Este 20-N podría ser peor, pero ha sido el mejor de los últimos años. Los movimientos últimos de Garzón, aunque finalmente se haya inhibido a sí mismo de juzgar el Franquismo en bloque, ha propiciado que se vuelva a hablar en la calle (lo he escuchado) y en las sobremesas (lo he vivido) con un interés que desmiente aquello de que el tema está más que enterrado. De desenterrar cosas va, de hecho, la cosa.
Las teles celebran el 20-N, cada una a lo suyo. En Antena 3 se humaniza a Franco reviviendo sus últimas horas de vida en el hospital. Pero, en La Sexta, el Follonero acude al Valle de los Caídos y deja una bandera republicana en un ramo de rosas sobre la tumba del dictador.
Los fachas, otra vez, toman las calles. Son pocos los que lo hacen a cara descubierta, apenas un puñado, pero podría ser que alguna foto salga en la prensa italiana como aquí salió y se comentó la de los fascitas italianos saludando brazo alzado al nuevo alcalde de Roma. Son cosas nuestras, aquellas italianas, éstas españolas.
Durante días he escrito sobre Estados Unidos. Ganó el pene de Obama, y lo celebramos. Pero siempre lo he hecho teniendo en cuenta que algo de injusticia queda en mis comentarios sobre América, como casi siempre que un europeo habla de los Estados Unidos. Escribiré un día en profundidad sobre el tema, pero mi planteamiento es tan simple como esto: cuando en España nos comparamos con los Estados Unidos de América, lo hacemos comparándonos a nosotros mismos, universitarios y pobladores de grandes ciudades, con los granjeros de Iowa o habitantes de otras zonas rurales. Se nos olvida, en nuestra grandeza, mencionar los logros de intelectuales como Roth o Sontag, tener en cuenta la incansable producción musical, literaria, fílmica o artística del país, por no insistir en aquellos gadgets tecnológicos por los que nos volvemos locos, como el iPhone o Google.
Pagan justos por pecadores; nos parece sensato hablar de Estados Unidos como si todo el país fueran habitantes creacionistas de pueblos pequeños y obviamos a los ciudadanos formados de Boston, Philadelphia, Seattle o Nueva York. No sólo en España; aunque somos el país más antiamericano de Europa, y el segundo del mundo después de Irán, la americanofobia es Europea y sus generalizaciones se extienden de igual manera. ¿No sería el 20-N una cosa muy europea si los yanquis hablasen de Europa como Europa lo hace de ellos? Aún siendo muy europeístas algunos europeos, no creo que ningún francés entendiera a un norteamericano (o a un argentino, o a un chino) si éste le dijera "cómo sois los europeos, que hacéis corridas de toros, ¡pobres animales!".
En España hablamos de los logros de Europa como propios (y es justo) pero consideramos que Berlusconi es una cosa muy italiana, el conservadurismo ondulante de Polonia es asunto de los polacos y los avances de la extrema derecha en Austria sólo concierne a los austriacos (afortunadamente en este tema el Parlamento Europeo tuvo un gesto antidemocrático que prohibió el gobierno del difunto Haider hace cuatro años).
Hoy, 20-N, me siento, me figuro, como uno de esos americanos que durante 8 años han vivido con cierta vergüenza el ser del mismo país que Bush. Pero podría ser peor... podríamos seguir sin hablar de lo que dejamos de hablar, podríamos seguir sin reclamar lo nuestro. Ánimo.
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