lunes, 26 de mayo de 2008

Elche de la Sierra, el exotismo de lo de siempre

He pasado cuatro días de viaje, días largos y anchos, tranquilos, como la Mancha que he visitado. Un viaje de vuelta a los orígenes, al pueblo de mi abuela; cuando éramos chiquillos mi hermana y yo pasábamos una parte de cada verano en Elche de la Sierra, entreteniéndonos con lo que nos daba el día como hacen los niños. Después, hemos vuelto una vez cada cinco años o más, siempre con la misma expectativa tremulosa de ver muy cambiado al pueblo y a la vez nada cambiado.

Desde el 2001 no había vuelto a Albacete. Esta vez esperaba cambios más sustanciales, quizás porque el siglo XXI no podría dejar indiferente a nadie, y porque internet debería haber revolucionado profundamente la vida de la última aldea del planeta. Ahora imagino que los paisanos de mi abuela miran los espectáculos televisivos que ofrece la España multi-capitalina como la España entera de los sesenta veía aterrizar al hombre en la luna: como algo ajeno, lejano, de otro mundo.

En estas cuestiones casi todos nos sentimos removidos por sentimientos encontrados. Consideramos buenos muchos aspectos del enriquecimiento, económico y cultural, igual que valoramos la capacidad de viajar con menos dificultades que hace unas décadas. Pero, sin embargo, nos entristece que el crecimiento lleve aparejada la desaparición de lo pequeño, que la velocidad de las telecomunicaciones silencien y el silencio y la calma de las conversaciones antiguas. Quizás, con el tiempo, una vez estén más gastadas las novedades, podamos dejar resurgir los hábitos pasados; quizás los libros sean más valiosos una vez hayan desaparecido del todo, una vez su regreso sea exigido y su presencia no se dé por sentado, cuando hayamos procesado la actualidad y su modernez y podamos amalgamarla a la historia con lo que ya fue.

Si hacen este proceso en Elche de la Sierra lo hacen de forma secreta. Ya conocen personalmente muchos los lugares de los que proceden sus turistas, descendientes de los que emigraron en los años 50, en gran número hacia la costa valenciana; pero aún hablan de Valencia, de Madrid o Barcelona, como algo lejano y demasiado grande, algo tan enorme que no es deseable, como si ellos mismos se convencieran de que lo que tienen es más valioso.

Y lo es, en muchos aspectos. Cómo hemos comido, aún a buen precio. Qué caracoles y rabos de cerdo y manjares que, en la ciudad, me parecen casi bárbaros. No es que respeten lo antiguo, lo antiguo sigue presente. Las cabinas de telefónica de los 80 siguen en pie. A pie de calle la gente descansa, en la puerta de casa, viendo pasar a los paseantes. Si eres foráneo no te saludan, pero no niegan una hosca respuesta si uno toma turísticamente la iniciativa de saludar.

En Ayna, un pueblito entre montañas al que llaman la Suiza de Castilla, conocimos ancianos que no habían salido nunca del pueblo. Ancianos que con 70 años cuesteaban diarimente pueblo arriba, desde sus huertos en el hondo valle, cargados de los frutos del campo. Ancianos más ágiles que yo. Ancianos famosos, algunos, porque habían participado hace 20 años en el rodaje de "Amanece que no es poco". Recuerdo haber visto un pase especial de la película en Elche de la Sierra: sobre la fachada de la Casa de la Cultura se proyectó el filme de estreno, porque también en el pueblo se habían tomado algunos planos.

Visité Elche acompañado de mi hermana y una amiga viajera, de un buen amigo argentino y de mi marido americano. Era más placentero viajar con ellos porque explicándoles cosas del pueblo me las volvía a explicar a mí. Era placentero que algún viejito me preguntara "y tú de quién eres" porque ya les habíamos adelantado a nuestros acompañantes que la pregunta existía, se hacía, y el modo en que había que contestarla: somos de la Carmen de Correos. Era interesante, porque yo mismo no podía explicármelo todo, no podía explicarme que hubiera jabón en el lavadero público, como si se acabara de lavar ropa sobre las tablas talladas en piedra que asoman del agua. Fue maravilloso que nuestra visita coincidiera con el Corpus Christi, la fiesta del Cuerpo de Cristo, que en la zona se celebra decorando las calles con alfombras de serrín coloreado de imágenes religiosas. O de la Sirenita, de Disney, porque el DVD debe existir en este pueblo sin cine.

A todos nos pareció exótico, tenía el exotismo de lo que ha existido siempre, de lo que ha existido más de un año... en nuestras vidas urbanas empezamos a no ver más que lo nuevo, lo inmediato, en cartelerías publicitarias y en tiendas, en los comercios que cierran para renacer reformados.

¡Qué lejos quedaban las ciudades grandes de las que hablo tanto tomando café y creando teorías en las terrazas de estas ciudades! Nada de hacer el amor con el asfalto bonaerense, nada de sumergirme en el aseado laberinto platense o deambular por Halle como quien anda entre las líneas de una novela de Kafka. Nada de esto se me ocurrió entonces, pero si me hubiera dado por comparar en aquel momento, Chicago o Londres con La Mancha, hubiera estimado que andar por Elche de la Sierra es sencillamente, todavía, andar.

sábado, 10 de mayo de 2008

Saldo artístico

Exposición De Saldo, trampas y trampillas del arte, Mea Culpa, Objeto-Concepto

La inaguración fue según lo previsto: nervios de los organizadores y buen humor de los visitantes; la galería no se ha hecho cargo del catering y las cervezas, vinos y canapés, los pagan los artistas que quieren participar. Todo el mundo intenta recortar (sus) gastos.

Sigo a disgusto con lo ser artista brasileño en esta exposición, en su catálogo. Nada contra Brasil, por supuesto, pero no soy brasileño. Cuando estuve en el país sólo me dio tiempo para mojarme de pies a cabeza en la catarata de Iguazú (algo que nunca he considerado bautismal) y comer dos o tres veces asado de vaca y cerdo con piña y salsas.

Cuando se me propuso al principio lo de la expo, me explicaron que estaba invitado por haber viajado tanto a Argentina. Luego se me propuso "ser argentino". Argüí yo que podría, siendo "gallego", haber captado algo de la esencia porteña, y que podía presentar dibujos hechos durante alguno de estos viajes. O recordando. Incluso, trampeando, puedo considerarme argentino de corazón. Pero me han hecho brasileño y ni siquiera noto mejora en mi movimiento de caderas.

La trampita del arte puede ser una trampilla abierta: la próxima vez quizás participe en una expo de arte hecho por mujeres, o de arte negro. El objeto en sí, el dibujo, no se perjudica ostensiblemente; pero el arte hoy tiene un porcentaje gigante de símbolo (por no llamarlo márketing) y si asumimos que el arte definitavemente es tanto objeto como concepto (concepto artístico que escapa de la obra para alcanzar al organizador, a los comisarios, a la prensa, al contexto en fin) la trampa conceptual es mentira y la mentira desvirtúa la comunicación del arte.

Y es que al fin el objeto no miente, pero cuando no comprendemos la verdad del objeto, tragamos con que la vitrina, tarima o cabellete en que lo pongamos da el valor real: vitrina o tarima en forma de concepto brillante, dossier de cienmilpáginas explicando el misterio, puja en Christie's o logotipo oficial en la entrada al objeto contenedor de objetos que es un museo.

Igual que dice el adaggio sobre los hechos que no son horribles en sí mismos; lo que es horrible, se dice en Oriente y dijo Shakespeare, es el modo en que vemos los hechos; lo que miente no es el objeto, sino nosotros.

viernes, 9 de mayo de 2008

EXPO DE SALDO

Exposición "De Saldo" en Galería Siranga. Me gusta el concepto de la comisaria: el arte latino siempre está de rebajas, ¿por qué no vender barato, pero haciendo obra barata a propósito? El dibujo no está tan cotizado como la pintura, y ahora se paga el metro cuadrado de pintura o trozo de escultura; cada artista entrega pues entre 10 y 50 piezas pequeñas, me gusta la humildad de la idea.

Algunos de los dibujos que hice para la galería. Al principio busqué inspiración en mis viajes por América del Sur, pero Paula, la comisaria (en la foto de abajo) me dijo que no me preocupara... llevo lo latino dentro, me dijo. Me mosquea que me toque ser el artista brasileño.

sábado, 3 de mayo de 2008

Licencia para entender de Arte

Arte borroso, nuestra conjura de artistas y la censura pública (al público)

Por fin he conseguido que mis tíos vengan a ver una exposición. Están emocionados por haberse acercado al centro de la ciudad después de tantos años viviendo en una rica zona residencial. Pasean por el Carmen y recuerdan algunos lugares en los que pasaron sus noches jóvenes.

El propósito de la visita es que vean el rollo de telas estampadas de María Jesús y Patri y los vídeos que hice con ellas. En realidad mi invitación era más que de cortesía; mi familia extendida, hermanos y padres de mi padre, siempre han considerado fútil la carrera de Bellas Artes y sólo recientemente han dejado de forcejear para que tomara yo los libros del negocio familiar, ahora finiquitado.

Junto al rollo de tela admiran la constancia de mis chicas. No dudan de que el trabajo realizado es mucho. Otra tía mía siempre dice que "es una pena que siendo tan bonito no sirva para nada”. Estoy satisfecho, no piensan que soy un vago; no me paso el tiempo rascándome las pelotas, aunque se las toque a otros. El trabajo bien hecho es apreciable, les gusta ver el proceso de trabajo en los vídeos y aprecian que les cuente lo que ocurre con El Cabañal.

Dedicamos poco tiempo a la obra, tampoco quiero aburrirles. Paseamos no mucho más por el resto de la exposición, y si bien he podido explicarles nuestro trabajo, me molesta no poder ir más allá y enriquecer con trasfondo (porque no lo entiendo) una proyección gigante de algo borroso, u otro vídeo en que le tiran huevos a una chica ad aeternum, en bucle digital.

El museo es de entrada gratuita y localización céntrica, tiene un precioso claustro y afinada restauración. Pero estamos solos. En el silencio de las enormes salas paseamos incómodos por el rechinar de los zapatos en el mármol del museo y porque ninguno encuentra nada que decir sobre las obras que vemos.

performance: Paelling

YO: ¿Qué os parece lo que veis?
MI TÍA: No lo sé, yo no entiendo de Arte, yo no puedo opinar.

Lo hemos conseguido, me digo. Artistas, críticos, suplementos dominicales de la prensa y universitarios hemos logrado que el espectador de arte no se atreva a comentar un cuadro, una escultura o un híbrido, un objeto en cualquier caso, si está en un museo. Hemos conseguido que no se atreva a decir, como cuando lee un libro que no le gusta o una paella no le acaba de convencer, que "no (le) sirve", o que "no me ha gustado", o que algo no se ha hecho bien; al público se le ha quitado la capacidad de juzgar públicamente: las antiguas furias de los espectadores del primer dadaísmo se han fundido en lo políticamente correcto y ya no se puede opinar si un objeto (de Arte) es bello o desagradable, útil o vacío, tonto o reflexivo.

Me pregunto dónde podría conseguir mi tía el carnet que la licencie para colgar cuadros en su casa o cerrar sus paredes a ciertas obras. Pero ella no entiende, ni de arte, ni a mí cuando le digo que no necesita estudios para comprender. Debe estar esperando un permiso de más alto rango que el mío para atreverse a decir, como hasta hace unos años se hacía, “qué mierda”.