No tengo ningún lugar concreto que visitar según una guía antigua de Berlín que encuentro en una maleta que abandoné hace meses. Antes de cada viaje sólo tengo un miedo: ¿me aburriré? La pregunta es rara porque ni en casa me aburro, pero me horroriza tanto pensar que me aburriré en un viaje como imaginar, ya que el pensamiento es gratis, que un día podría no amar a mis amados.
Más teniendo en cuenta que cuando viajo cualquier cosa me entretiene. Decido caminar durante horas siguiendo la orilla del río, o cruzar la ciudad de Este a Oeste en una línea recta lo más exacta posible, o visitar en la misma jornada una decena de calles cuyo nombre empiece por H o por T. Estrategias para encontrar lo no buscado.
Caminar por calles, sobre el asfalto, entre ciudadanos. Es un placer tan grande que me siento culpable de no disfrutar lo mismo en un paseo por el campo. Pero las calles y las ciudades… En Nueva York me siento abocado a un abismo, como si irremediablemente yo fuera a terminar como la misma ciudad, que se tira al mar allá por Wall Street, donde los edificios cada vez están más juntos porque se les acaba la isla; un abismo placentero, una predestinación, como el orgasmo, porque paseando por NY siento que le hago el amor a la calle, como si andar fuera masajear con los pies su espalda a modo de urbano preámbulo amoroso. A París, cuando la siento cerca, la siento como a una amiga con derecho a roce, un bello consuelo muy excitante pero de quién nunca me fiaré del todo, demasiado guapa y snob; Buenos Aires es brutalmente sexual, caminando sus avenidas me peleo con ella, y ella conmigo, cordial pero animalmente, sabiendo que no gana ninguno si uno pierde demasiado.
Y Berlín es amiga. Berlín es conversación tranquila, con una madurez que ha conservado bastante infancia; no creo que sea una ciudad joven, como se dice, sino que florece de nuevo como quien lo hace en la cincuentena. Cuando paseo por Berlín, por poco dados que sean sus habitantes a la conversación casual (comparados con los 5minutes-chatting de cualquier cruce de peatones en NY o los desbocados psicoanálisis porteños), nunca me siento solo, siempre voy tomado de la mano.
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