jueves, 4 de junio de 2009

EUROCENTRISMO

París, 30 de mayo de 2009


La palabra Eurocentrismo designa la consideración de la cultura europea, sus tradiciones o instituciones, como el modelo absoluto y central desde el que ver el mundo. Este posicionamiento teórico, que en ocasiones se diluye para englobar un punto de vista centrado en el occidente del norte, rico y blanco, incurre en generalizaciones como que la Edad Media, asumidamente Europea, fue un periodo oscuro marcado por la ignorancia en el mundo: el Eurocentrismo nos lleva a obviar los avances científicos (en química, o en medicina) que se hicieron en la civilización árabe o en China en el mismo tiempo.

El Eurocentrismo de hoy en día, ese eurocentrismo de amplitud occidental, nos lleva a considerar, por ejemplo, que los países sin Democracia son inferiores a los que se regulan por medio de elecciones, Congresos o Parlamentos; en España olvidamos, con voluntariosa tendenciosidad, o con euforia inconsciente, que hasta hace sólo 30 años vivimos en dictadura, y que probablemente hubiéramos considerado una afrenta, o una injerencia extranjera inaceptable, los intentos de democratizar España desde fuera.

Hoy en día España asimila gustosa decisiones tomadas, para ella, en Bruselas, Estrasburgo y la Haya , o en aquellos cónclaves nómadas en que los presidentes de 27 países europeos se reúnen periódicamente. España, representada en este grupo de países, decide para ella y para otros, es legislada por ella y por otros, diluye sus fronteras y su autonomía (a la vez que las amplía) gracias a la Unión Europea, una unión voluntaria de países democráticos que democráticamente renovarán su Parlamento durante el fin de semana largo del 4 al 7 de junio.

El Eurocentrismo estaría justificado esta semana: sólo ocurre en la Unión Europea que los habitantes de 27 países voten conjuntamente para renovar un mismo Parlamento. La idea todavía es novedosa, el ejercicio sigue siendo un experimento, la admiración estaría justificada. Lamentablemente, ni los medios de comunicación, ávidos de cualquier información que llene páginas o tiempo de telediario miran a Europa, la estudian, la explican.

Los periódicos Estadounidenses centran su atención en Berlusconi. Sí, se celebran elecciones europeas también en Italia, pero el tema es tangencial si lo comparamos con los escándalos del nuevo Nerón. La prensa europea no presta mayor atención a sus elecciones: el gobierno británico se hunde en las encuestas después de demasiados traspiés, probablemente los laboristas deban pedir elecciones anticipadas; la crisis económica no desgasta a la alemana Merkel; Bairou, el centrista independiente, roba votos a la izquierda gala aunque su mensaje político ataca a Sarkozy. Poco análisis sobre la composición de un parlamento del que estos personajes, igual que Zapatero o Rajoy, no forman parte: el Parlamento Europeo, el mayor parlamento democrático del mundo.

Hay apatía de cara a las elecciones europeas. Y es lamentable para todos nosotros, porque apenas el 45% de los europeos en edad de votar decidirán, si las estadísticas sobre intención de votos son reales, una parte importante del futuro de 500 millones de habitantes de Europa. Si la abstención es tan alta esta vez, tendremos el que hasta será el Parlamento Europeo menos representativo de los europeos hasta la fecha

¿Y a quién culpar? En parte es un fallo de la propia Unión Europea, de su juventud e indefinición: hoy en día la Unión ha crecido hasta ser realmente una entidad política y cultural, pero en su nacimiento era poco más que un contrato económico entre un puñado de países. También la democracia norteamericana nació, en parte, por causas económicas, cuando los ministros de economía británicos elevaron los impuestos de los ciudadanos de la Colonia, aumentando levemente las ganancias de la Corona pero también, y mucho, la furia de colonos.

Hoy jueves votan ya los ciudadanos del Reino Unido. Tristemente no votan pensando cuál es el lugar en Europa de su país, el más euroescéptico del grupo pero uno fundamental, sino en los escándalos financieros del gobierno de Brown y en el desgaste del laborismo después de tres lustros en el poder. El país que fue de Jorge III manda a sus representantes al Parlamento Europeo con un espíritu muy diferente al de los Colonos americanos que decidieron su independencia, y la creación de una Unión de Estados: los delegados que eran enviados Philadelphia o Baltimore a discutir sobre la Unión debían defender los intereses de su circunscripción, pero sabían que mantenían también en mente algo mayor. Cuando el derecho al sufragio se hizo universal (para la definición del siglo XIX) se mantuvo esta tónica de la representatividad parlamentaria en el Congreso.

Los europeos somos colonos en tierra ignota, en la tierra desconocida de qué ocurre si 27 países (hoy) intentan funcionar como uno solo en el lapso de unos pocos años. Como europeos, somos responsables también de las faltas de Europa, nuestra desinformación es la desinformación de Europa. Como ante tantas elecciones, entiendo el cansancio que producen los politicos pero también, como tantas otras veces, debo recordarme que si no voto yo, otros lo harán por mí. También sé que, vote o no vote yo, el Parlamento Europeo se volverá a llenar de parlamentarios que tomarán decisiones que sí me afectarán a mí.

La indefinición de Europa, todavía vaga y moldeable, puede llevarnos a la apatía del infante, incapaz de decidir ante la falta de claridad de las ofertas. Propongo lo contrario: aprovechad que Europa aún se está construyendo para mandar a Bruselas a aquellos en los que creáis más, pues el Parlamento seguirá diseñando Europa, y con ellos vuestros países y regiones, vuestras leyes y convenios, a vuestro pesar o con vuestra participación. Europa somos ya todos nosotros, ¿qué mensaje nos mandamos a nosotros mismos? ¿Queremos una Europa construida por los restos, por aquellos elegidos sólo por la minoría, o queremos una Europa que se sienta fuerte, y en la que se decida con el voto real del pueblo? Propongo que os eduquéis vosotros mismos sobre Europa, como adultos, si la información no os llega previamente masticada; propongo que investiguéis, y averigüéis si el Parlamento Europeo, a pesar de no ser cien por cien representativo de nosotros los europeos, no sirve por ejemplo para parar los pies a la Comisión en más de una ocasión.

Investigad, estudiad, elegid a vuestros candidatos y a vuestros programas, mandadlos a Europa, comunicaos con ellos luego (los europarlamentarios son paradójicamente más accessibles que los congresistas nacionales): sois adultos con voz y voto. Sed sabios. Estamos, todos, en el centro de Europa.

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