miércoles, 19 de diciembre de 2007

Gadaffi va de camping.

Cuando era pequeño viajé mucho con mis padres yendo de camping en camping. Era el modo más económico de moverse y pasar los meses calurosos del verano entre pinos y junto al mar era una alternativa asequible al pueblo manchego de mi abuela. Recuerdo sólo cosas buenas de nuestras estancias en Denia o en la villajollosa, en Galicia e incluso, una vez que nos excedimos, en el parque de los bosques de Bologna en París. Lo más importante sobre todo es que me sentía libre, muy libre, aún cuando no supiera explicar qué significaba entonces para mí la libertad.

Yendo de camping aprendí a andar descalzo. Todavía lo hago en verano, incluso alguna noche me quito los zapatos para trotar por la ciudad, aunque el asfalto de Valencia sea menos romántico que las gravillas de mi niñez. Estando de camping amé las hojas del eucalipto, cuyo penetrante y lleno olor tiene en mí los efectos retroactivos de la magdalena de Proust. Me gustaba el olor del nylon de nuestra tienda y mucho el ruido y la vibración de la lluvia sobre éste. Al llegar la noche sentía que me adentraba en un mundo mágico, aunque me enfadara que mis padres interrumpieran el día para hacernos dormir, cuando abríamos la boca de la tienda y nos adentrábamos con linternas en su oscuridad calurosa. El baile de los dientes de la cremallera, su música fugaz, es uno de los sonidos que más amo.

Ahora sin embargo nunca voy de camping. Me doy el gusto de ensuciarme con el asfalto aunque su tacto en mis pies es suave comparado con las agujas de las piedras mínimas con que me masajeaba al pasear. Tengo eucalipto en un bote, y lo uso para relajar los pulmones cuando me resfrío, y he dejado el nylon por el algodón que es más suave.

Entre mis amigos que además son compañeros de generación casi nadie va de camping. En general cambiamos el coche por billetes de avión baratos, hacemos turismo urbano y preferimos la comodidad de pequeños hoteles, aunque estén algo sucios, al romanticismo de la tienda. Vivimos como burgueses que no pueden permitirse serlo. Pero raramente nuestros padres nos dicen lo que sería imaginable como reprobación si introdujésemos el tema con un “yo, en tus tiempos…” . Ya no está de moda, tampoco, usar tal frase. Entienden, con buen tino sociológico, que los tiempos cambian, y que habiendo tantas cosas de que preocuparse es mejor prescindir de las incomodidades de la jaima. Tienda, quise escribir.

Gadaffi, el dictador libio, se pasea por Europa con su tienda, y 30 chicas vírgenes. Los medios de información las llaman su Guardia Personal, en lo que debe ser fiel traducción del original, pero a lo que podríamos dar otros nombres más creativos y sin embargo más ajustados a nuestra realidad. A los líderes europeos esto les debe parecer exótico y nadie se pregunta qué tipo de amor une a estas jóvenes a su líder, para guardarlo como lo hacen. También les será atractivamente curioso que un dictador asesino plante una jaima en los jardines de las residencias oficiales que le son ofrecidas, llenando así de cojines y lujos orientales la aburrida diplomacia occidental.

¿Sentirá Gadaffi algo parecido a la nostalgia infantil cuando monta su tienda en los jardines de, por ejemplo, El Pardo? ¿Caldeará su imaginación el recuerdo antiguo de otros viajes, más ingenuos, pero más auténticos? ¿Se sentirá en comunión con la naturaleza, rodeado de sus vírgenes doncellas?

No lo creo. Lo que sin embargo sí creo es que nuestros políticos, a la izquierda y a la derecha de Sarkozy y Zapatero, se comportan como padres ciegos que no quisieran meterse en problemas con sus hijos, con dolosa hipocresía disfrazada de coleguismo. Eso, tanto si les salimos burgueses como si somos violentos con los inmigrantes. ¡Criaturas!

Porque nuestros políticos, a la vez jefes y empleados nuestros, no pueden pretender no conocer lo que saben, quién es Gadaffi y a qué se dedica en un país que ha hecho suyo a la fuerza. La broma de la jaima no puede empañar informativamente la importancia de su visita y del trato especialmente interesado que se le da a un asesino: que me perdonen los puristas de la globalización si malinterpretan que mi problema está con la jaima.

Afortunadamente la diplomacia española cedió a Gadaffi la antigua residencia de Franco y sus jardines en el Pardo, y no convirtió La Moncloa en la zona de acampada de este dictador aún vivo. Las imágenes de la Guardia Personal de Gadaffi, sus 30 vírgenes, hubieran reflejado de manera poco decorosa las fotos que nuestras ministras se tomaron, hace tres años, para celebrar la paridad en las páginas de una revista de moda. Ninguna a protestado frente a la exhibición de amorosas mujeres que el libio pasea por Europa.

¿Qué contrato tienen las vírgenes de Gadaffi? No es factible que tengan contrato por obra: se es virgen a jornada completa. Lejos de ser autónomas, imagino que no les queda otra opción que ejercer de vírgenes sin importar lo vocacional que les resulte tan peculiar profesión.

Zapatero contempla la escena en su visita a El Pardo. No critica lo que ve; no sólo por los sustanciosos contratos que firmarán los dos países, sino porque asume como anciano distanciado que no entiende esa cosa tan infantil que es una dictadura: le queda tan lejos ya que no debe opinar sobre el tema. “Estos jóvenes”, se dice, e imagina que Gadaffi es un hippy, rodeado de mujeres, acampando en tienda, pensando que los treinta y uno, ellas treinta y él el uno, comparten un montón de amor libre.

Pero no es libre.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Porteño en Valencia

Ayer pasé la tarde hablando con una amiga que dice que se va a Buenos Aires. Me dio tanta envidia que le di un golpe en la cabeza con la botella de cerveza que me estaba bebiendo. La violencia no arregla casi nada: no sólo no la hice cambiar de opinión, sino que si ella está en Buenos Aires yo no podré ir debido a una orden de alejamiento.

Antes de eso hablamos mucho de los argentinos y de las argentinas, refiriéndonos en todas nuestras anécdotas a los porteños., por supuesto, acumulando un puñado de injurias a las que no podemos evitar amar más o menos, porque también somos neuróticos.

La base de nuestra conversación sobre los porteños estaba en lo complicada que tienden a hacerse la vida los porteños que mejor se acoplan al peor estereotipo de argentino. Nos daba a ambos la sensación de que con su lengua, educada en el psicoanálisis mundano, enredaban la alegría hasta hacer de ella un drama. Nunca se aburren, pues, si pueden hablar, excepto si cuando el aburrimiento les sirve en sí mismo como interesante dolencia del alma.

¿Es fácil ser tan difícil como un porteño? ¿Es difícil hacer que parezca fácil ser difícil?

Pensión Boluda en la calle Bailén de Valencia

Mi último texto recibió dos comentarios. Uno de la princesa anónima, que no contenta con mi petición de que los políticos callen, les pide silencio interior, suponiéndoles la capacidad de meditar. Otro, y por eso escribo este texto, en que se me explicaba que en Buenos Aires la palabra “diálogo” es una conversación de a dos que, en las escuelas, debe ser acallada por las maestras de primaria, “no hagan diálogo”.

Firmaba el texto “porteñoenvlc” (¿porteño en valencia?), que aunque no lo conozco me ha hecho meditar sobre la facilidad (o no) de ser porteño. Es fácil ser porteño en el mundo. Porteño es el bonaerense, principalmente de la capital argentina, pero también se consideran porteños algunos platenses: a veces orgullosos por pertenecer a la provincia de Buenos Aires, a veces dolidos (¿de mentira?) por cargar con los peores atributos de Capital. Lo importante es que hablen de uno, da igual si bien o mal. Y de los porteños se habla en España. En el mundo hispanohablante se entiende de dónde es uno cuando dice que es porteño. ¿Pero en valencia, ser porteño en Valencia?

Pensaba en todo esto mientras volvía a casa del Cabanyal, un barrio valenciano formado casi todo por casas centenarias que va a ser derribado (3.500 viviendas) en pos de la prolongación de una gran avenida. Los vecinos del Cabanyal no pueden sino ser porteños, dada su cercanía al puerto de la ciudad; si este barrio está amenazado desde hace décadas por los derribos municipalmente planificados, otros poblados marítimos comparten con éste el abandono de las autoridades: son mercados urbanos de la droga donde raramente se adentran los servicios de la limpieza (o policiales o de sanidad).

No es fácil ser porteño si uno es de Valencia. Aún no.

A algunos platenses les gusta diferenciarse de los bonaerenses aunque apenas estén a 100 kilómetros de la capital y La Plata gestione la administración de Buenos Aires. Otros sin embargo cargan orgullosos con las etiquetas porteñas: complicados, bocazas, enredadores, presumidos. No es difícil querer ser porteño, ni serlo, si a uno se le reconoce el mérito –incluso negativo-.

Ser porteño en Valencia aún no significa mucho. Es como ser un animal en vías de extinción por el que pocos derramaran aún menos lágrimas. Ser porteño ahora, con las gestiones de la America’s Cup bloqueadas tampoco, tiene poco valor. Pero quizás un día, ser porteño de Valencia, tendrá un valor tal que será cuantificable hasta económicamente. Valor bursátil, y valor inmobiliario. Lo de los valores morales, bueno, veremos si podemos cargar con falsa modestia y una presuntuosa falta de orgullo el carecer totalmente de ellos.

PD.- El siguiente link tiene algo de información sobre un proyecto de rescate en que ando metido con dos artistas geniales en este barrio:
http://silasparedes.blogspot.com/

viernes, 7 de diciembre de 2007

¡No hagan diálogo!

El enfrentamiento que tuvieron en noviembre el rey de España y el presidente de Venezuela ha sido analizado y repetido hasta la extenuación. Quiero reextenuaros: pero no para desmadejar el enrevesamiento de Chávez ni para vestir de interés el “por qué no te callas” de Juan Carlos I.

Me interesa más una frasecilla que pasó casi inadvertida entre tanto jaleo hispanoamericano, al ser soltada con voz aguda y apocada, o meliflua si se quiere ser también dulce, por la presidenta chilena Bachelet : “por favor, no hagamos diálogo".

Doy por sentado en mi desconocimiento (y doy por sentado mi desconocimiento) que “no hagamos diálogo” de Bachelet es un modismo de su país para pedir, como hizo el rey de España, que todos se callaran, pero educadamente. El interés de la chilena no debía estar pues en que se parasen todos los diálogos mundiales. Pero la propuesta alternativa no deja de ser interesante: imaginar que Bachelet quería que la maquinaria del dialoguismo, dialogantismo, dialoguerismo, parase en seco en aquel momento.

No hagamos diálogo. Desde el 10 de noviembre he leído tres artículos de opinión titulados “¿Por qué no se callan todos?” (uno incluso escrito por un estadounidense fascinado por la trifulca chavez-juancarlista). Las propuestas del “¿Por qué no se callan todos?” piden a los líderes mundiales que durante algunos días al año, por la imposibilidad de pedir meses o semanas al olmo, recojan sus bártulos mediáticos y dejen de armarla en público abriendo la boca. Me parece bien. La idea es que se retiren un tiempo a cada rato para meditar qué quieren decir; la vieja fórmula de contar hasta 10 antes de hablar.

Yo propongo que este silencio se dé al menos hasta que hayamos comprendido el verdadero sentido del diálogo, que va más allá de la cháchara, el cacareo y la repetición de los propios clichés que nos evitan la pesadez de escuchar al otro. Mientras tanto, no hagamos diálogo. Aunque sea en lo que aparentemente es el mismo idioma. Propongo que mediten no sólo sobre qué quieren decir, sino sobre el sentido mismo del diálogo.

Porque un día va y otros nos descubren; seres de otra galaxia o los que nos sucedan en este planeta, quizás cereales Kellogs mutados en copos de maíz inteligentes. Los Kellogs ven, pues, los restos de nuestra civilización, y tal, y de algún modo escuchan grabaciones de ahora y leen nuestros libros. Con lo difícil que es descifrar un lenguaje arcaico de por sí, va y estos copitos de maíz se encuentran con que han de desentripar palabras como “diálogo” antes de adentrarse en el significado de "mesa", o "morcilla de arroz". La pista que tienen es que el diálogo es algo que, según una líder mundial del pasado, debía dejar de hacerse (y con urgencia, suponen, puesto que la hacedora de la frase, Bachelet, pidió el fin del diálogo para evitar una guerra entre un viejo rey europeo y un caudillo bolivariano).

Relacionaron pues, en su lógica, el diálogo con las emisiones de CO2, el enriquecimiento de uranio, la devastación de la selva tropical y genocidios varios. “Por favor, no hagan bombas nucleares, ni diálogo”.

Y es que el diálogo, lo que llamamos diálogo, parece estar en medio de muchos de nuestros males. El diálogo está en el centro del conflicto palestino-israelí, en los comunicados que las autoridades de uno y otro lado se lanzan, cuando sus líderes abren la boca en un mismo lugar y tiempo y dicen hablar de lo mismo. El diálogo aflora entre Estados Unidos e Irán y se da en forma de ruido aparentemente articulado entre los que se llaman o son llamados España y los que se llaman o son llamados vascos; por ejemplo. El diálogo tiene pinta de esa panacea a la que, cuando es tarde, le afloran efectos secundarios.

Sólo Bachelet se ha dado cuenta de que tenemos sobrevalorado un ente abstracto, el diálogo, que misteriosamente aparece siempre en la escena del crimen. En las novelas de misterio suele haber un personaje que las pasa mal para justificar su presencia cada vez que muere alguien. Solemos sentir simpatía hacia él o ella; pensamos que puesto que el autor no se ha molestado en justificarle, resultará ser inocente porque la trama no puede ser tan burda. Todo puede ocurrir: que el personaje sea inocente y que la trama sea burda, o que el personaje sea culpable y la trama elegante a la hora de convencernos de la serie “culpabilidad, inocencia y culpabilidad” del sujeto en cuestión.

Pero aún puede pasar que siendo el personaje culpable, la trama sea burda.

No es de extrañar que los cereales no dialoguen entre ellos. Por ahora.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

El espejismo de la rica Europa atrae a los africanos (sic!!!)


Leo en prensa, Reuters, que “el espejismo de la rica Europa atrae a los africanos”. No es un titular mal elegido, luego contradicho por el texto que le sigue. La noticia, por llamarla de alguna manera, incide en la idea de que africanos pobres, como los senegaleses, mantienen en su cabeza la idea de una Europa rica como “en la fábula del Dorado”.

Esto no es una noticia. Es vox populi y sentido común, una verdad de Perogrullo. ¿O no es sensato que en la paupérrima África se piense en Europa como paraíso, si tan sólo económico?

Lo extraño es que el redactor, la redactora, o los redactores de la nota –por no llamar ya noticia a esto- se refieran a la riqueza de Europa como “de fábula” (no en el sentido de “de lujo” o magnifica, sino de “mítica”) y tachen el desear africano (la generalización la hago mía, pero era suya) de espejismo.

Espejismo, alucinación, producto de la imaginación anhelante, síntoma de locura.

Siendo magnánimo me da por suponer que detrás del texto haya un redactor o redactora con un injustificable contrato por obra, mal pagado, sin seguridad social ni derecho al paro, quemado por la intransigencia de jefes a los que no ha visto la cara y sin un sindicato que le respalde. Alguien para quien Europa y su riqueza sea un espejismo. Alguien sin hipoteca, o peor, con hipoteca, no necesariamente preocupado por inmigrantes que le vengan a robar el empleo, sino jodido porque hablan de su opulenta vida europea sin conocimiento de causa. A todos nos da rabia que se hable de LO NUESTRO sin saber.

Su propia vida rica europea es, pues, un espejismo, una alucinación, el producto de la imaginación anhelante y síntoma de locura. Que no vengan a decirle que vive el Dorado.

Aunque sin este exceso de magnanimidad pienso que quizás sí viva, este redactor o redactora, en el Dorado: un el Dorado tan resplandeciente que ciega con su brillo. A nivel personal me veo a menudo teniendo que echar el freno cuando la queja me desborda. No hay, creo, mejor modo de vivir la vida que en lo inmediato, en el ahora y en el uno mismo, porque es donde más a mano tenemos los medios para disfrutar lo que nos place y cambiar lo que no nos sirve. La queja, la toma de consciencia del mal, está justificada también en lo personal. Sin embargo muchas veces se nos olvida buscar referentes necesarios para nuestra inmediatez, un marco que nos sitúe, teniendo en cuenta al otro y lo otro: y entonces, ay qué vergüenza, nuestras quejas primermundistas hacen desteñir el oro que es nuestra Europa y mostrarnos que estamos sólo decorados con oropel barato; no hablo ya de pobreza monetaria, sino moral.

No es oro todo lo que reluce, pero el pan, oye, el pan, suele ser pan cuando parece pan. Y tenemos un pan europeo que, aunque al ponerse por las nubes su precio parezca cosa de magia o locura, es pan. Tangible. Al pan, pan, a Europa, Europa, y al hambre de África un respeto. Y una mano tendida.


http://es.noticias.yahoo.com/rtrs/20071205/tts-ue-africa-inmigracion-reportaje-7c6ab66_1.html

lunes, 3 de diciembre de 2007

Inmobiliarias Che Guevara


Nadie es responsable, o al menos, nosotros no lo somos, según nuestro propio criterio. No es que todo el mundo sea bueno, pero yo lo soy. Si nuestra mente funciona así tan a menudo, ¿por qué no la mente colectiva que se comparte en cada país, entre afiliados políticos o miembros de grupos empresariales?

Hace poco escuché en un programa de radio al presidente de la asociación de constructores o del lobby inmobiliario (perdón por el indeterminismo) defender, con buen tino y elegante organización de ideas, lo que a muchos nos parecería ilógico en nuestro país ahora: los constructores no sólo no son los codiciosos los especuladores por los que se les toma, sino que con su negocio realizan una importante labor social.

Lucrarse en el negocio inmobiliario es secundario al objetivo del lobby.

El tema del debate era si se debía o no esperar recesión en los precios de la vivienda. El comunicado central de constructores y vendedores es que no, y que no sólo se debería evitar posponer la compra del piso deseado (ya que los precios no van a bajar), sino que una congelación en la adquisición de bienes inmuebles provocaría un incremento alarmante de los precios.

Porque de alarmas va la cosa. Los constructores quieren evitar esta llamada “alarma social” a la vez que dicen que ellos no están alarmados. “Moderación de los precios” es la frase de moda. Hablar de un aumento alarmante de los precios no es alarmar: es amenazar. La ley de la oferta y la demanda funciona mejor sobre el papel del teórico que impreso en papel factura: aunque a menor demanda los precios debieran bajar para dar salida a una oferta estancada, teniendo poder el vendedor no dará por menos lo que cree que cuesta más.

Y, nos dicen, la materia prima con que se construyen los sueños inmobiliarios es el suelo, que no baja de precio. Otra cosa es que, debido al cambio climático, baje de nivel respecto al mar. O que, sin respeto al mar, cada vez haya menos playa en nuestras costas.

Entonces vino la tesis: las constructoras y las inmobiliarias han hecho un bien social dando la respuesta adecuada a la necesidad de vivienda de la sociedad. Sin esta diligente construcción de pisos los precios, dijo, sí se hubieran disparado, puesto que la oferta sería menor a la demanda. Esta parte sí tiene sentido. Construyendo pisos se moduló, pues, una subida de precios que hubiera sido catastrófica para el país: apocalíptica, no sólo por su tamaño, sino por estar teñida por la inevitabilidad de las cosas del destino.

Sigamos la lógica: Nike, por ejemplo, vende zapatillas caras para evitar venderlas muy caras. Los tomates, por ejemplo, cuestan bastante porque así no cuestan muchísimo. Y el uso de un teléfono celular no resulta barato porque las compañías velan para que su uso no resulte excesiva, alarmante y aniquilantemente caro.

El Che, entre otros, anduvo confundido.