Me gusta hablar con Anthony de Europa, contrastando mi punto de vista con el suyo, de norteamericano muy viajado, aunque se enfade; se enfada conmigo a menudo porque, sin querer, cuando hablo de Europa creo una imagen que se refuerza frente a otros países o .bloques, y además he de abstraer mucho mis ideas para homogeneizar lo que es la UE en mi discurso.
Me gusta salir de España y tantear las teorías que se me han ido ocurriendo este tiempo sobre terreno europeo, pero diferente. Las elecciones españolas llaman poco la atención en Alemania; en Italia Zapatero es un ídolo –o un demonio- pero parece que fuera del arco mediterráneo el enfrentamiento entre el presidente del gobierno y Mariano Rajoy no tendrá la medida épica de lo que ocurrió hace un año entre Sarkozy y Royale.
Pero en todos nuestros países nos estamos enfrentando a cuestiones propiamente europeas. Aunque compartimos con gran parte de América del Sur un sistema social que cuide a los pobres, incluyendo sanidad y educación gratuitas, nuestro alto nivel de vida hacen nuestros miedos diferentes: Europa tiene cada vez más cerca el fantasma de la quiebra de la Seguridad Social, y ocurre esto en Francia como en Alemania o España; la pobreza es sólo una amenaza. Pero el trabajo empieza a resentirse de esta crisis “sólo financiera” que ha explotado en los Estados Unidos y los sindicatos del continente se enzarzan en conquistar su propio ombligo mientras el número de parlamentarios de derechas aumentan en Estrasburgo.
Ésta es la cara civilizada de los brotes de extrema derecha que, con esta pureza, también es un fenómeno europeo. Rajoy debate con Zapatero y como en el instituto Cervantes no hay nada preparado para seguir su primer encuentro electoral, lo veo con Julia en Jannowitzbrücke. “Aquí sobra gente”, dice Rajoy, antes de confiar en que una fantasmal niña española pueda aspirar a crecer siendo española y que ser española en el futuro signifique ser rica.
En la Unión, algo empieza a vencernos: los nacionalismos ganan fuerza y, lo que es ahora sólo la sombra de la duda respecto a los “socios europeos” más pobres, toma forma de racismo puro en sectores cada vez menos minoritarios. Ésta no es la homogeneización que defiendo, cuando abstraigo, tomando café con Tony.
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