Berlín, Chicago, Londres, Barcelona
Negativos rallados, viejos, estropeados y escaneados. Aún así, sale guapa. Berlín es una de las ciudades más fotogénicas que conozco; su estructura, lisiada por la Historia y renacida de ella, encaja con el Zeitgeist universal: Berlíne ecléctica, Berlín reconstruida. Quizás es bella en fotos porque no hay que capturar la belleza criogénica y perfecta de otros paísajes urbanos. Berlín ofrece otra cosa que belleza a su espectador.
Negativos rallados, viejos, estropeados y escaneados. Aún así, sale guapa. Berlín es una de las ciudades más fotogénicas que conozco; su estructura, lisiada por la Historia y renacida de ella, encaja con el Zeitgeist universal: Berlíne ecléctica, Berlín reconstruida. Quizás es bella en fotos porque no hay que capturar la belleza criogénica y perfecta de otros paísajes urbanos. Berlín ofrece otra cosa que belleza a su espectador.
Recuerdo que al principio de vivir en Berlín hace más de un año, o en mis viajes cortos anteriores, la ciudad me pareció fea. Fea sin paliativos. Concedía que podía tener encanto, pero estaba muy lejos de enamorarme de ella hasta el punto de considerar que es una ciudad guapa en un sentido diferente. No es la pulida París, desde luego, no es la sinuosamente gastada Venecia.
En mis viajes he dado con comparar Berlín a Chicago. Ambas ciudades fueron destruidas y reconstruidas con un fervoroso espíritu renovador. Ambas metrópolis son una colección de edificios de arrojado diseño, renovadores tanto a principios del siglo XX como en el enlace con el XXI, abiertas y agradecidas a la arquitectura internacional. El resultado: mosaicos urbanos que reflejan la mezcolanza y fluidez de los inicios del nuevo milenio.
También recuerdo de mis primeros meses en Berlín una sensación acusada de pérdida, de falta de orientación, debido en gran parte a esta mezcla arquitectónica que impide tomar referencias fijas. Lo que me parecía único de un barrio, arquitectónicamente, volvía a verlo en otro después de andar durante horas, aunque fuera en una calle abandonada; de pronto me parecía haber dado vueltas sobre mí mismo. Apenas hay calles de todos modos que reflejen un único estilo en sus fachadas: el empedrado de la zona de Bergmanstrasse, en Kreuzberg, es de lo más singular, pero se limita a unas pocas manzanas. En general, la sensación cuando se camina Berlín es que no hay ningún patrón que seguir: a un edificio de hace tres siglos sigue una pared de acero y cristal levantada la semana pasada, y a ésta un residuo de la arquitectura soviética, y a ésta una empobrecida fachada posterior a la II Guerra, y a esta un experimento fantasmal.
Ocurre en Berlín que dos calles pueden tener el mismo nombre, aunque estén muy apartadas en el mapa, pues durante la partición de la ciudad fueron renombradas y no les importó a los dirigente municipales que esto ocurriera: a todos los efectos existían dos Berlines, y los caminos que llevaban a Leipzig se orientaban de manera diferente debido a las fronteras establecidas por cada bloque. Sin embargo, por lo que comentaba antes, no he encontrado símbolos claros de un pasado comunista u occidental en ninguna de las antiguas demarcaciones berlinesas, excepto unos pocos puntos turísticos: la urbe fluye como los habitantes de Schengen, gracias a las aerolíneas low-cost.
La mezcla resulta embellecedora en lo arquitectónico, aunque en lo demográfico los grupos de Berlín tienden a mezclarse poco, y se ubican por la ciudad según sus posibilidades financieras pero también atentos a las modas. Lo Hip desde hace años es vivir en el barrio de Prenzlauerberg, aunque las últimas tendencias indican que a algunos ya no les parece hip vivir en donde todo es demasiado hip, y proponen mudarse al norte de Kreutzberg porque es menos hip, y lo menos hip es más hip, y además será pronto más hip, gracias a la migración de los hip del hip Prenzberg.
Esto no lo supe fotografiar, pero en berlín casi cualquier disparo sin flash recibe una imagen fotogénicamente cordial. No le ocurre a todas las ciudades. Nueva York ama las cámaras y Londres ofrece con gusto su grandeza y los habitantes de sus parques a los reporteros. Barcelona, si uno pierde la guía del laberinto Gaudí, es imposible de fotografiar: los barceloneses se refugian de los turistas, y manadas de visitantes es lo poco del género humano que uno puede capturar con la cámara; los edificios, sin las exageraciones de Gaudí, tienen poco que ofrecer en las cortas distancias con que la ciudad permite tomarle instantáneas. Paseig de Gràcia, Diagonal, la playa y las Plazas de Catalunya y Espanya son de los pocos espacios donde el fotógrafo puede alejarse lo suficiente del objetivo para tomar algo que no sea un detalle.
En la foto de arriba, vista de la Torre de Televisión desde las cercanías de Leipzigerstrasse, en el Mitte financiero de Berlín.
Abajo, la Friedrichstrasse a 500 metros, con la estación de S-Bahn y el Berliner Ensemble donde Bertolt Brecht dirigió sus obras. Consejo a viajeros: adentraos por el descampado donde acampan las caravanas de las compañías de teatro y buscar una escalera sucia que baja por la fachada lateral del Ensemble; la cantina del teatro está abierta a los no-artistas, pero es frecuentada casi únicamente por actores, tramoyistas y gente del escenario.
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