Instalado de nuevo en Valencia, en España, en su costa Este, a la derecha del centro, si esto es posible, el país se me antoja aún más esquemático y falso que cuando os escribía desde Berlín. Allí, al menos, podía pensar que la distorsión de la realidad se debía a, quién sabe, los ecos y las interferencias que la distancia provoca. No.
Después de las elecciones estaba agotado. Mi último artículo mereció justas reprimendas de mis lectores debido a la desafortunada frase “todo está igual”, o “nada ha cambiado”. Escribí algunos textos después, pero ninguno era digno de ser publicado. En uno de ellos comentaba que “sólo a mí se me ocurría acostarme antes de ver los resultados electorales y escribir sobre ellos al día siguiente sin haberlos analizados”. Vanidad de vanidades, porque obviamente no fui el único que hizo este ejercicio tan falto de veracidad. En el seno de los grandes partidos, semanas antes de las elecciones, comitivas de estrategas creaban listas con los infinitos modos de interpretar cualquier posible resultado: acomodarse a uno mismo la verdad estadística es un modo como otro cualquiera de tergiversar la realidad y robárnosla. Tergiversar, una palabra tan hermosa y demoledora como el canto de las sirenas que dirige a los marinos contra las rocas.
La prensa del día que escribo, 14 de junio de 2007, leída ya en España, anda poblada de desvaríos que no puedo atribuir a la distancia. Desvaríos, tergiversaciones, mentiras camufladas de verdad y falsedades que, aun sin maquillaje, aceptamos con familiaridad desconcertante: como si fuéramos, los ciudadanos de a pie, comparsas compinchadas con los tahúres que en la calle fingen esconder bolitas bajo medias patatas, para embaucar, si alguien traga, a los turistas de nuestras costas de cemento. Farsantes todos, o todos locos.
¿Miente la prensa? Lo hace si inferimos que mentiroso es el que dice mentiras: página a página, minuto a minuto, nuestros medios nos atiborran de falsedades, en una exhibición barroca de mentirosos, de pícaros ciegos que nos apalean como aquél hacía con su Lázaro de Tormes. Mareante resulta además que, según haya sido uno abducido por un medio u otro, la percepción de la realidad que asimile será radicalmente distinta. Aun suponiendo que la prensa no mienta, en sus páginas viven los mayores mentirosos.
Casos concretos:
El 14 de junio la prensa analiza un juicio que unos y otros han calificado de esquizofrénico, alejado de la realidad por enajenación mental; es el que estudia los atentados del 11 de Marzo de 2004 en Madrid, unos atentados en los que algunos aún dicen que ETA ha sido la culpable. ETA, la de la tregua de mentiras. Una de las fiscales del caso llora, nos dicen, después de que el juez la amoneste por denunciar, supuestamente fuera de lugar, los ataques que ha recibido de cierta prensa. Periodistas de mentiras quiere llamarlos, porque aunque tengan un título universitario no están a la altura de su noble profesión. Farsantes coyunturales. Algunos de los imputados en el juicio deciden a última hora declararse enfermos mentales, esquizofrénicos de hecho. Hay gente que se pone otras máscaras: la prensa del 14 de junio denuncia a otro profesional falsario, el alcalde de la Vila Joiosa, el popular José Miguel Llorca, que durante ocho años ejerció de médico sin tener el título ni estar colegiado. Tergiversando la realidad podrá considerarse a sí mismo libre de falsedad por los votantes, al haber ganado las elecciones; igual que hizo el también popular Carlos Fabra, al considerarse a sí mismo absuelto de los cargos que se le imputan por tráfico de influencias cuando revalidó en las urnas su cargo como presidente de la diputación de Castellón, como si fuesen de mentira los jueces que llevan su caso.
Pero hay dos noticias que me parecen más importantes en la prensa del 14-J. La primera, la “pregunta absurda” que a Rajoy “le prepararon” para la sesión de control al gobierno del 13 de junio. A ella volveré en el próximo artículo. La segunda es el desenmascaramiento del joven de Burgos que, supuestamente aún, asesinó a sus padres y hermano para, durante los tres años siguientes, promover concentraciones populares exigiendo que el asesino fuese encontrado. El chico se buscaba pues a sí mismo, al calor de las multitudes, tal vez inconsciente de ese otro plano de realidad en el que él era el psicópata. Si pongo juntas ambas noticias es porque en este país bien podríamos usar los servicios del tenaz comisario Juan Antonio González García, aquel que ha seguido el caso de Burgos desde el principio, para echar algo de luz sobre los casos anteriores.
O sobre quién ha ganado las elecciones del mes pasado. O sobre dónde queda la izquierda en España, y dónde cae el límite entre la derecha y la extrema derecha en nuestro país. O por qué la democracia ya no es un valor en alza entre nosotros, si alguna vez lo ha sido. O sobre cuál es el precio real de un piso, visto como un montón de ladrillos o como un derecho constitucional si lo llamamos vivienda. Nos va, en ello, en parte, el resultado de las próximas generales.
Después de las elecciones estaba agotado. Mi último artículo mereció justas reprimendas de mis lectores debido a la desafortunada frase “todo está igual”, o “nada ha cambiado”. Escribí algunos textos después, pero ninguno era digno de ser publicado. En uno de ellos comentaba que “sólo a mí se me ocurría acostarme antes de ver los resultados electorales y escribir sobre ellos al día siguiente sin haberlos analizados”. Vanidad de vanidades, porque obviamente no fui el único que hizo este ejercicio tan falto de veracidad. En el seno de los grandes partidos, semanas antes de las elecciones, comitivas de estrategas creaban listas con los infinitos modos de interpretar cualquier posible resultado: acomodarse a uno mismo la verdad estadística es un modo como otro cualquiera de tergiversar la realidad y robárnosla. Tergiversar, una palabra tan hermosa y demoledora como el canto de las sirenas que dirige a los marinos contra las rocas.
La prensa del día que escribo, 14 de junio de 2007, leída ya en España, anda poblada de desvaríos que no puedo atribuir a la distancia. Desvaríos, tergiversaciones, mentiras camufladas de verdad y falsedades que, aun sin maquillaje, aceptamos con familiaridad desconcertante: como si fuéramos, los ciudadanos de a pie, comparsas compinchadas con los tahúres que en la calle fingen esconder bolitas bajo medias patatas, para embaucar, si alguien traga, a los turistas de nuestras costas de cemento. Farsantes todos, o todos locos.
¿Miente la prensa? Lo hace si inferimos que mentiroso es el que dice mentiras: página a página, minuto a minuto, nuestros medios nos atiborran de falsedades, en una exhibición barroca de mentirosos, de pícaros ciegos que nos apalean como aquél hacía con su Lázaro de Tormes. Mareante resulta además que, según haya sido uno abducido por un medio u otro, la percepción de la realidad que asimile será radicalmente distinta. Aun suponiendo que la prensa no mienta, en sus páginas viven los mayores mentirosos.
Casos concretos:
El 14 de junio la prensa analiza un juicio que unos y otros han calificado de esquizofrénico, alejado de la realidad por enajenación mental; es el que estudia los atentados del 11 de Marzo de 2004 en Madrid, unos atentados en los que algunos aún dicen que ETA ha sido la culpable. ETA, la de la tregua de mentiras. Una de las fiscales del caso llora, nos dicen, después de que el juez la amoneste por denunciar, supuestamente fuera de lugar, los ataques que ha recibido de cierta prensa. Periodistas de mentiras quiere llamarlos, porque aunque tengan un título universitario no están a la altura de su noble profesión. Farsantes coyunturales. Algunos de los imputados en el juicio deciden a última hora declararse enfermos mentales, esquizofrénicos de hecho. Hay gente que se pone otras máscaras: la prensa del 14 de junio denuncia a otro profesional falsario, el alcalde de la Vila Joiosa, el popular José Miguel Llorca, que durante ocho años ejerció de médico sin tener el título ni estar colegiado. Tergiversando la realidad podrá considerarse a sí mismo libre de falsedad por los votantes, al haber ganado las elecciones; igual que hizo el también popular Carlos Fabra, al considerarse a sí mismo absuelto de los cargos que se le imputan por tráfico de influencias cuando revalidó en las urnas su cargo como presidente de la diputación de Castellón, como si fuesen de mentira los jueces que llevan su caso.
Pero hay dos noticias que me parecen más importantes en la prensa del 14-J. La primera, la “pregunta absurda” que a Rajoy “le prepararon” para la sesión de control al gobierno del 13 de junio. A ella volveré en el próximo artículo. La segunda es el desenmascaramiento del joven de Burgos que, supuestamente aún, asesinó a sus padres y hermano para, durante los tres años siguientes, promover concentraciones populares exigiendo que el asesino fuese encontrado. El chico se buscaba pues a sí mismo, al calor de las multitudes, tal vez inconsciente de ese otro plano de realidad en el que él era el psicópata. Si pongo juntas ambas noticias es porque en este país bien podríamos usar los servicios del tenaz comisario Juan Antonio González García, aquel que ha seguido el caso de Burgos desde el principio, para echar algo de luz sobre los casos anteriores.
O sobre quién ha ganado las elecciones del mes pasado. O sobre dónde queda la izquierda en España, y dónde cae el límite entre la derecha y la extrema derecha en nuestro país. O por qué la democracia ya no es un valor en alza entre nosotros, si alguna vez lo ha sido. O sobre cuál es el precio real de un piso, visto como un montón de ladrillos o como un derecho constitucional si lo llamamos vivienda. Nos va, en ello, en parte, el resultado de las próximas generales.
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