viernes, 31 de octubre de 2008

Mientras tanto, en casa


Estamos en guerra. No es una guerra civil, sino una guerra de invasión. El territorio en dispusta es mi propia casa; el invasor es una horda de albañiles que, desde hace dos semanas ya, nos tienen en estado de sitio.

Todo empezó con un puñado de grietas. Una de las paredes interiores se agrietaba en tiempo real, esto es, podía casi verse en directo como las grietas aparecían y se desarrollaban a lo largo y ancho de la pared. La casera me dijo que era lo más normal del mundo, que el suelo se estaba hundiendo y que por tanto las paredes ceden. Puesto que es normal, parecía querer decirme, no te preocupes. Sí, el suelo se hunde, pero es normal.

No nos envió ningún arquitecto a comprobar el estado de la finca, sino una avanzadilla de las tropas obreras que sentenció que la pared caería. ¿Cuál es la solución? Tirarla. El suelo se hunde pero esto es normal; puesto que la pared se cae mejor la tiramos, que no se diga que se ha caído, que no se le pueda afear un tropiezo. Yo no me caigo, me tiro.

Y así, caí o me tiré en las obras propiamente dichas. El primer día me dijeron que tardarían tres jornadas en terminar: total, es tirar una pared y reconstruir la mitad del muro, trabajo fino oyes. El segundo día recalculamos el tiempo: puesto que en un día sólo nos ha dado tiempo a tirar un cacho de pared, pues va a sé que no, que lo terminamos un día más tarde. Y al otro día, volvimos a hacer balance del tiempo necesario: pues a saber, oyes, unas semanas, unos meses, que todavía hay que pintar.

En este tiempo intentamos esconder nuestros tesoros: la nevera está tapada con una sábana, nuestras sábanas están escondidas bajo toallas, las toallas las protegemos con papel de plata. Pero no tenemos donde escondernos nosotros mismos, del reguetón a todo volumen y del humo de puro que fuma uno de los soldados, ubicuo y negro, apestoso y pringoso como la injusticia de un monarca absoluto y cruel.

Dos semanas después hemos obtenido una victoria amarga en casa. Los echamos, pero los restos de la batalla perdurarán. Humeantes todavía las piras incendiarias de los bárbaros que tomaron el fuerte este medio mes, los restos de la batalla aparecen en forma de escombros, cables sueltos, puertas que no se pueden abrir (han pintado por encima de la cerradura), colillas apagadas en las macetas.

Lo peor, al darles las gracias cuando se marchaban, es que no les agradecíamos el trabajo hecho,
sino que se fueran. Nos queda, ahora, la reconstrucción.


Un trabajo de pintura fino: éste es el aspecto que tiene la puerta una vez
han considerado que su trabajo está hecho y bien acabado.

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