Nadie es responsable, o al menos, nosotros no lo somos, según nuestro propio criterio. No es que todo el mundo sea bueno, pero yo lo soy. Si nuestra mente funciona así tan a menudo, ¿por qué no la mente colectiva que se comparte en cada país, entre afiliados políticos o miembros de grupos empresariales?
Hace poco escuché en un programa de radio al presidente de la asociación de constructores o del lobby inmobiliario (perdón por el indeterminismo) defender, con buen tino y elegante organización de ideas, lo que a muchos nos parecería ilógico en nuestro país ahora: los constructores no sólo no son los codiciosos los especuladores por los que se les toma, sino que con su negocio realizan una importante labor social.
Lucrarse en el negocio inmobiliario es secundario al objetivo del lobby.
El tema del debate era si se debía o no esperar recesión en los precios de la vivienda. El comunicado central de constructores y vendedores es que no, y que no sólo se debería evitar posponer la compra del piso deseado (ya que los precios no van a bajar), sino que una congelación en la adquisición de bienes inmuebles provocaría un incremento alarmante de los precios.
Porque de alarmas va la cosa. Los constructores quieren evitar esta llamada “alarma social” a la vez que dicen que ellos no están alarmados. “Moderación de los precios” es la frase de moda. Hablar de un aumento alarmante de los precios no es alarmar: es amenazar. La ley de la oferta y la demanda funciona mejor sobre el papel del teórico que impreso en papel factura: aunque a menor demanda los precios debieran bajar para dar salida a una oferta estancada, teniendo poder el vendedor no dará por menos lo que cree que cuesta más.
Y, nos dicen, la materia prima con que se construyen los sueños inmobiliarios es el suelo, que no baja de precio. Otra cosa es que, debido al cambio climático, baje de nivel respecto al mar. O que, sin respeto al mar, cada vez haya menos playa en nuestras costas.
Entonces vino la tesis: las constructoras y las inmobiliarias han hecho un bien social dando la respuesta adecuada a la necesidad de vivienda de la sociedad. Sin esta diligente construcción de pisos los precios, dijo, sí se hubieran disparado, puesto que la oferta sería menor a la demanda. Esta parte sí tiene sentido. Construyendo pisos se moduló, pues, una subida de precios que hubiera sido catastrófica para el país: apocalíptica, no sólo por su tamaño, sino por estar teñida por la inevitabilidad de las cosas del destino.
Sigamos la lógica: Nike, por ejemplo, vende zapatillas caras para evitar venderlas muy caras. Los tomates, por ejemplo, cuestan bastante porque así no cuestan muchísimo. Y el uso de un teléfono celular no resulta barato porque las compañías velan para que su uso no resulte excesiva, alarmante y aniquilantemente caro.
El Che, entre otros, anduvo confundido.
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