que aprendan por qué son únicos y cómo serlo asumiendo que no están solos en el mundo.
Me escuchan y lo valoro. Pueden terminar una conversación diciendo "que sí, calvin, que te hemos entendido" para que no les dé más la vara, pero a los pocos días aprecio un cambio en su actitud respecto a algunos temas. En otros, invariables. Me han explicado que llamarme calvin, porque no tengo pelo, es casi una muestra de respeto: al fin y al cabo le ponen mote a todo el mundo, y podrían llamarme, me lo dicen con la cara más dura, "calvo de mierda"; pero no lo hacen.
Los elementos disruptores de la paz acaban siendo el ojito derecho de casi cualquier maestro. Quizás vemos los motivos detrás de su comportamiento, y que nuestras llamadas a la atención son respuestas a sus llamadas por atención. Siendo adultos, habiendo vivido lo suyo antes, nos podemos permitir ser compasivos, y en eso trabajo sobre todo con ellos: intento que sean compresivos entre ellos, que intenten comprender que cada uno viene de un lugar diferente, tiene su historia y sus motivos, y que quizás se comporta de cierto modo porque no conoce otro ni se da cuenta de que difícilmente cumplirá sus deseos por esos medios (como ser apreciado en el grupo a base de insultos o una temperamentalida mal controlada). Algunos de mis alumnos, una vez entienden esto, se muestran mucho más capaces de ayudar a los monstruos más monstruosos mejor de lo que podría hacerlo yo.
Pero entiendo que mi situación es lujosa. El mayor número de alumnos que he tenido en clase ha sido una veintena. Si no me encabezono en cumplir un programa, si entiendo que a estas alturas de julio están más que hartos de todo el curso, me permiten jugar con ellos a conversar. Les encanta conversar. Les encanta que les escuchen.
Pero imagino lo que debe ser trabajar con más de treinta monstruos teniendo un programa lectivo que cumplir y hacerlo, además, solo. Me cuentan mis amigos, docentes perpetuos, cuán a menudo se las ven con un padre que exige un aprobado para sus crías, o más mano dura, o mano más blanda. Padres que critican a los profesores, delante de sus cachorros, por ser poco más que vagos, gente que disfruta de demasiadas vacaciones. Me he sentido imbécil y apaleado cada día, cuando se me hacen feos con el lenguaje o el pasotismo de mis monstruos me hace dudar si existo, si se me oye, si estoy. Y eso que mi vocación educativa es sólo tangencial, no es mi apuesta máxima, no me identifico con este trabajo como para dejar que me mida como persona. Imagino, sabiendo que mis imaginaciones serán una imagen muy tenue de la realidad, lo que es educar por tu cuenta y riesgo, sin ningún respaldo.
2 comentarios:
Efectivament els agrada ser escoltats, i a qui no? No els agrada res que no ens agrade als adults però nosaltres, adults mares i mestres, ho perdem sovint vista. Pensem que són diferents i al capdavall són com nosaltres: ens agrada sentir-nos estimats i així és com el Valencià, per exemple, entra i "no con sangre".
Reme.
Reme, gràcies pel comentari. Que dificil això d'educar! Crec que els educadors, pares o mestres, també oblidem deixarnos tocar per la magia de la bona educació, vull dir, educarnos a la mateixa vegada que eduquem, per tant que els nostres punts de vista siguin flexibles i podam gaudir aixó d'un aprenentatje paral.lel al dels xiquets.
El valencià... tot allò que és una obligació terca i mal explicada fa sofrir... moltes generacions s'han allunyat de les mates per això. És una pena que les llengues puguen correr el mateix camí per fallar a la seva essencia quan eduquem: no podem parlar del plaer de "comunicar", d'aprende ferramentes de comunicació, si tot el que podem fer nosaltres quan obrim la boca es ordenar.
Petons
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