La información es poder, decía ayer, por eso cuesta dinero o es mala. Este tipo de declaraciones son las que últimamente hacen los directores y dueños de periódicos, en España y en Europa; el Estado debe ayudarnos, la competencia –internet- nos está destrozando, la crisis no ayuda. En Estados Unidos quebró hace ya medio año la propietaria del Chicago Tribune, el icónico New York Times sigue el mismo camino pero allí la prensa debate precisamente la rareza que constituye que un presidente ayude a las automobilísticas y que ahora “nacionalice” General Motors.
Fue durante este mes, en mi última visita a los EEUU, que me quise empezar una crónica sobre mi Europa. En teoría, y a pesar de mis decisiones sentimentales –si es que el corazón elige-, me siento europeo en parte debido a que me identifico mejor con la generalidad de los europeos que, como un ejemplo entre muchos, con los norteamericanos. Fue precisamente mi marido norteamericano el que activó en mí una necesidad casi bélica de explicar y explicarme Europa, cuando me dijo, al poco de conocernos, que esa Europa de la que hablo existe sólo en mis sueños. Fue una bronca de nivel que casi manda al traste una relación recién iniciada.
He crecido en y con Europa. Mi primera estancia fuera del país, en Europa, no fue Erasmus, aunque el concepto ya no nos era habitual, sino con otra beca de la UE: estudiantes de diez nacionalidades (incluida Turquía), profesores alemanes y checos, y docencia en inglés. Europa siempre me ha parecido natural y hermosa, si bien algo indefensa debido a que su Historia la hace dudar de sí misma: Europa es autoconsciente y a menudo extraordinariamente autocrítica, llegando a bloquearse –política y culturalmente- en muchas ocasiones debido a su pasado.
Su tibieza respecto a Israel, es un ejemplo; Alemania, Suecia o Francia no pueden criticar la política de Israelí por pánico a parecer antisemitas. Otro ejemplo es la celeridad con que se retiran de la vida pública espectáculos u obras de arte que ofenden la moral del Corán, sin importar que Europa ha celebrado como un bien ganado el destierro (relativo) del Vaticano de la política y los estamentos del poder.
Sin embargo encuentro que Europa resulta también terriblemente engreída cuando se compara a sí misma con otros continentes o países (estamos de vuelta en el Eurocentrismo), especialmente cuando lo hace con los Estados Unidos de América. Una de mis conclusiones últimas y más sencillas es que el europeo medio, urbanita, se compara a sí mismo con el granjero americano, una comparación del todo injusta; sería más equitativo comparar a un aldeano del interior de Albacete con el vaquero de Texas, o a un ciudadano de San Francisco con un vienés. Os aseguro que realizar este ejercicio mental es sorprendente.
Estando en América esta última vez visité la casa donde se retiró y murió endeudado Thomas Jefferson, tercer presidente del país y autor de la Declaración de Independencia. Los años de la Independencia Americana, como los de la Revolución Francesa o Rusa, son fascinantes en los grandes y en los pequeños detalles, en la masa y en los individuos. Y están llenas de contradicciones. Jefferson detestaba la esclavitud pero, aunque supo liberar a América de Inglaterra, no consiguió reinventarse a sí mismo y dejar de tener esclavos hasta su muerte. Jefferson tampoco vivió (afortundamente) para ver que el país que ayudó a fundar con grandeza histórica aniquiló a casi la mitad de su población en una Guerra Civil de Secesión. Lincoln fue asesinado por un separatista al terminar la Guerra, y la propia Casa Blanca fue levantada por esclavos. Sin embargo América creó en aquel momento nuevos estándares para la civilización, que reclaman a menudo con grandilocuencia, pero algunos de los cuales han ido perdiendo lustre por este camino de 200 años.
Pensé en que el Viejo continente es paradójicamente muy Nuevo, en la longitud de la Historia, como Unión Europea. Tardaremos décadas y cometeremos errores en el camino que transitamos, sea el que sea. Aún no sabemos cómo manejar lo que estamos creando, aún es perfectible; la independencia y la revolución Americana no ocurrieron a la vez, y los EEUU pasaron años sin una constitución que los diferentes Estados fueron ratificando durante casi una década y que aún hoy se sigue enmendando. Cada proceso de ampliación del país, hacia el oeste o el sur, requirió un esfuerzo grande, muchas veces una guerra, otras veces décadas; se habló tempranamente de una ampliación que incluyera también a toda la América del Sur. E intentaron separarse, una vez unidos.
Durante este periodo electoral pasé por París y me gustó encontrarme con jóvenes que informaban e invitaban a participar a los viandantes en las elecciones. Cuando Francia votó No al referendum sobre la Constitución sentí desazón, pero entiendo que a pesar de las vacilaciones del proceso estamos en un camino sin retorno, ya inevitable. Para mí, como para tantos jóvenes, Europa ya no es cuestión a refrendar: cómo construirla y modificarla sí, pero ya no está en duda la misma idea de esta Unión Europea que, como ocurrió con “Estados Unidos” y “América” ha acabado por devorar onomásticamente al continente: Europa.
No me gusta que Europa quede paralizada, como no me gusta su engreimiento. Considero que hay ciertamente valores que Europa caracteriza mejor, por su reciente historia, pero hay que luchar por ellos. La Seguridad Social, las jubilaciones, la educación universal gratuita, la libertad de prensa o de investigación, la laicidad o la intervención estatal –o pública- son algunos ejemplos de ganancias que no son perpetuas: Europa sigue ya una senda, dedicada a la Unión y un milagroso entendimiento entre naciones, pero a cada paso se construye e inventa. Estoy muy lejos de incomodarme que Estados Unidos, a través de su presidente, haga suyas ideas que considerábamos, quizás con engreimiento, europeas; me asusta no obstante pensar en que aquí podamos perder, por el camino, esas ideas.
Un hombre negro ocupa hoy la Casa Blanca, y desde ella gobierna los EEUU de América. Cuando George Bush ha dejado de patanear por el planeta las vergüenzas de nuestros líderes tienen menos excusa; era fácil estar a la altura y confiar, sin alzar la voz porque no era necesario, en la superioridad moral e intelectual de Europa. Todos los periódicos europeos excepto uno recogían hoy una noticia en su primera plana: Obama y su impresionante discurso en Cairo, los ojos del planeta, en medio de las elecciones europeas, vueltos hacia Egipto y América. Por la tarde la prensa europea se había actualizado y se hacía eco de las fotos que El País llevaba hoy en primera, las de Berlusconi y un ex primer ministro checo, desnudo, rodeados de jovencitas y menores de edad. Más tarde la prensa se actualizaba: Obama en el campo de concentración de Buchenwald, con Angela Merkel, Obama conmemorando el desembarco de Normandía, con Sarkozy. Europa, noticia gracias a América, y a las erecciones de este tipo que bromeaba respecto a Obama.
Según se desarrolle estos días el tema Berlusconi sabremos si el escandalizarse de Europa ante la caza de brujas Stern-Clinton-Lewinsky (¡pero cómo, hacer un tema político de una cosa privada!) fue justo o sólo una pose; lo sabremos si se le exigen cuentas a Berlusconi por su ser tan báquico o por haber mentido a su país y tal vez haber incurrido en un delito. Veremos si el debate que se ha iniciado en torno a la información que es poder, se mantiene en esos términos y en por qué Europa permite que un presidente en su Unión secuestre a los medios informativos del país, denunciando para ello a toda la prensa europea y acusándola de formar un complot. Tampoco quedaremos bien si no se le pide ninguna cuenta.
Sería sorprendente pero no inaudito que la historia volviera a girar: las revueltas sindicales comenzaron casi un siglo antes que el europeo mayo del 68 en el Chicago de finales del siglo XIX. Obama parece dispuesto a cambiar los modos diplomáticos de Washington, crear un sistema sanitario universal en su país, eliminar prejuicios históricos, potenciar la investigación con células madre y el uso de energías renovables e incluso conjurar al demonio y hacer intervenir al gobierno en la economía.
Y Europa se renueva una vez más con líderes de la derecha en los gobiernos de la mayoría de países. Si alguien quiere discutir que la derecha europea es necesariamente una derecha social y la izquierda americana no existe, les pediría que analicen qué tipo de gobierno tiene la República Checa, cómo fue hasta hace un año la Polonia de los Kaczynski (allí y aquí en Europa), que me indiquen cómo llegar a la izquierda italiana y que me resuelvan la duda de por qué hasta los líderes de izquierda, Zapatero incluido, apoyan la reeleción de Durao Barroso, ex primer ministro portugués y anfitrión de la Foto de las Azores, como Presidente de la Comisión. Mientras estaba en América ha ocurrido además que varios Estados legalizaron el matrimonio homosexual, contándose ahora hasta siete (Massachusetts,Connecticut, Iowa, Maine, New Hampshire, New York y Vermont, más California, en litigio) frente a cinco estados europeos (Bélgica, Países Bajos, Suecia, Noruega y España) .
Una última comparación histórica con Estados Unidos me parece romántica y me hace soñar con una Europa mejor y que puedo entender. Durante los primeros años de la Revolución, antes de que América entrara en Guerra, cada Colonia (no eran Estados aún) enviaba representantes a Filadelfia o Baltimore para debatir sobre la cuestiones de la Guerra contra Inglaterra o cómo declarar, si se hacía, la Independencia. Cuando se creó el Congreso, años después, el sistema era parecido: los caminos que debían recorrer los congresistas, desde sus Estados hasta Washington, eran malos y considerables en distancia, pero su marcha representaba que llevaban las ideas de sus electores para ser defendidas en la Capital. Allí eran representantes de su pueblo geográfico pero también de unos colores, partidos, o modos de ver América.
Hay que enviar a nuestros mejores hombres y mujeres a Europa. No sólo para que defiendan nuestro territorio, pues definitivamente Europa camina unida y en principio el perjuicio de unos es el de todos, sino para que defiendan nuestros colores, identidades y voluntades, pues definitivamente Europa camina unida y en principio el beneficio de unos es el beneficio de todos. ¿Qué elegimos? ¿Qué soñamos? ¿Cómo vamos a hacer girar la rueda? ¿Quedará el Este, América, a la Izquierda y Europa, el Oeste, a la derecha, tal y como ocurre si miramos un mapa del mundo desde el eurocentro? ¿Queremos estar en disposición de jugar el partido con EEUU, China, la unión de países iberoamericanos, el mundo árabe, Rusia y África? ¿Hacia dónde andamos?
He mencionado muchas veces los caminos y, sin embargo, no los hay. Ya lo dijo Machado, Se hace camino al andar.
Fue durante este mes, en mi última visita a los EEUU, que me quise empezar una crónica sobre mi Europa. En teoría, y a pesar de mis decisiones sentimentales –si es que el corazón elige-, me siento europeo en parte debido a que me identifico mejor con la generalidad de los europeos que, como un ejemplo entre muchos, con los norteamericanos. Fue precisamente mi marido norteamericano el que activó en mí una necesidad casi bélica de explicar y explicarme Europa, cuando me dijo, al poco de conocernos, que esa Europa de la que hablo existe sólo en mis sueños. Fue una bronca de nivel que casi manda al traste una relación recién iniciada.
He crecido en y con Europa. Mi primera estancia fuera del país, en Europa, no fue Erasmus, aunque el concepto ya no nos era habitual, sino con otra beca de la UE: estudiantes de diez nacionalidades (incluida Turquía), profesores alemanes y checos, y docencia en inglés. Europa siempre me ha parecido natural y hermosa, si bien algo indefensa debido a que su Historia la hace dudar de sí misma: Europa es autoconsciente y a menudo extraordinariamente autocrítica, llegando a bloquearse –política y culturalmente- en muchas ocasiones debido a su pasado.
Su tibieza respecto a Israel, es un ejemplo; Alemania, Suecia o Francia no pueden criticar la política de Israelí por pánico a parecer antisemitas. Otro ejemplo es la celeridad con que se retiran de la vida pública espectáculos u obras de arte que ofenden la moral del Corán, sin importar que Europa ha celebrado como un bien ganado el destierro (relativo) del Vaticano de la política y los estamentos del poder.
Sin embargo encuentro que Europa resulta también terriblemente engreída cuando se compara a sí misma con otros continentes o países (estamos de vuelta en el Eurocentrismo), especialmente cuando lo hace con los Estados Unidos de América. Una de mis conclusiones últimas y más sencillas es que el europeo medio, urbanita, se compara a sí mismo con el granjero americano, una comparación del todo injusta; sería más equitativo comparar a un aldeano del interior de Albacete con el vaquero de Texas, o a un ciudadano de San Francisco con un vienés. Os aseguro que realizar este ejercicio mental es sorprendente.
Estando en América esta última vez visité la casa donde se retiró y murió endeudado Thomas Jefferson, tercer presidente del país y autor de la Declaración de Independencia. Los años de la Independencia Americana, como los de la Revolución Francesa o Rusa, son fascinantes en los grandes y en los pequeños detalles, en la masa y en los individuos. Y están llenas de contradicciones. Jefferson detestaba la esclavitud pero, aunque supo liberar a América de Inglaterra, no consiguió reinventarse a sí mismo y dejar de tener esclavos hasta su muerte. Jefferson tampoco vivió (afortundamente) para ver que el país que ayudó a fundar con grandeza histórica aniquiló a casi la mitad de su población en una Guerra Civil de Secesión. Lincoln fue asesinado por un separatista al terminar la Guerra, y la propia Casa Blanca fue levantada por esclavos. Sin embargo América creó en aquel momento nuevos estándares para la civilización, que reclaman a menudo con grandilocuencia, pero algunos de los cuales han ido perdiendo lustre por este camino de 200 años.
Pensé en que el Viejo continente es paradójicamente muy Nuevo, en la longitud de la Historia, como Unión Europea. Tardaremos décadas y cometeremos errores en el camino que transitamos, sea el que sea. Aún no sabemos cómo manejar lo que estamos creando, aún es perfectible; la independencia y la revolución Americana no ocurrieron a la vez, y los EEUU pasaron años sin una constitución que los diferentes Estados fueron ratificando durante casi una década y que aún hoy se sigue enmendando. Cada proceso de ampliación del país, hacia el oeste o el sur, requirió un esfuerzo grande, muchas veces una guerra, otras veces décadas; se habló tempranamente de una ampliación que incluyera también a toda la América del Sur. E intentaron separarse, una vez unidos.
Durante este periodo electoral pasé por París y me gustó encontrarme con jóvenes que informaban e invitaban a participar a los viandantes en las elecciones. Cuando Francia votó No al referendum sobre la Constitución sentí desazón, pero entiendo que a pesar de las vacilaciones del proceso estamos en un camino sin retorno, ya inevitable. Para mí, como para tantos jóvenes, Europa ya no es cuestión a refrendar: cómo construirla y modificarla sí, pero ya no está en duda la misma idea de esta Unión Europea que, como ocurrió con “Estados Unidos” y “América” ha acabado por devorar onomásticamente al continente: Europa.
No me gusta que Europa quede paralizada, como no me gusta su engreimiento. Considero que hay ciertamente valores que Europa caracteriza mejor, por su reciente historia, pero hay que luchar por ellos. La Seguridad Social, las jubilaciones, la educación universal gratuita, la libertad de prensa o de investigación, la laicidad o la intervención estatal –o pública- son algunos ejemplos de ganancias que no son perpetuas: Europa sigue ya una senda, dedicada a la Unión y un milagroso entendimiento entre naciones, pero a cada paso se construye e inventa. Estoy muy lejos de incomodarme que Estados Unidos, a través de su presidente, haga suyas ideas que considerábamos, quizás con engreimiento, europeas; me asusta no obstante pensar en que aquí podamos perder, por el camino, esas ideas.
Un hombre negro ocupa hoy la Casa Blanca, y desde ella gobierna los EEUU de América. Cuando George Bush ha dejado de patanear por el planeta las vergüenzas de nuestros líderes tienen menos excusa; era fácil estar a la altura y confiar, sin alzar la voz porque no era necesario, en la superioridad moral e intelectual de Europa. Todos los periódicos europeos excepto uno recogían hoy una noticia en su primera plana: Obama y su impresionante discurso en Cairo, los ojos del planeta, en medio de las elecciones europeas, vueltos hacia Egipto y América. Por la tarde la prensa europea se había actualizado y se hacía eco de las fotos que El País llevaba hoy en primera, las de Berlusconi y un ex primer ministro checo, desnudo, rodeados de jovencitas y menores de edad. Más tarde la prensa se actualizaba: Obama en el campo de concentración de Buchenwald, con Angela Merkel, Obama conmemorando el desembarco de Normandía, con Sarkozy. Europa, noticia gracias a América, y a las erecciones de este tipo que bromeaba respecto a Obama.
Según se desarrolle estos días el tema Berlusconi sabremos si el escandalizarse de Europa ante la caza de brujas Stern-Clinton-Lewinsky (¡pero cómo, hacer un tema político de una cosa privada!) fue justo o sólo una pose; lo sabremos si se le exigen cuentas a Berlusconi por su ser tan báquico o por haber mentido a su país y tal vez haber incurrido en un delito. Veremos si el debate que se ha iniciado en torno a la información que es poder, se mantiene en esos términos y en por qué Europa permite que un presidente en su Unión secuestre a los medios informativos del país, denunciando para ello a toda la prensa europea y acusándola de formar un complot. Tampoco quedaremos bien si no se le pide ninguna cuenta.
Sería sorprendente pero no inaudito que la historia volviera a girar: las revueltas sindicales comenzaron casi un siglo antes que el europeo mayo del 68 en el Chicago de finales del siglo XIX. Obama parece dispuesto a cambiar los modos diplomáticos de Washington, crear un sistema sanitario universal en su país, eliminar prejuicios históricos, potenciar la investigación con células madre y el uso de energías renovables e incluso conjurar al demonio y hacer intervenir al gobierno en la economía.
Y Europa se renueva una vez más con líderes de la derecha en los gobiernos de la mayoría de países. Si alguien quiere discutir que la derecha europea es necesariamente una derecha social y la izquierda americana no existe, les pediría que analicen qué tipo de gobierno tiene la República Checa, cómo fue hasta hace un año la Polonia de los Kaczynski (allí y aquí en Europa), que me indiquen cómo llegar a la izquierda italiana y que me resuelvan la duda de por qué hasta los líderes de izquierda, Zapatero incluido, apoyan la reeleción de Durao Barroso, ex primer ministro portugués y anfitrión de la Foto de las Azores, como Presidente de la Comisión. Mientras estaba en América ha ocurrido además que varios Estados legalizaron el matrimonio homosexual, contándose ahora hasta siete (Massachusetts,Connecticut, Iowa, Maine, New Hampshire, New York y Vermont, más California, en litigio) frente a cinco estados europeos (Bélgica, Países Bajos, Suecia, Noruega y España) .
Una última comparación histórica con Estados Unidos me parece romántica y me hace soñar con una Europa mejor y que puedo entender. Durante los primeros años de la Revolución, antes de que América entrara en Guerra, cada Colonia (no eran Estados aún) enviaba representantes a Filadelfia o Baltimore para debatir sobre la cuestiones de la Guerra contra Inglaterra o cómo declarar, si se hacía, la Independencia. Cuando se creó el Congreso, años después, el sistema era parecido: los caminos que debían recorrer los congresistas, desde sus Estados hasta Washington, eran malos y considerables en distancia, pero su marcha representaba que llevaban las ideas de sus electores para ser defendidas en la Capital. Allí eran representantes de su pueblo geográfico pero también de unos colores, partidos, o modos de ver América.
Hay que enviar a nuestros mejores hombres y mujeres a Europa. No sólo para que defiendan nuestro territorio, pues definitivamente Europa camina unida y en principio el perjuicio de unos es el de todos, sino para que defiendan nuestros colores, identidades y voluntades, pues definitivamente Europa camina unida y en principio el beneficio de unos es el beneficio de todos. ¿Qué elegimos? ¿Qué soñamos? ¿Cómo vamos a hacer girar la rueda? ¿Quedará el Este, América, a la Izquierda y Europa, el Oeste, a la derecha, tal y como ocurre si miramos un mapa del mundo desde el eurocentro? ¿Queremos estar en disposición de jugar el partido con EEUU, China, la unión de países iberoamericanos, el mundo árabe, Rusia y África? ¿Hacia dónde andamos?
He mencionado muchas veces los caminos y, sin embargo, no los hay. Ya lo dijo Machado, Se hace camino al andar.
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